lunes, 7 de octubre de 2013

UN RÍO DE PUS CORRE POR LOS CONFINES DEL MUNDO

Era un horripilante hipergueto dentro de la delegación Azcapotzalco, la entrada constaba de un zaguán blanco, la fachada se percibía simplemente como la entrada de una cochera, lucía como de hogar clasemediero, listo para devorar un chevy 2005 por las noches, más o menos a las nueve. La entrada era la salida al mismo tiempo, la puerta de metal blanca vomitaba y engullía personajes dignos de exaltar todos los prejuicios habidos, ellos brindaban un panorama de lo que sucedía dentro del Andariego Soñador. Como el interior biológico de un mamífero superior, el espacio constaba de diversos órganos con lógica propia que, si bien se interconectaban, gozaban de funciones únicas; un laberinto de calles bien conocido por los oriundos se escurría rodeando las casas grises. Al entrar por el zaguán blanco uno se topaba con una vuelta a la izquierda, caminaba y vuelta a la derecha, luego la arteria se bifurcaba por tenebrosos caminos húmedos; niños jugando con toros rojos de plástico rodeados de rebaba, adolescentes en rincones disfrutando de un encuentro apasionado, travestis con agraciadísimos senos colgando la ropa impregnada de Suavitel; los carritos del mandado a máxima velocidad, atascados de verduras, paquetes de sopas aguadas –aún duras–, apropiándose del carril de alta velocidad, no quedaba más que ceder el paso, pegarse tantito contra la pared para dejar pasar al bólido. Como cúpula a punto de tocarle los juanetes a Dios se hallaba el edificio principal, inmensamente alto, de largos vidrios polarizados y revestido con cantera rosa, el hogar del propietario de todo el Andariego Soñador. En el centro del horripilante hipergueto vivían los Segura, su casa constaba de una descomunal mansión que funcionaba como un corazón jadeante; de ahí fluían como sangre las órdenes de carácter arrendatario, se concentraba el dinero de los habitantes del lugar, nutriendo con dicho capital los deseos de la hija de los Segura: Guadalupe Segura. Lejos de la fastuosa morada, casi en los límites que estructuralmente cerraban al Andariego Soñador, se había erigido una pequeña y modesta choza, la cual distribuía substancias psicotrópicas que la hacían de hipotálamo excitado en cuerpo del horrible hipergueto. Rafael Pantufla de veintiún años se encargaba de la compra, venta, distribución y consumo de las sustancias más benéficas para la comedia humana; sus pequeños ojos café soluble se fijaron un día en las oblicuas asentaderas de Guadalupe Segura, flechando para siempre su sentido común. Para sorpresa de todos los habitantes del lugar, tanto Rafael como Guadalupe administraban perfectamente el ambiente del lugar, la angustia por falta de dinero para la renta de las casas y compra de sustancias lícitas– dentro sólo del horrible hipergueto– no se sentía; el amor de ambos jóvenes había fecundado un nuevo ser, la espera del nacimiento de un bebé le había ablandado el alma a la familia Segura, tanto, que ahora en lugar de propinar horribles golpizas a los deudores de la renta, únicamente se limitaba a la propagación de mentadas de madre lo cual, para los inquilinos, resultaba un cándido paliativo. La mañana del 6 de abril, un río de humo negro sorprendió a los pobladores anegando todas las arterias que conectaban al horripilante gueto; la espesa humareda líquida nació de la mansión de los Segura, cuerpos carcomidos salían por la puerta de la mansión; arrastrados por la corriente los gestos de horror gravados en los rostros inertes miraban al cielo, el jadeante corazón se había detenido, drenaba galones de pus negra por las ventanas, por las puertas y por el aire sólo circulaba el diminuto llanto de un bebé.