lunes, 6 de junio de 2011

LA PIERNA LANUDA

¿Cuánto tiempo tendremos que esperar
hasta que los otros también se vuelvan pacifistas?
No es posible decirlo, pero acaso no sea una esperanza
utópica que el influjo de esos dos factores, el de la actitud
cultural y el de la justificada angustia ante los efectos
de una guerra futura, haya de poner fin a las guerras
en una época no lejana.


“Carta del Dr. Freud al profesor Einstein sobre la violencia y la guerra “




Estúpido capitalismo, lo sobrellevo con mis repugnantes incongruencias, ya sabes, leyendo El fin de la ideología alemana mientras me chingo un refresco dietético de ese asqueroso/delicioso sabor CO-LA. Y me digo, no mames, ya te vendiste, todavía cuando tenías intenciones de ir a enseñarle a leer a gente empotrada en la sierra más lejana posible de este bello/horroroso país tercermundista, pero ¡Ahh no! El amor tenía que aparecer, tenía que reconfigurarte para aceptar hasta las condiciones más denigrantes de falsedad y contradicción. El puto calambre recorriéndome por las piernas, como pariendo un polacantus, abriéndome de culo cada que le respondía a mi nuevo suegro: “sí señor, la izquierda está constituida de puros revoltosos”, “esos hippies mugrosos, cómo los detesto señor” ¿Y Marx? Estúpido hipócrita, toda esa hermosa concepción de un mundo mejor se fue al carajo en 5 mi-nu-tos. En cuestión de segundos paraba las nalgas, asegurando sonriente a todos ¡CLAROOOO, EL PRESIDENTE HACE LO MEJOR SEÑOR, ES SIN DUDA EL MEJOR GOBIERNO, Y QUÉ DECIR DE LA POLICIA, UFF, PAPEL ESCENCIAL EN NUESTRO DIARIO ACONTECER! Hasta llegué a decir “osea mano” pero bueno, fue por amor, por un enamoramiento enculador. Recuerdo cuando mi chiqius me presentó a ese mastodonte que tenía como padre, lo primero que me vino a la mente “clase baja con poder” y por supuesto que así era, pero la chiquis, tan bella, ingenua, iletrada, me miraba con esos ojos como de marciano, grandes, cafés, a veces la imaginaba bajando de una nave espacial, tratando de hacer contacto entre civilizaciones planetarias, y pensaba que a mí me escogía para hacer ese encuentro histórico, que era el galán de la película. Pensando eso hasta se me olvidaba que mi suegro me estaba hablando, o que debía de reír en el momento adecuado, ya sabes, sonrisa perene, todo está bien, tu suegro es el judicial más divertido de toda la PGR, el de los zapatos más boleados en toda la primorosa/horripilante república mexicana.
-jojojo, jejeje, ohhhh siiiii señor, jajajaja ¿me pasa la sal?-
Qué embustero, hipócrita, mamón, la culpa no me dejaba dormir, y el Capital con la foto de Marx me miraba desde mi escritorio, diciéndome, no mames eres el marxista más pendejo de nuestra era, por lo menos el más cobarde. Y regresaba todos los sábados a cenar con mi nueva familia desclasada, y reía, comentaba lo más absurdo y leve que se me venía a la mente, qué feliz hacía a mi novia, qué hipócritamente feliz era yo. La chiquis me recitaba al oído palabras tan halagadoras que nunca me habían dicho, como por ejemplo: “me gustas”. La piel se me enchinaba tan ridículamente que al ir al cagadero sentía como si en lugar de mierda me saliera merengue, fastuoso merengue rosa. A la chingada con Marx, puras insalvables contradicciones, malos ratos, aislamiento, pinche-sin-vieja, es lo que me había conseguido. Y otra vez manejaba como dos horas para llegar el sábado con mi nueva familia, ¡Hasta hijo me decían! ¿Y se querían deshacer de la familia, que según era la esclavitud primitiva? “Yo de aquí soy” me dije un nauseabundo/soleado día a la mitad del inmenso tráfico. Pues cuando uno es el yerno del judicial más simpático del mundo y con los zapatos más boleados poco más se puede pedir, digo, no todos los mastodontes desclasados con poder pueden ser taaaaan malos. Pero bien me lo decía mi abuelito Marx: “lo sólido se desvanece en el aire” y dicho y hecho. Uno de esos sábados mi mastodonte-suegro-saurio recibió una de esas llamadas en las que solía salir corriendo hecho la chingada de la casa armado hasta el culo, era un tanto normal, así que la cena prosiguió sin él y yo mientras hice alarde de mi poco conocimiento acerca de las políticas internacionales, quedando bien con la suegra etc, etc, etc. Como mi suegro-puerco-donte no regresaba opté por dirigirme a mi desolada casa. La ruta de siempre, los alcoholímetros, las putas, la misma bazofia burocráticamente repetitiva. Acercándome ya al metro Camarones, elegí recordar viejos tiempos, puse El arado por supuesto de Jara, y pensé en esos grillos y mariposas mientras esperaba el color verde del semáforo. Girando como búmeran, un objeto de aproximadamente un metro de largo se estrelló contra mi parabrisas “aaaahhhh!” grité. Todo el vidrio se había teñido de rojo, sacadísimo de pedo me bajé para ver qué jodidos había destrozado el vidrio frontal de mi auto, una pierna lanuda descansaba sobre el cofre del carro, me acerqué un poco más y vi que un zapato muy boleado cubría el pie de la pierna, era el zapato más boleado de toda la puta república mexicana.

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