martes, 19 de abril de 2011

RESPUESTA AL PÁJARO AZUL DE CHARLES BUKOWSKI

No.


LUIS VILLALÓN

LÍNEAS ROJAS


Para mi amigo Richi


"En un triste amanecer de diciembre,
cuando todavía brillaban en el cielo las últimas estrellas,
el antropófago subió a la horca.
Unos minutos más tarde apareció el sol en el horizonte
y todo el mundo en la ciudad se encaminó a su trabajo."
Francisco Tario  


Aquellos trazos de viejas cortadas sobre sus delgados brazos moteaban el tono de su ceniza dermis, líneas como pinceladas. Iguales a los que creaba con su ancho trozo de grafito al blandirlo frente a impensables y variados lienzos, cada que hacía surgir a personajes de Homero, porque la Odisea la agarraba hasta de babero, de almohada, de asiento, de aquí para allá, siempre relatándome lejanas y amplificadas aventuras aqueas. Regalándome como si me diera un vaso con agua, sus más bellas obras y si acaso como intercambio de una embriagante plática. Lo visitaba cada que se podía, cada que había tiempo suficiente como para dirigir nuestro barco a un naufragio en las costas del mezcal. Engullendo el primer vaso desbordante de licor a las 8 de la noche, tomando el último a las 5 de la madrugada, qué amigo excepcional, que manera de combatir sus instintos carnales. Tal era su convicción de no hacer lo que su cuerpo deseaba, que simplemente me lo relataba como cualquier cosa, como cuando no cuentas con el suficiente dinero para comprar una torta de salchicha con queso y sólo la pides de jamón. Así de normal era para él, claro que sólo yo sabía su secreto, para ambos resultaba obvio que nuestras pláticas le ayudaban a destapar la presión de su ser, cual carrito de camotes al fin del crepúsculo. Para sincerarme, no éramos melómanos competentes, pero nos agravaba el clima esnobista, sobrellevábamos la pasmosa saudade con Beethoven, Benny More y Víctor Jara, entre los más. Salvo una que otra visita en internet, nunca había llevado a cabo sus angustiantes deseos carnales, por lo menos hasta donde yo sabía, y como no era ningún asesino serial, narco o fascista, pues yo no tenía ningún tipo de problema, es más, ni siquiera me incomodaba. Hasta le hacía bromas: -Ay pinche Rimbombardo Roto Murjía, ya me vas a pedir de cumpleaños un puto Nenuco- solía responderme con un estrepitoso y horripilante sonido gutural que hasta para él y su familia era un espantoso carcajeo. La penúltima ocasión que asistí a su casa me abrió su hermano, me dijo que había ido al café internet, pero que no tardaría y con las más diminutas reglas de cortesía me invitó a pasar. Mientras llegaba, estuve analizando sus últimas obras; realmente se apreciaba el aumento en la producción de cuadros, obscuros y desgarradores como siempre, tal vez unos tonos más amarillos y azules, pero sí que había trabajado. Al llegar, su nerviosidad sólo era comparable con la que recuerdo haber sentido una ocasión en que llegué con mi ex oliendo a un perfume más exquisito que el suyo. El blanco de sus ojos se teñía de un tenue halo amarillento, éste revelaba su larga noche de copas. Sin darle mucha importancia, compartí mis observaciones sobre su obra, comentó que me tenía algo especial, una “epifanía gráfica” según sus propias palabras. Del pequeño ropero sacó un cuadro de dimensiones moderadas, en claroscuro se representaba una escena muy a la Cupido Dormido de Caravaggio, pero al fondo asechaban al infante un par de pequeños ojos e inmersas en la obscuridad 10 puntiagudas uñas se aferraban a una guinda cortina que encubría a algún monstruo escalofriante. Realmente era una de sus mejores obras, y bueno, su nerviosismo, el tema de su obra, su misteriosa visita al café internet mostraban claras evidencias de que el súmmum de sus indómitos pensamientos lo estaban superando. Consternado por pensamientos e historias que mi mente elaboró acerca de su posible actuar, decidí quedarme toda la tarde con él; no se tocó el tema, pero algo de sumisión contenía su mirar, como si las uñas de la pintura ya estuvieran rascando por dentro suyo, tumbando y moliendo todas las barreras morales que había levantado para contener el alud sexual. La velada terminó en el clásico abrazo de amigos. Toda la noche padecí pesadillas referentes a la pintura que para entonces ya estaba colgada en mi sala. Al otro día pasé a buscarlo pero nadie abrió. Al cabo de unos días decidí intentar de nuevo, pasé cerca de las seis de la tarde por su casa y para mi suerte fumaba un cigarro en su balcón. Me miró inmutado, yo por no empezar un momento incómodo le grité ipso facto que tenía algo importante que contarle, sin decir palabra me aventó sus llaves. Subiendo por las escaleras comencé a fabricar una ingenua historia referente a una mujer para que cuando me preguntase de tema tan importante yo no dudara en ningún específico detalle (la mujer se llamaba Turandot). Al entrar, lo primero que vi fue un bebé retozando jovial sobre la mesa, me platicó que lo había comprado, que se lo mandaron de algún país lejano y pobre, pero a pesar de sus ladinos deseos de toda la vida no se había sentido capaz de llevarlos a cabo. Un tono verdoso le teñía la piel del rostro, la culpa brotaba como chorros de sus pequeños y amarillentos ojos, me pidió que cuidara al bebé mientras iba por algunos calmantes a la farmacia; salió lento, ausente, verdoso. El bebé ni lloraba, hasta parecía estar feliz de descansar en aquella mesa tan parecida a la pintura de Caravaggio. Cupido movía sus manos y pies, inocente, inerme, algo empezó a desesperarlo, su llanto comenzó leve, sólo como un malestar, un bulto en mi pantalón crecía, se agrandaba cada vez más y más, el crepúsculo terminaba y 10 uñas trazaban líneas rojas sobre el regordete cogote de Cupido, lo rajaban entero en sólo segundos.

LEONARDO EGUILUZ


lunes, 18 de abril de 2011

LAS CUMBRES DE MALTRATA

A Sandriurix Barba


"Los bosques son hermosos, oscuros y profundos,
 y yo tengo promesas que cumplir y kilómetros
que andar antes de dormir. ¿Me oíste, Mariposa?
 Kilómetros que andar antes de que duermas."
Death Proof



Aquella tarde en que me dieron las llaves de “Bulter”, aquel trailer blanco que había sido de mi padre, pensé que me llevaría a ser libre, a andar en todo México, y hasta visitar otros países, hacer amigos, conocer mujeres, todo mientras ganaba buen dinero. A lo largo de mis viajes siempre he podido ver lugares que mis demás primos y tíos nunca se imaginaron, mares, desiertos, montañas, pero entre todos ellos siempre me llamó la atención uno en especial, lo conozco de pasada pero continuamente me detengo a comer por ahí, en la Fonda Lupita que se encuentra al final del ondulado camino, en las faldas de las cumbres.

A pesar del clima húmedo me agrada abrir la ventana y respirar hondo, eso me reanima a seguir conduciendo; ya que en varias ocasiones me he quedado dormido; siempre tengo el mismo sueño raro, estoy comiendo espagueti sobre un plato rojo, de repente el espagueti que he comido empieza a salirse por mi nariz asfixiándome; por la horrible sensación despierto muy asustado y aunque la ilusión es espantosa gracias a ella no he muerto, parece raro, siento que me como la pasta muy lentamente, pero en la cabina frente al volante sólo pasan pocos segundos, así que descuido mi camino un pequeño instante, cuando esto sucede me tomo la misma pastilla que mi padre tomaba, con ella dejo de dormir 2 o 3 noches seguidas, y así sigo manejando, veo cómo el sol sale en el horizonte, lentamente me quema a lo largo del día la cara y los brazos, hasta que por fin se lo come la tierra.

En general todos los caminos me son entretenidos, muy pocas veces me aburro, pero este me encrespa los vellos del brazo, como si me fuera a agarrar a madrazos con un enano mamado. En esta ruta no hay ni una parada, está hecha de largas y sinuosas curvas, cada una de ellas lleva a un hondo acantilado que en el fondo guarda una oxidada vía del tren; en las noches sólo hay obscuridad, pero por las mañanas una espesa bruma envuelve a las Cumbres de Maltrata, esto lo alcanzo a ver cuando estoy lejos de ellas, ya que mientras más me acerco el camino se va desvaneciendo… Al final sólo alcanzo a distinguir la línea pintada en medio de la carretera, parece que nunca acaba, zigzaguea, es un reto, su fin se haya en el letrero rosa  brillante que dice Fonda Lupita. Entonces uno sabe que ya ha pasado el peligro.

Mientras conduzco siempre me imagino que no llega nunca aquel letrero y que me quedo atrapado en las cumbres, manejando eternamente; siempre aparece, sea de día o de noche, con niebla o despejado. Hace apenas unas semanas escucho de vez en cuando un raro sonido, como una voz, dice palabras indescifrables, mi padre me contaba que en ocasiones oía cosas, pero ellas eran producto de las pastillas, así que es normal, a veces son esas mismas voces y el juego de comprenderlas lo que me ayuda a sostener los fastidiados párpados.

Una vez más se acercan las Cumbres y con ellas el manto brumoso. Es inquietante después de un dilatado y tedioso recorrido; en esta ocasión me tocó cruzarlas de mañana. El aire es frío, me entibia la cara. Surgen curvas, se atisba el principio del desfiladero, escucho el rugido del motor frenando, y un rápido murmullo indescifrable, la línea tambalea, el viento de la ventana me calma, siguen las curvas, el viaje es tenso pero fruicioso, siempre esperando que no surja la luz rosa del letrero, que las parábolas del camino sigan y sigan, pero como siempre ahí está; me detengo y las mesas están solas, pero aquí siempre hay servicio. Pido lo de siempre, mi platillo favorito, no puedo evitar comerlo, el espagueti está riquísimo y lo puedo tragar sin problema, nunca había sido así, miro por la ventana que está junto a mi mesa y ahí afuera veo la oxidada vía del tren, sobre ella a lo lejos veo un camión blanco volcado y me recuerda a mi padre, cuando se fue libre un día a recorrer caminos.

LEONARDO EGUILUZ

EL JARRITOS

Con las emociones y percepciones enredadas
Tomo asiento en una mesa de abajo
Ricardo y yo pedimos Indio.
Pupilas dilatadas y chamarras mojadas,
Lluvia en mi cabello.
Mi anécdota de borracho desata impresión en Ricardo.
-No es tan impactante- digo.
La vio…
Entre todos los peldaños del infierno, entre las cumbres de soledades,
En cada uno de los arrabales etílicos y banquetas de tristeza,
Escogió el jarritos.
¡Puto jarritos!
Mi sangre se congela, mi mente se disipa.
Ella, la niña, está en el baño.
El oír ese nombre me da náusea, esa existencia a 3 metros de distancia.
Tan frígida, tan cargada de suicidios morales.
No la veo, imagino su contoneo, me fastidia.
No quiero estar ahí, debería salir, mi cerveza aún tiene escarcha.
Mi neurosis se desamarra.
Pienso en pensamientos sobre pensar otros pensamientos.
Volteo en el peor momento y ahí está
Su figura desfigurada
Sólo un contorno de ropas emo y un rostro sin esencia.
Silueta cargada de pinches simbolismos depresivos
No la enfoco, es un personaje lejano de Seurat,
Una mancha de colores rotos,
 Cada pincelada en el lugar exacto.
Nombre sin alma
Camino sin alumbrado
 Pasado sin futuro y/o presente.
Pasa a centímetros.
Indiferencia.
¡¡¡HASTA AQUÍ LLEGAMOS!!!
No estoy triste, ella tampoco.
Y ambos lo sabemos
Me largo en un unísono de  botella vacía golpeando  la mesa.
Me siento realizado/destrozado
No más individualidades corrosivas
Ni siquiera besos obligados.
No más arquetipos de felicidad funcional.
Ni noches de chantajes amorosos.
Ni bancas con helado,
Ni un soborno hipócrita.
Mi nada por fin está cubierta de todo.
Creo que me siento bien.
 Sin embargo, esta noche no quiero escuchar música.


LUIS VILLALÓN

viernes, 15 de abril de 2011

SIN TÍTULO

"El sonido emitido por un ama de casa
mientras cocina no es música,
pero si yo la grabo, eso ya es música.”
Karlheinz Stockhausen




Carmen le dedicó la bellísima canción 4’33” de John Cage, Bermúdez la encontró increíblemente interesante,  la música más bella que había escuchado en su vida, tan sublime, tan perfecta. Sería, sin  duda, su pieza favorita, imaginó su boda con ella, esa hermosa melodía sería el vals que purificaría esa sagrada unión basada en un amor cristalino, tallado del aire fresco de la confianza mutua. La canción perfecta en el instante perfecto. Carmen se la dio en un CD grabado por ella misma, el CD únicamente contenía esa canción en diferentes versiones: sinfónica, filarmónica, coral, cuarteto de cuerdas, piano y cello, jazz, tecno-cumbia, etc. Se repetía en 17 tracks que conformaban el regalo del primer aniversario de noviazgo. Ese obsequio improvisado la elevó a la categoría de la reina indiscutible de su corazón. El camino más rápido al corazón de un hombre es a través del oído (y de la verga).


Ese disco fue imprescindible en cada uno de los profundos autopsicoanálisis a los que se sometía con fervor Bermúdez; siempre decía: -El psicoanálisis es un proceso de autoconocimiento, de desechar lo posible, alejarse lo más de la corriente, de la cascada a donde inevitablemente te arrastra la cordura estructurada de la cultura occidental arraigada en tu pensamiento racional-. Bermúdez probó varias técnicas para entender que pasaba con su inconsciente, meditación profunda por horas, fatigar su cerebro hasta la ausencia de azucares necesarios para procesos sinápticos coherentes. Sueños, escribir en cuanto acabará el proceso onírico con la reminiscencia aún fresca del inconsciente, libretas y libretas de cuadrícula grande atascadas de incoherencias en tinta morada; no había vestigios de un denominador común en todos esos apuntes poéticos. Y su viejo y querido amigo: el ácido lisérgico, la manera más fácil y segura de encontrar sus anhelos más reprimidos, la semiótica pura de los colores recién creados en el cerrar de parpados, su 4’33” estaba en todos estos autodescubrimientos, la música es el acople perfecto de sonido y silencio, misma jerarquía. 

12-oct-2009
Bermúdez:
Hola guapi, espero te la estés pasando bien este día de la Raza, estoy en un gran estado de ocio, no hay nada que hacer en el trabajo, por eso me tomé la libertad de escribirte este breve mail, sin razón o sentido aparente, pero nunca está por demás (supongo) este tipo de detallitos cursis de novios de secundaria, estoy increíblemente a gusto con nuestra relación, creo que eres el hombre más maduro e infantil que he conocido, eso es bueno, para mí, me gustan los pendejos, jajaja, ntc. Espero verte está noche, me urges bebé. Te amo.
                                                                                                                                    Toda tuya: Carmen.

Bermúdez no se encontraba satisfecho, había algo que le procuraba un insomnio diario, pensar y pensarse por horas en la cuasi alba procurada por el alumbrado blanco filtrándose por las breves grietas de sus cortinas. Estos soliloquios desesperados recurrían sobre todo a Carmen, la posibilidad de no estar con Carmen, la posibilidad de no fraguar el futuro con Carmen, los celos de Bermúdez trascendían el amor. La insatisfacción del inseguro, intentaba encontrar un destello ante los celos dentro de sí, en las libretitas de tinta morada que trasuntaban su alma censurada, pero nada, su inconsciente era un fantasma, nunca una dupla de ideas similares, quizá el mismo inconsciente las rechazaba para impedir la flagelación de un psicoanálisis concreto.
                                                                                                                                        17 de mayo 2009
Bermúdez:
Llevamos un mes saliendo, poco más de un mes y una semana de conocernos, y me siento muy bien contigo, no sé, sonará cursi, pero tienes algo que no había sentido en ningún otro hombre, un carisma, la chispa que le llaman, me siento sumamente feliz estando contigo, no mentiré, aún no es amor, pero puedo vislumbrarlo cerca, esas pláticas hasta la mañana son interesantísimas, Bermúdez. Espero que éste sea el comienzo de algo muy lindo, un abrazo y muchos besi besos.
                                                                                                                                                             Carmen

Bermúdez vio a Carmen por primera vez en la línea 2 del metro, dirección Taxqueña, ella se sentó en el cuarto asiento, en la misma fila de la banca, en ese asiento que divide las dos secciones de cuatro puestos cada uno, los separaba un señor gordo distraído en la lectura de El Gráfico. Carmen usaba un escote amplio que dejaba ver un tatuaje sobre su seno izquierdo, a la altura del corazón, el tatuaje era un corazón de trazos realistas y color tipo comic, Bermúdez cayó en un profundo estado de interés hacía la mujer que dejaba al descubierto su corazón, ella escuchaba música con unos grandes audífonos negros que contrastaban con sus finos y blancos rasgos, ojos negros de una hondura demente, al igual que el brillo en su también oscuro y lacio cabello. El gordo que los limitaba bajó en San Cosme, dando oportunidad a Bermúdez de deslizarse al asiento contiguo y quedar sólo separado por ese breve barandal de Carmen.  Carmen oía música a tan alto volumen que no fue difícil para Bermúdez distinguir a través del tamiz del audífono una Computer Love de Kraftwerk, acojinada. [Está mujer tiene de todo, esa belleza en luto de sus ojos me pinche hipnotiza, el simbolismo implícito en ese tatuaje no es una pendejada snob, y pinche Kraftwerk. Ella es para mí, sí tan sólo tuviera huevos para hablarle. Me va a rechazar lo sé, las mujeres como ella no dan ni una mirada a los raquíticos espirituales como yo, no, no le hablaré, me evitaré el rechazo.]Carmen sacó de su mochila una edición rústica  de Los cantos de Maldoror (versión bilingüe) y comenzó una lectura en lo que Bermúdez supuso sería la parte en francés del volumen. [No hay pedo. Le hablaré, ya no tengo nada que perder, excepto las chaquetas]. Bermúdez pasó de largo su bajada esperando pendiente algún movimiento de Carmen, está guardó su libro cuando pasaban la estación Zócalo, y se paró casi llegando a Pino Suárez, Bermúdez la siguió. Llegando al andén donde se exhibía una exposición fotográfica sobre personas con VIH, tomó una gran bocanada de aire, tronó su cuello hacía la izquierda y la tocó dos ocasiones en el hombro derecho con la punta de su índice:

-Amiga, disculpa, iba sentado junto a ti en el metro, y tu música se alcanzaba a escuchar, me pareció muy buena. ¿Quiénes son?- dijo Él -Sí, te noté, tu mirada me empezó a malviajar, por eso tuve que empezar a leer, es Kraftwerk.-dijo Ella-Perdón, no quise molestarte, es que tu tatuaje me llamó la atención, estoy pensando en rayarme y busco ideas, me dejó impresionado esa imagen, Kraft ¿Qué?- Él - Kraftwerk, espera déjame sacar una pluma y te lo apuntó, son alemanes y es difícil de entender- Ella.  Carmen Sacó de su mochila un bolígrafo de Hello Kitty,  sujetó la mano de Bermúdez y en el momento en el qué se disponía a escribir el nombre de la banda, Bermúdez la detuvo.-Espera, sé quién es Kraftwerk, soy fan, al igual que de Lautréamont, sólo busqué un pretexto para hablarte. Nunca habló con extrañas, ni soy un pinche ligador, es sólo que tu tatuaje, tu música, tu literatura, y esos ojos profundos, no podía perder la oportunidad, sí no lo intentaba me iba a sentir pendejo el resto del día-. Carmen vaciló unos segundos, y comenzó a escribir en la tinta rosa del bolígrafo de Kitty sobre la mano de Bermúdez su nombre seguido de 10 cifras numéricas, -llámame y platicamos y bebemos un café o algo, tengo prisa ahora.- Ella. Bermúdez respondió rápidamente. -¿Podrías darme tu mail, odio los teléfonos, soy malo hablando, estoy lleno de Lapsus y actos fallidos, me joden, prefiero el mail, cuando escribo, puedo eliminar la esencia de mi inconsciente en las revisiones-. Carmen lo miró con cara de fastidio, como diciendo “pinche idiota”, 5 segundos después se transformó en una risa, escribió el correo en la otra mano. –Eres interesante, por favor hagamos algo pronto- Dijo Carmen mientras besaba su mejilla despidiéndose. – Me llamo Bermúdez por cierto, todo un placer, te escribiré- Carmen se alejó perdiéndose en el mar de torpes existencias aleatorias del metro Pino Suárez a las 4:33 de la tarde    

25 de Abril 2010
Bermúdez:
No puedo creer que llevemos un año saliendo, y aún me siento feliz, no me he aburrido, eso es increíblemente raro en una mujer como yo, que se aburré de todo en dos semanas, creo que eres una persona muy especial, adoro pasar tiempo contigo y hartarme de ti y atragantarme de ti, quiero saber todo sobre las tendencias raras del buen Bermúdez, mi Bermúdez, mi celosito, deberías estar 100 % seguro de que yo soy toda tuya bebé, cuerpo y alma, jajaja, qué cursi!!! Besos amorcito, me voy,  aún no acabo los reportes, qué joda!!!. Nos vemos en un rato.
                                                                                                                                        Tu nena Carmen.
                                                                                                            P.D. compra hjugo, llevo Vodka J

Bermúdez se sentía completamente paranoico, el ácido lisérgico comenzaba a cobrar factura. El sudor frio y la desesperación lo mantenían las noches en cuclillas sobre su cama, meciéndose lentamente ante los compases de su muy favorita 4´33” del disco de aniversario, vómitos continuos engalanaban la noche, y esos interminables autopsicoanálisis que mantenían su mente girando y girando a más velocidad que el disco de John Cage. [La perderé, lo sé, mi felicidad está contada, mi felicidad irá a la puta guillotina, a LA PUTA GUILLOTINA, tengo que hacer algo, ¿qué? No quiero regresar al tedio, el arte únicamente está disponible para los del spleen eterno, pero a la verga, prefiero la dulce y calurosa comodidad de saberse rutinario, no quiero arte, quiero Carmen, quiero vivir, ¿qué debo verga hacer?, las entrañas de mi inconsciente son igual que todos, me ocultan la clave, la clave de mi verdad, de la prefabricación de verdades, la transmutación total de inconscientes, yo te descifró Carmen, Yo te pinche leo como un libro de texto gratuito de primaria, esos colores con sus sabores desabridos, el rojo no debe ser rancio, NO DEBE SER RANCIO!!!, a calmarme: repetir a mi amante predilecto: 4’33” de John “Fucking” Cage, el genio incomprendido]

La vida de Carmen y Bermúdez transcurrió como la de la mayoría de las parejas chilangas, noches de cafés terraza abrigadas por cigarrillos Delicados y pláticas sobre jueguitos inventados por los amantes: apodos y las historias que van generando esos apodos, besi besos sabor vainilla, sábados de cine, por lo regular el nuevo lanzamiento de Pixar en 3D, el amor no permite amplia actividad cognoscitiva en un film, domingos de hotel y Brandy, (las quincenas con Jacuzzi y Jack Daniel´s) días hábiles recostados en su cama (De él o ella, la misma mamada) viendo la repetición del episodio de la llamarada Moe de los Simpsons, y las dialécticas sobre la desabrida burocracia matutina que hace la posibilidad de una rutina romántica previsible.

Los primeros meses de la relación todo fue cariño y conocimiento, estabilidad y enamoramiento, los niveles de feniletilamina en ambos llegaban hasta lo ridículo, niveles críticos de miel y torpeza. La vida colgada a otro, alienación fundida de dos existencias alienadas a esas dos existencias per se, imposible distinguir, imposible separar. Bermúdez monologaba constantemente: [Está vieja es la neta, no soy guapo, ¿guapo? ¡Qué verga! Ni siquiera me acerco al promedio, soy horrible, mis putas facciones duras como el acero, piel de piedra pómez, mi mirada perdida, la del eterno ceño fruncido que recuerda ese clásico cartel de Charles Manson inmortalizado en suvenires para pendejos me-creo-muy-puñeteramente-rudo. Lo chido, de que cuando estás del pito físicamente y una hembra de la categoría de Carmen se fija en ti, es por el espíritu, tu puro espíritu. Eres alguien especial, vas a hacer una mierda grande, Carmen es inteligente, sus rayos X pasaron la facha de pocos amigos y encontraron al putito inseguro que disfruta de la poesía, que vive en mí. Sí, la amo, y bien cabrón.]
       

    28-mayo-2010
Bermúdez:
Ese disco que te regalé me está empezando a molestar, sólo hablas de 4’33”, te estás perdiendo, las drogas están destrozándote amor, eres muy paranoico, no sé qué te pase, estas como ido todo el tiempo, me asustas, creo que estás perdiendo el interés en mí, te la pasas dentro de ti, sólo tú, te vuelves egoísta, hubgo un tiempo en el que las cosas parecían tan perfectas a tu lado, me tratabas como una princesa, ahora sólo te importas tú, pasé al segundo plano, ya no me tratas como a tu novia, parezco un mueble, todo el día encerrados en tu casa, tú frente al televisor, o ese pinche disco de Cage, que maldigo el día en que te lo di, y yo, viéndote. Si tu actitud sigue así, me perderás, sin duda. Tengo necesidades, soy joven, y ya parecemos viejitos, la misma rutina siempre, me estoy aburriendo. Considéralo, la neta esto está muy chido y no me gustaría que la relación acabara por tu culpa, besos, te amo... pero cambia. 
                                           Carmen

El análisis hacía otras personas le parecía tan gratuito, él comprendía casi cualquier cambio de ánimo, cualquier gesto, en especial de Carmen. Bermúdez indujo que Carmen lo engañaba, su falta de revisiones del texto le habían dado la pista: HUGO. Ese nombre, mencionado en dos de sus epístolas hasta ahora. Al psicoanalista profundo no se le va ni una: “hjugo” y “hubgo” ¿coincidencia?, ¿dedazo? el hecho de que la “j” esté contigua a la “h”, y la “g” por arriba de la “b” podría ser una torpe justificación bien fundamentada de Carmen.  Bermúdez no caería, pero irremediablemente seguiría siendo presa de su psique distorsionado. Sólo 4´33” era capaz de tranquilizarlo, [si no es mía no es de nadie] los pensamientos irreales, de esos que transmiten el olor de los colores, se arremolinaban en su ultra lúcido psique. La verdad se acercaba cojeando lentamente, la revelación final [el anhelo de eternidad, congelar la sensación de ella recostada sobre mí, completamente desnuda y mía, amándonos apasionadamente, preservar ese instante para la eternidad, sólo la eternidad nos librará] Bermúdez duplicó la dosis de LSD esa semana, la verdad de su inconsciente estaba a la vuelta de la esquina. Oía 4´33” todo el tiempo, literalmente.

11-junio-10
Bermúdez: La pasé bien amor, comienzas a cambiar. Tu Carmencita. P.D. 38 Besi besos.
 [Estoy dentro de mí, logré entendernos, ella ahí recostado pensando en sus cosas, o en mis cosas, estamos unidos, no hay disolución de esencias, no hay marcha atrás, somos uno. Nos entiendo perfectamente, ¿ella somos una rama de mi consciencia o yo somos una rama de su consciencia o somos nuestra consciencia? ¿Qué importa? Lo único que importa es que nosotros soy tan 4’33”.]

22-junio-10
Bermúdez: lo siento, pero me siento asfixiada, no me reconozco, necesito mi vida, te amo, pero será mejor separarnos, la neta no está chido ya esto, hay que conocer más personas, salir más. Eres un hombre muy tierno, pero tengo que volar, aún hay cosas que debo hacer. Tengo ambiciones, y contigo no podré salir de esta unificación.  Siempre tendrás un lugar muy especial en mis  corazones, fuiste una gran parte de mi vida durante este periodo. Pero a seguir avanzando. Es lo mejor para ambos, estás tú también perdiéndote, tus experimentales procesos de transmutación psicológica carcomen tu vida en un paraíso que no es real. Linda época, gracias por todo, te recordaré con cariño.
Tu siempre amiga: Carmen
P.D. mil gracias por enseñarme a amar.

Bermúdez completamente dentro del psique de Carmen, no creyó ni por un segundo las falsas razones que ella daba, él sabía la verdad. Un robo de lo que más amaba no era algo que el tipo de hombre de Bermúdez aceptaría, [ un beso de plomo en la nuca, sin que sufra, no lo merece, sin que se dé cuenta, no le regalaré nervios antes del viaje a nuestra eternidad fundida, nos seguiré fielmente por el sendero de infinitud, quizá una descarga baste para ambos], tomó la 45 semiautomática que su padre le heredó y la copia del disco que Carmen le regaló unas cuantas semanas atrás, escribió con su tinta morada: Adios, en la portada de la caja del álbum. Salió a esperar a su amada al transborde de Pino Suárez, donde acostumbran poner exposiciones de pintura escolapia, consumió el último cartoncito impregnado de ácido lisérgico, aquel que tenía un dibujo del gato de Cheshire de Alicia.

A las 4’32” la vio acercarse a lo lejos. Bermúdez palpo la escuadra que guardaba en el pantalón junto al muslo, para cerciorarse de que aún estaba. Vio el álbum por última vez, en ese momento cayó una nota de Carmen del interior del CD que nunca había visto:

19 de Abril 2010
Bermúdez:      

Carmen
 P.D.

[La carta más hermosa que me han dado, tengo motivo para seguir viviendo y dejarla ir, tristemente no era para mí, pero me dio el regalo más hermoso del mundo. Comparable a  4’33”, al cartón con Cheshire. Soy especial, muy jodidamente especial, siempre te amaré Carmen]

Bermúdez se ocultó detrás de un puesto de periódicos para que Carmen no lo viera en el andén. Estaba satisfecho, encontró las respuestas que había buscado toda su vida. Se conoció esa tarde. Tiró discretamente su 45 en un contenedor de basura y emprendió su camino a casa.

LUIS VILLALÓN

martes, 12 de abril de 2011

NEGRO COMO REFRESCO DE COLA

Lo culero es que desde que empecé a tomarle amor a mi cámara fotográfica, mi vida comenzó a tornarse más inmunda, cada sesión fotográfica representaba un chiquero de bazofia corporal: vergotas, nalguitas, tetotas, anitos, todos apestosos, infectos, repugnantes. ¡Ah! Pero esos pinches putos críticos de arte cómo lo disfrutaban: –Señor Kuahuamín, ¡de dónde sacó toda esa inspiración, esa luz, esos detalles esquicitos! Y como buen hipócrita hijo de la chingada me la creía, decía que del amor, de los recuerdos abrumadores de mi escalofriante niñez, las tristezas de mis años pasados, vulgares aires de farolez. Para ser franco fui muy pero mucho muy pendejo en esa primera etapa, claro que no podía todo seguir igual, es decir, que siguiera de pendejo y no me diera siquiera cuenta de lo que en verdad estaba pasando justo en frente de mi cámara. Digo que mi vida es ahora más vil porque puedo darme cuenta de mi situación como fotógrafo de culos pelones y apestosos, claro, también de que la anatema no era una invención de una anciana moribunda. Pero bueno, por decirlo de otra manera, uno puede nacer en un asqueroso nido de cucarachas y pensar que esos desquiciados compañeros son la familia más bella del mundo, que te cuidan, que es muy normal que madreen a tu mamá y se parchen a tus hermanas mientras tú ves la tele en un agujero en medio de alguna parte de Chalco. Pero ya que creces y te das cuenta que tu familia es una mierda, es cuando tu historia horripila más a tus sentidos. Porque obvio ves que tu padre es un hijo de puta (literal) que debería estar muerto desde hace décadas de tanto beber mezcal ¡pero no! Ah que cómo aguantan esos hijos de la chingada y no sucumben hasta que no llega otro cabrón más hijo de la chingada y le revienta la mema con un pinche cahuamazo asesino (por eso me apodan Kahuamín). Pero bueno, total que no nací tan pendejo y conseguí una beca para estudiar la prepa popular, etc. A los 18 mi madre me dijo: - Vete y no vuelvas a este puto infierno, órale chamaco cabrón, a la chingada de aquí. Pues le hice caso y me fui a la chingada; a trabajar en denigrantes cadenas de súper mercados, o de comida rápida, hasta una vez chambié de albañil y por misteriosas sinrazones del destino que me toca arreglar el techo de una señora re que te pipiris nice, de unos 70 años de edad, como no es de extrañar que me enamoro perdidamente, a veces hasta creo que el amor era mutuo, porque digo, yo no era muy guapo, y ella estaba en su mejor momento, para ser sinceros si la amé bien pinche pasadísimo de verga, me fascinaba hacerle el amor de perrito, mientras le jalaba sus pellejitos que le temblaban en la nuca, en las piernas, en su culito que parecía de elefante. ¡Ahh qué recuerdos, se me hace agua la ñonga! Pero pues sólo me duró viva 3 años, creo que ya no estaba en edad de coger todo el santo día. No me dejó todo su dinero, pero pues sí algo, y lo más importante, la cámara fotográfica de su difunto esposo. Cómo me acuerdo cuando deliraba en su lecho de muerte, agarrándome de la mano, pues como ya dije si la amaba pasado de verga, pues aquella escena la recuerdo sensorialmente trastornada de tantísimas lágrimas, me hacían ver todo como con un lente borroso, acuoso que deformaba mi exterior y en mi pecho se gestaba un insondable desfiladero, obscuro como el culo de una pantera, negro como, como, mmm… ¡Un refresco de cola! Sí, negro como un refresco de cola. Pero si hay algo que recuerdo chido fueron sus últimas palabras: -Kahuamitito, pedazo de cielo, tú traes al perro dentro, esta cámara te salvará, sé el mejor fotógrafo de esta jodida época, esta cámara está embrujada, y… ¡Coff coofff COOOFF! Y que se pela mi bien ponderada anciana millonaria. Bueno, obvio no me terminó de decir lo de la pendeja execración-fotográfica y sí, luego me di cuenta de cuál era, pero muy a deshoras. Me percaté justo al ver a una pareja salir del cuarto de un hotel. Pero bueno, luego ya con varo me tomé un curso de foto, compré unas luces chidas, contraté unas modelos, acá, gordas, enanas, teporochos, maricones, de todo. ¡Ah! Las putas críticas a mis primeras expos, yo sintiéndome una chingonería. Y la maldición comenzó a hacer sus primeras macabras apariciones cuando empecé con los detalles corporales, que los surcos en las arrugas de la cesárea de una prostituta, en los pelitos del ano tan encrespados de aquel divertido teporocho, todas esas cosas que a nadie parecían gustarle. !Cómo vendían! Hasta me hacía amigo de los compradores, me invitaban a beber, con decirte que hasta un día me ofrecieron a un infante para que me lo cogiera por las orejas, pues la neta me abrí a la chingada de esa pandilla no sin antes rifarme sendos lineazos de coca de la ruda. Y bueno, los detalles… los detalles empezaron a obsesionarme. ¡Qué chulada! Cada sesión fotográfica duraba más y más, los pendejos de los modelos se desesperaban, les ofrecía el doble de varo, el triple, sudaban, se dormían, y comenzaba su cuerpo a chuparse, a amoratarse, como plátano de mercado, hasta que quedaban negros, negros. Cómo me daba asco ese puto olor a gonorrea primaveral, pero seguía con los detalles, que la vena de las manos, que el huesito de la pelvis, más y más primorosos destellos lumínicos, adornando el escuálido cuerpo de aquella que al principio era una gorda de 100 nauseabundos kilos pero que frente a mi cámara mutaba en una horripilante plasta succionada en sí misma; mientras yo cada vez con ojeras más pronunciadas, más testarudo, buscaba esos escondidos momentos luminosos. Pero al terminar la sesión, ¡nada! Se paraban como si nada, sanos, normales otra vez, justo como cuando habían llegado. Lo pasmoso era que en las fotos sí se apreciaban los cadáveres putrefactos (pensaba, puta maldición tan más chingona). Lo más lógico es que estuviera lunático, pero no era así, sólo que me apegaba cada vez más a mi cámara, como con mi primer tamagochi. Cuando quise llevar mi trabajo a su máxima asquerosidad solipsista fue en el hotel El Pistifiur, había un espejo enorme que los muy pendejos habían puesto en el techo para que te pudieras ver coger en contra-picada, lo recuerdo muy bien, escogí a una anciana, muy parecida a mi ex, ya sabía que se iba a poner pútrida y decidí aparecer yo en la toma, ya sabes, como un autorretrato. Como siempre se durmió, se amorató, empezó a oler a culo vietcongniano chamuscándose con napal Yankie. Yo viéndome también ennegrecer, foto tras foto, más escuálido, más repugnante, seccionando detalles, descuartizando ese horrible cuerpo rancio, y yo moribundo viéndome reflejado en el espejo cuasi-burgués, ensimismado, taciturno, admirando a la anciana y al fotógrafo terminando la sesión fotográfica, mirando cómo abrían la puerta del cuarto y yo me quedaba podrido y ennegrecido, como un refresco de cola en medio del puto desierto lunar.  

LEONARDO EGUILUZ

domingo, 10 de abril de 2011

LA PRIMERA PRISIÓN

Era un calorcito muy confortable. Todo el día nade y nade, duerme y duerme. No necesitaba dinero ni burdos empleos,  de esos que te dejan un sabor a parásito o a esclavo en el paladar. Sin duda  era la mejor época para ser (¿o no ser? Que los enclenques eclesiásticos lo decidan con sus filosofías de sumisión humilde). En cuanto el hambre se sentía, las proteínas y calcio entraban por mi ombliguito, ni siquiera era necesario quemar calorías en masticar. Me encontraba recluido en mi perfecta estancia de soledad, la soledad predilecta: sin estar unida a la sensación sofocante de desamparo u otredad pestilente. Tenía todo el tiempo para concentrarme en mis cosas, en mis ideas, forjando mis propias razones, o simplemente entretenido oyendo a los de afuera y sus crisis auto-optadas: los desamparados. Esfumaba los días revolcándome gustoso en mi muy lindo egoísmo, la cosmogonía se reducía a mí: como debería ser siempre.
El tiempo no transcurría en ese vaivén de estómago nervioso (licuadora de ácidos gástricos) y gargantas resecas en insuficiencias. El tiempo ni siquiera transcurría. Esto es la utopía: sólo solo. A veces se escuchaban por  fuera  voces actuadas, simulando una enfermedad mental o una carencia de gónadas, me gustaban, parecían muy amables, al parecer yo les gustaba mucho, yo era una gran atracción en algún zoológico espacial. A veces era enfadoso sentir cómo se pegaban a mi pared, estresaba, me sentía observado, mis primeras paranoias, se reducía mi ya de por sí reducido espacio vital, intentaba alejarlos a patadas, pateaba y pateaba con todas mis fuerzas esos carnosos muros, al parecer esto fracasaba; simplemente reavivaba su morbosidad hacía mí, descubrí que al quedarme cayado en el momento de sentir esa presión en el muro, el depredador desconocido se alejaba al poco tiempo, quizá creyendo vacío mi recinto. A veces música de Beethoven o Mozart se escuchaba muy cerca, como sí las bocinas estuvieran pegadas en el cuarto contiguo. Me gustaba, era muy relajante. Aunque se me antojaba algo con más tamborazos, algo que me permitiera jugar un rato al nado sincronizado. En ocasiones se oía ¿acaso Creedence Clearwater Revival?  A dar maromas. 
La vida pasaba sin complicaciones, era la tierra prometida: feliz feliz feliz feliz feliz feliz feliz feliz feliz. Hasta que llegó ese día tan horrible: me encontraba profundamente dormido cuando sentí como el agüita comenzó a drenarse, se escucharon gritos y tensión fuera de mi celda, al parecer había concluido la condena más bella, la condena en el paraíso. Me querían llevar libre, mi celda comenzaba a comprimirse, el cuarto autoconsciente me empujaba  fuera de sí. Querían llevarme a esa tierra de ocupación inútil, tapizada de desamores y enfermedades,  con la enajenación y el ensimismamiento crudo flagelando día tras día tras día el raquítico espíritu. Ahí, donde dejas de ser único y te ves obligado a cambiar el cooperar por el competir. Donde tu única arma es buscar aprobación a toda hora, donde te corrompes en amoralidades que usan máscaras de pureza y virtud. Ahí, donde comienza el cronómetro a la locura. No me sacarían tan fácil, al menos no sin darles mi última pelea.
Después de un largo rato la habitación estaba completamente reducida, las paredes  me empujaban a mi indeseada libertad. La puerta se abrió. ¡Mis ojitos! Duele, duele mucho. La luz, horrible regalo. Como limón en la pupila. Tantos colores, tanta confusión, náusea. No saldría, me aferré con las pocas fuerzas que quedaban después de una larga estancia de atrofio. Agarré con todas mis fuerzas la carnosa pared, seguía empujándome, no pensaba salir, la lucha se prolongó bastante. ¿Horas? Intentaron drogarme, introdujeron fuertes sedantes en mi conducto de alimentos, desaté con todas mis fuerzas mi última reserva de adrenalina, aminoró el efecto de la droga, sin embargo, mi espíritu de luchador se iba desvaneciendo. Me quedaba poco tiempo, uno de mis pies estaba afuera. ¡Allá afuera estaba helando! Mis uñitas seguían aferradas a la pared. De pronto algo tomó mi pie, intentaba sacarme con todo su poder. ¡Era mucho poder! Era el final, no podía seguir luchando, hice lo más razonable en esos momentos de desesperación mortal: tomé ese ducto por donde se suministraba mi alimento y lo enredé firmemente a mi cuello. Suicidio: la única solución viable en ese momento. Si no lograba asfixiarme hasta la muerte antes de que me sacaran, por lo menos, con la fuerza ejercida por ese custodio sin rostro, se reventaría mi tráquea en un festín de sangre nueva y emancipación.
Me sacó con éxito, contrariando mis presagios no me autosofoqué ni destrocé mi laringe.  El custodio de blanco logró cortar la cuerda  en el último segundo. Yo estaba semiinconsciente,  el aire no llegaba a mi cerebro, el frío se apoderó de mí y se sazonó con el miedo que me provocaban tantos gritos. Él me golpeó, supongo para desquitar el coraje de la lucha que le había dado, rompí en llanto y caí en coma con mi soga ornamentando mi casi pulverizado cuello. Cuando desperté me encontraba en un pequeño cubículo cristalino aislado, alrededor se adivinaban otros ex presidiarios del placer en cubículos iguales. Hacía frío, una manta medio sucia me cubría, aún me encontraba debilitado por mi infructuoso suicidio, mi manguera de proteína había desaparecido, necesitaba energía. A lo lejos vi a dos gigantes, uno con bigote y una giganta con cabello largo y rizado. Parecían concentrar toda su atención en mí. Al parecer estaban felices. Pensé: ¿me harán su esclavo? Al instante en el que me desmayaba, otra vez un coma. Comencé a ingerir mi calcio y proteína a través de un frasco que contenía un líquido blancuzco, una custodia de blanco lo servía varias veces al día. Era difícil adaptarse, sabía mal.
Pasadas 3 horribles noches de traslados incoherentes con los gigantes y a la celda de cristal, me recuperé por completo. Mi cerebro quedó un poco dañado por el intento de suicidio, nunca volví a ser el mismo, mi capacidad cognoscitiva supongo que no se vio afectada (tanto (retraso mental)), años más tarde estudios clínicos lo revelarían. Sin embargo las aptitudes psicomotrices no volvieron a ser las de antes: fui torpe y lento al correr pese a mis largas piernas, mis reflejos  no eran del todo buenos, fui pésimo en cualquier tipo de deporte o actividad física, siempre la última opción en el equipo de fútbol del parque a las 4:00 pm. Supongo que  lo lento y pastoso de mi voz también se puede adjudicar al daño cerebral. Quizá también recibió un grave impacto la parte del cerebro encargada de facilitar la cosecha de relaciones sociales (o quizá simplemente me avergüenzo de mí mismo  y me recluyo en mis destellos  antisociales, es más fácil así evitar el rechazo).   Por suerte adquirí destreza en las manos que me permitió entretenerme en Supernintendo y posteriormente guitarra. Me adapté.
Sí, yo fui un bebé suicida que fracasó, me acostumbré a la vida libre, a veces las cosas van bien, otras van mal, qué importa. A veces estoy alienado y zombi, a veces me regocijo en las fauces mismas del arte y de los placeres del hedonismo y el erotismo. Me destrozan el corazón, me aman con locura insana. Spleen y algarabía o alegría y euforia. De eso se trata: dualidades. Vivir per se. De saborear cada jugoso gajo de experiencia, cada teta besada, cada paisaje decodificado, cada vino embuchado, cada muerte cercana prematura, cada nota del estéreo al volumen 28, cada frase de Cortázar, cada mala noticia que te persigue hasta en sueños,  y las noches, y esas noches de sollozos sin razón. Aprendí a mamarle la vida a la vida. Irresponsabilizarme. Al fin y al cabo siempre tendré la opción, la magnífica opción del cañón en la sien y regresar a mi primera prisión, prisión paradisiaca, sólo que esta vez los gusanos devorando mi vesícula biliar serán el líquido amniótico.
LUIS VILLALÓN 

viernes, 8 de abril de 2011

CEFALALGIA

Era una historia lúgubre, una de esas tristes y dolorosas historias
que con tanta frecuencia y sin percibirse, casi en secreto,
se desarrollan bajo el sombrío cielo petersburgués.

Fedor Dostoievski
Humillados y Ofendidos


Regresando al Café el Polular.  Tarde de jorobado: lleno de músculos hechos torcidas raíces. Respirar hondo o pararse recto resulta imposible, casi como besar en la boca a la gorda albina encargada de dar las cuentas. Siempre el mismo asiento libre en la barra frente a ella, siempre de malas, tosiendo, estornudando, escurriendo amarillo Van Gogh por las comisuras de sus repugnantes pliegues, colgándole cual collar de ajos, empapándole su ceñido y rojo vestido. Insegura por dentro amarilla por fuera. Se necesita tener muy poco tiempo de comida para aguantar su diáfana lluvia de gotas salivales en tu sopa de lentejas. ¿Preferible esperar parado quince minutos? Por supuesto que no. A ver, quiero sopa de lentejas, arroz primavera, cerdo en chile chipilón con un huevo de mamilongo encima. Por fa; o qué. Mmmhhm. Mejor un bistec a la ñeronga por fa. Y otra vez recordando que tiene como 7 meses que no lloro. Constipado, estriñido, metafórica y literalmente por supuesto. Y que el otro día se me ocurre ir con una amiga para contarle todo, que me siento mal, pensando que iba a poder llorar. Que me iba a abrazar, y que el sentimiento me inundaría el pecho exprimiéndome una que otra lagrimita. No pues nada más nunca llegó a la cita, y yo pues que me pongo a escuchar a Shostakovich, nada más para ver si algo pasaba, aunque fuera la susodicha tristeza rusa. Nada. Y que me acuerdo de Tyler Durden y que voy a una clínica para retrasados mentales (para no verme tan copión). Sólo de acordarme se me eriza la piel, tantos niños tan felices, tanta filantropía mexicana. Nada. Pues la situación era ya insoportable. Sí me podía reír, claro. Hasta lloraba de la risa, pero no es lo mismo, no me sentía bien, era como si hubiera tomado un litro de pulque de jitomate sin pulque. Pues acudí a la clásica maña de años. Me puse a cazar mariposas “bien puto”. Corría por la pradera verde, con mis shorts cafés, calcetas cafés hasta las rodillas, boina hacia atrás y botas de casquillo negras. Lo recuerdo como si hubiera pasado hace un rato. La naturaleza vasta, ensimismada, inexpugnable y presumida; el viento competía dejándose oír con su aliento inmenso, inconmensurable, invisible y muy chistoso. Mi red se encrespaba con sus estocadas, flotaba como el vestido de una tehuana parada en las rendijas esas que están en la calle sobre el metro, esas que me da miedo vayan a ceder mientras paso por encima de ellas, las que cuando pasa el transporte fugaz a través de las catacumbas urbanas, soplan una ventisca miasmática. Y que agarro una mariposa con todas las alas rotas, sólo para luego dejarla ir “bien puto”. Y me regresé a mi casa a leer a mi buen amigo Dostoievski, tan sólo para darle otra oportunidad a la ya mencionada tristeza rusa. Nada. Bueno para terminar resultó que si me puse a llorar, en el baño, solo e inerme. Salió el agua fría, la regulé a placer. Me enjaboné, me enjuagué y que me pongo a chillar como en los viejos tiempos “bien puto”. Y pues no fue la gran cosa. Ahorita tengo esta insoportable cefalalgia, la gorda amarilla me tose a unos 40 cm de mi cara, 25 cm de mi sopa y termino pidiéndole la cuenta.

LEONARDO EGUILUZ

GOMITAS DE DULCE EN FORMA DE GUSANO

Ella parecía interesarse en mí, no sé por qué. Yo aparentaba ser lo más grotesco y estúpido posible para mantener a raya a ese mar infinito de moldes clonados y aburridos que llamamos personas, me desesperan: sus rostros pálidos pero con mejillas rosadas, sus ropas de colores vivos y brillantes que torturan mis ojos ictéricos, su carencia de aspiraciones trascendentes (como orinar en un Dalí o crear un nuevo subgénero del reggaetón y metal) y su asqueroso autoconvencimiento  de utilidad para no profundizar en su concentración de pequeñez.  Ella reía al oír mis comentarios tumultuosos sobre violación a koalas o mis incansables planes para hacer una masacre en la universidad con lápices del número 2 y chicle Bubbaloo de cereza. Creo que era de los míos, el cuadro mental y moral del sociópata resistolado a una ternura increíble hacia la humanidad y filantropía destilada de nobleza sobria (después de todo sólo es inseguridad y cobardía). Empezamos a platicar. ¿Temas? Improvisaciones burdas. Disfruta ver videos de mujeres amamantando animales, es deliciosamente única, es como esas magas que encuentran hobbies apasionantes. Como las mujeres que consiguen un empleo en la fábrica de gomitas de dulce en forma de gusanos, o las que pasan 7 años coleccionando fotos de fábricas de gomitas de dulce en forma de gusano (sí, por eso se llama así). Nos caíamos bien, aunque los horarios de clase sólo nos permitían cruzar palabras por 4 min cada 4 días. Así se conoce bien a las mujeres, no te pueden aburrir de esta forma, ni chantajear, ni muerte, ni falsedad, ni sesos embarrados en un pedazo de post-it amarillo con una receta, irónicamente, para preparar quesadillas de sesos, ni enamoramientos despostillados. Nos llevamos bien.  Nuestras pláticas se tornaron sexuales. En una ocasión le comenté que la verga de los perros parece un lápiz labial, le pareció gracioso, tanto que en una ocasión encontré en una página al azar de mi cuaderno, escrito con su letra: “Tu pene es un labial perruno”, bastante perspicaz la niña. Me cuestionaba sobre mis hábitos sexuales, cómo me gustaba coger y esas cosas, yo respondía, pocas veces regresaba la pregunta, no sé porqué. Me preguntaba sobre las características de mi verga: color, tamaño, forma. Yo contestaba lo más objetivamente posible. La cuestioné sobre su chocho, dijo que nunca lo veía, pero que rasuraba su pubis, me pareció apetitoso. Le pregunté sobre el color de sus pezones, me dijo que eran como cafecitos, estiro su blusa para cerciorarse, yo eche un vistazo, sí, color caoba, del tamaño de una moneda de diez pesos, volvió a estirarla permitiéndome ver otro poco más, se me paró mientras la clase de literatura latinoamericana transcurría sin mayor interés.

Llegamos a este cuarto de Hotel barato, muy nuestro estilo, $210. La única ventana, ventana grande de unos 2m altura x 4m de ancho, nos brindaba una vista magnífica hacía una avenida de 3 carriles por sentido separadas por un camellón con arbolado frondoso de destellitos blancuzcos sobre el verde oscuro qué imprimía la noche despejada, me gustaba en particular la otredad bizarra que brindaba el espectacular de enfrente sobre papas fritas protagonizado por un niño chimuelo y una anciana, dejé abierta la cortina, quizá ayude a algún voyerista. La habitación estaba en un tono azul pálido, sobrio, me gustó. La lamparita con posibilidad de regular la intensidad de la luz me pareció un detalle forzadamente romántico, sin embargo, siguiendo el juego, la bajé hasta un cuarto de intensidad simulando el efecto que las velas proporcionarían. Un cuadro cubista de dos amantes desnudos besándose apasionadamente rompía lo poco romántico que podía caber en esa habitación, fue motivo de risa, ante la obviedad de la carencia de tacto artístico. La televisión (de control remoto (qué también manipulaba la radio) pegado al costado de la cabecera) contaba con canales pornográficos. En lo que ella pasó a checar el baño y probablemente una meada, sintonicé una porno de un negro con una asiática y una rubia, me pareció interesante el collage carnal de sexo interracial presentado: tetitas, tetotas, puchas afeitadas, vergota desgarrando a la pequeña nipona, besos lésbicos y una mamada por parte de la nipona a la gringa. En lo que ella terminaba de prepararse puse en mi iPod con ayuda de un cable RCA puenteado al televisor, solo audio, sin quitar las imágenes de amor interracial, a Charlie Parker: Loverman. Se veía muy armonioso todo ese Hardcore de sexo anal y mamada lésbica transmitido en la pantalla con esa canción tan lenta, suculenta  y romántica sobrepuesta sobre los previsibles gritos de placer y dolor.  Al fin salió, antes de que pudiera siquiera abrir la boca, la sujeté de la cintura desde atrás, comencé a besar lentamente ese fino cuello, abriendo un poco los labios y dejando un poco de saliva fría, mi miembro se rejuntaba a sus nalgas, mientras mis manos iban subiendo lentamente por debajo de la playera hasta el borde de su bra, volteó el cuello bruscamente buscando con sus labios los míos, nos dimos un largo beso, a la mitad abrimos los ojos supongo que al mismo tiempo (estábamos conectados carnalmente);  nuestras miradas eran duras y gruesas pero fijas y cargadas de deseo, mis manos se deslizaron por debajo del bra, comencé a dar pequeñas pellizcaditas a sus pezones caoba mientras notaba sus pupilas dirigirse hacia atrás del parpado, le quite la playera mientras le daba la vuelta y me sentaba en el borde de la cama sentándola a su vez sobre mi regazo (así me las gasto). El beso prosiguió mientras ágilmente (y sorprendente hasta para mí) logré zafar con una sola mano el broche de su sostén. Mi boca se deslizó tiernamente por su cuello hasta alcanzar los tan anhelados senos. Me concentré primero en el pezón izquierdo (soy anarquista) succioné lentamente pero con firmeza ese pezón, pude sentir como se erectaba dentro de mi boca, jugueteaba con mordisquitos suaves que la hacían gemir, mientras la sostenía firmemente de las nalgas, y de reojo, veía sobre su cuello alternadamente la película porno y su espalda y su tanga negra sobresaliendo por el espejo de enfrente(toqué la batería un tiempo, por eso me las gasto y tengo coordinación para llevar ritmos diferentes en cada extremidad). Repetí la operación con el pezón derecho, cuando mi lengua llegó a él, éste ya estaba durito. Cuando regresaba mi boca a la suya, violentamente me empujó dejándome recostado bocarriba sobre el colchón, ella comenzó a besar mi cuello, mientras desabrochaba mi cinturón, fue bajando su lengua fría por mi pecho mientras me desabotonaba y bajaba la cremallera  (seguro también tocó la bataca) sujetó firmemente con su zurda mi polla bajando el prepucio, mientras casi al instante su lengua circulaba lenta y sabrosamente por todo mi glande, empezó a chaquetearme mientras su lengua patinaba sobre la pista de hielo que era mi cabecita. La mano se fue alejando poco a poco para dar lugar a su boca, fue cubriendo la mayor parte de mi verga con su boca, se la metió hasta la mitad, en un vaivén continuo de dentro fuera, cerré los ojos y disfruté. Después de unos 3 minutos se detuvo, la miré, tenía una mirada cargada de perversidad, subió para besarme, cuando estaba a punto la detuve con mi índice en sus labios, le dije: -me toca-. Invertí los papeles, la recosté sobre la cama, bocabajo, comencé a besar su espalda bajando, mientras intrépidamente desabrochaba su cinturón y bajaba su pantalón, le dejé esa tanga negra, se veía riquísima, besé sus glúteos, los mordí suavemente, intenté inútilmente meterme todo el izquierdo en la boca, por poco me atraganto. La volteé, no le quité la tanga, sólo la hice a un lado deteniéndola con el borde de la mano mientras el índice y pulgar separaban esos carnosos y rosaditos labios. Me puse a lo mío, encontré su clítoris, tamaño promedio, comencé a hacer círculos con mi lengua, conformé progresaba sus gemidos eran más continuos, cambié a la clásica técnica de dibujar el abecedario con mi lengua sobre su húmeda y acida carne; cuando llegué a la “M” se mojó inconteniblemente. Me tomó del cabello y me subió inmediatamente a sus labios (los de su cara y eso). Cuando el beso comenzó, nuestros genitales simbióticamente se juntaron, la penetración ocurrió sin previsión alguna, mi pene resbaló sin obstáculo por ese sendero completamente aceitado y deleitable, comencé con embestidas lentas y potentes, era como un acorde de guitarra eléctrica con distorsión que se queda sonando, una sinfonía completa de fluidos románticos, desconecté todos mis sentidos, sólo el tacto de mi verga funcionaba, aprehendí cada azarosa comisura de su interior, cada vez que estaba a punto de salir mi prepucio cubría mi glande, cuando entraba lo desencapuchaba,  ¡Glorioso! Aumenté el tempo de la cogida, el sudor pegaba nuestros torsos. Su orgasmo estaba a punto de llegar, arremetí con turbo, empapó gloriosamente mi pene. Gritó, fuerte, muy fuerte y rico. Es mi turno, la levante, la volteé e hice que parará ese culo firme y blanco con marcas rojas de mis manos, la libido me poseyó, arranqué como un pinche demente esa tanga negra, y la embestí desde atrás (por la vagina, no soy partidario del templo de Sodoma) la embestí con furia y rápidamente, ella ya había tenido un orgasmo, quizá dos, no sé si la mamada surtió efecto, era mi turno, me concentré en esa pose, en el espejo y su cara de dolor-placer, sus tetas colgando y bamboleándose armónicamente con cada caderazo certero que asestaba, pasaron como 4 minutos y me vine, saque apresuradamente mi verga y eyaculé sobre ese exquisito culo, una fuente de semen, no había cogido así de apasionadamente en meses.
Al instante de recuperar la lucidez después del clímax, ella se esfumó, literalmente, se desvaneció en una nube rosa de olor frambuesa, se disipó en el aire, dejándome una grata sensación, el cuarto se arremolinó en un trasfondo negro perdiéndose en la nada, todo destruyéndose y haciendo un crujir infernal, la música de Parker se transformó en un estruendo de maderas y cemento desquebrajándose. Vi la tele explotar, y yo tan solo, indefenso, desnudo parado en nada, ni siquiera color, todo negro, pero me distinguía, sólo podía ver mis propios colores. Después de 7 segundos de desesperación e inseguridad caí en cuenta de mi actividad onírica diurna, me vi parado en mi cuarto, frente al espejo, con el sol asomándose por entre las cortinas, mi ropa puesta, sólo una proyección más, el sueño diurno más denso que haya tenido en este estado de vigilia total, lo más extraño es mi sobriedad de por lo menos 72 horas, y el hecho de que nunca he consumido una droga psicotrópica. ¡Chale! Mi imaginación se hace pesada, me lleva a la alucinación optada, todo tan real, incluso puedo percibir una mancha de semen vislumbrándose por mi pantalón, lo más extraño fue esa tanga negra rota que encontré tirada junto a mi cama, aún la conservo.      

LUIS VILLALÓN