martes, 7 de octubre de 2014

LA ABOLICIÓN DE LA MORAL (fragmento)



Regreso a mí mismo, la sangre en mi mano ¡Dolor! Mi verga lacerada, soledad, una desesperación que empuja la caja torácica desde adentro. Una úlcera que intenta escapar abriéndose paso por la carne, pateando las costillas, mordiendo, rasguñando. El cuerpo contorsionándose en el suelo, espuma en la boca… Ella gime, el placer la embriaga de euforia. La simbiosis perfecta de los amantes, las extremidades acorralándose mutuamente, la pasión que desprende a dos seres de lo terrenal; que aparta a la mujer que amo de mí, que la funde en una pupila dilatada, una otredad incomprensible por la cual daría todo por poder hacer referencia en primera persona. Me impongo como mi propio juez y verdugo. La miro frío mientras se baña en éxtasis con otro. Mi alma titirita, mi cuerpo se rehúsa a doblegar, me agarro la verga y la halo, la herida abierta, la sangre escurre, tibia, lubrica. Busco desesperadamente el placer en el odio, en el dolor, en la impotencia. Mi mirada estampada en los cuerpos desnudos, el amor…, el odio. Los pensamientos revolcándose en su propia mierda. El voyeur masoquista cubierto de fantasmas sádicos. Una evolución, quebrar los límites de mi propia consciencia. El asesino consumado, tan tímido que le es imposible matar, albergar la semillita del suicidio, fertilizarla, sujetar la verga hacia arriba y orinarse en la cara, una carcajada infantil. Ella se ve preciosa, los anhelos de un esquizofrénico, las madrugadas de un desempleado, el arcoíris en un charco con aceite. Él…, él me enseñó la indiferencia, a distinguir un artículo de un pronombre con una sola tilde, las pausas dramáticas, sincopadas, que son dadas por el uso correcto de, nuestras buenas amigas, las comas; la paciencia del cadáver. Mi voluntad obliga al odio a desvanecerse, ponerme al tanto de mi insignificancia, ser el tapete de los demás sin alardear de mi superioridad, el bálsamo de una subjetividad majestuosa: yo, yo, yo, mío, mi, mí. Ella se desmaya, o al menos eso propongo porque yo me desmayo, los ojos bien abiertos, una eternidad que pasa en segundos y es ella, no hay ninguna situación concreta, no hay contexto. Ella. Con todas sus emociones mezcladas, sin emociones. Ella. Ni siquiera como una representación mía de ella. Es ella, a secas. Un tipo de realidad alterna (si eso pudiera explicarse en esa realidad) donde no hay nada más que ella. Sin expansiones. Sin omnipotencia. Ella, tal cual es, cruda, abarcándolo todo sin cursilerías de libros fucsia  con título en cursivas doradas. Sólo ella. Otra configuración de la realidad. Despierto. Eyaculo. Sangro. No tengo Kleenex. Pienso en ella. Dormito. Ella.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

ESTRELLA


Mientras contemplas la estrella solitaria
recuerdo ese sol extinto antes de tu nacimiento
y a ese planeta a la distancia exacta para albergar muerte,
impresa en su cielo.
Esa hermosa verdad repetida compulsivamente en revistas.
Los niños lloran
extraños objetos punzocortantes encuentran asilo en tráqueas,
violentos ídolos celebran la aniquilación.
Te pones metafórica,
el brillito en el cielo.
Pasividad, ensueño, esperanza...
Los corazones detienen su marcha.
No hay nada,
salvo belleza.
Una belleza fortuita que brota de la nulidad.
Floreciendo una vez que no hay ninguna consciencia para apreciarla,
para vulgarizarla,
remojarla en formol y venderla como maldad.
La única estrella en el firmamento es la recompensa de una dulce muerte tras una vida dada a la pasión.

jueves, 19 de junio de 2014

SUELAS

Para Blanca González


Marchábamos hacia un impostergable barranco, mudos, solos; la hierba seca acariciaba nuestras suelas, los pasos aterrados gimoteaban impotentes. El gran desfiladero estaba a pocos metros, ni mil montañas se interpondrían en nuestro vano naufragio. Esa tarde me consentiría ver las demás caídas, mezquino me detendría un poco, justo antes de aventar mi existencia por ese inevitable abismo; contendría mi andar, sosegaría mis movimientos, los escasos segundos que me quedaban serían tardos, gordos, a lo más: un minuto. Allí, antes de vestirme con esa mueca de horror previa al vértigo, miraría a los lados, sonreiría de pánico, expondría mis viejos dientes al aire, una embustera lágrima humedecería una de esas almendras siamesas que tanto me habían mentido. Desesperados, los dedos de mis pies comenzarían a destrozar la parte frontal de los zapatos negros, dentro de esos viejos contenedores de extremidades, mis falanges escarbarían, buscarían hacer un camino. Usando esas amarillentas uñas largas roerían las paredes del zapato, se abrirían paso y, una vez expuestas a la luz, se encajarían a la tierra. Las garras perforarían el suelo, partirían pequeñas piedras para asirse unos segundos, como un ave a las ramas se empuñarían al filo del acantilado; sostendrían todo mi cuerpo, se doblarían por mi peso, pero aguantarían sin quebrarse; mis pezuñas, casi de madera, me regalarían decenas de segundos, tiempo suficiente para contemplarlo todo. Observaría a los millones de cuerpos arrojándose por el aire, trajes, faldas, pantalones, vestidos; todas esas personas cayendo deliberadamente en el filo de nuestro tiempo, internándose en un espacio sin fondo; nunca se percataban de lo ausente del suelo, mantenían su marcha, movían sus pies con normalidad; esos millones de rostros sonrientes caían, se desplomaban en el suicidio más pasivo. Moriríamos de cansancio, tanto andar por los aires nos exterminaría; cadavéricos buscaríamos nadar o volar, recordaríamos tal vez aquella hierba seca que alguna tarde lamió todas nuestras suelas.

miércoles, 7 de mayo de 2014

MEMORIA DE PERRO

Veo el papel higiénico ensangrentado.
No me duele el ano.
Asumo que la sangre vino desde algún intestino roto.
¿Ir al doctor? 
Me lo sé de memoria,
como poesías de Sor Juana 
memorizada para ceremonia de primaria:
Debes dejar de beber,
adiós al aceite 1-2-3.
Bicicleta...
Escojo comodidad.
Ni siquiera me disculparé con mi futuro yo.
Ese pendejo en ostomía de tres piezas.

domingo, 4 de mayo de 2014

DE PAR EN PAR

Mis mortuorios dedos sujetaban débiles el viejo lápiz, veía esas hondas marcas de mordidas en el metal que algún día sujetaron una goma; escribiría mi última carta, aquel sobre lo había guardado hace años entre mi libro favorito: El corazón de las tinieblas. El papel esperaba paciente a ser dibujado por la chata punta de mi lápiz, antes pensaba que me esmeraría mucho al hacerla, le pondría pequeños detalles, letras de molde, colores, copiaría una estilizada tipografía. Claro, el mensaje era lo más importante, pero quería algo más, deseaba que la carta estuviera lejos de lo precario, pretendía derrocar susceptibilidades. Siempre pensaba en el orden de los sucesos, cómo hablar de mi amor por ti sin extraviarme; en ella quería ceder, arriesgarme, no padecer. Era un cobarde, me ahorraba el fastidio al máximo ¿para qué sufrir? Sabía que debía darle cause a todo ese basurero oculto en mi cabeza, expulsar con el humo de las letras ese enjambre que me atormentaba. Pero ahora, tendido sobre estas ruinas sé que mi vida la tiré a la mierda, sólo debía haber escrito esa carta, entregarla y partir, eso por lo menos hubiera tenido sentido, sin embargo fue al revés: te desterré, te suplí con cosas, las cuales ahora están deshechas, “el mundo está lleno de arrepentidos”, decía mi madre, y yo aquí me deshago en magros arrepentimientos. Nada puede cambiar mi situación, la sangre ha empapado las mangas de mi camisa morada, recapacito en toda esa estúpida existencia sin riesgos, de empleos con salario fijo, miserables prestaciones, múltiples regaños, pantallas de plasma empotradas en la pared. Había sido un conformista y ahora me conformaba con este fétido suicidio, ni el amor me había salvado de mí mismo; sobrevivir era ya un puerto en llamas y aun así no quería ya nada sino morirme, pero no sin haber terminado esta maldita carta:


Sentirás la textura del bordado peruano, recorrerás con esos difíciles ojos de amblipígido el diseño del sobre. Esa forma de chullo te hará conocer mi afición por los sombreros; tu memoria se inclinará sobre esa vetusta noche en la que me dijiste: “tienes que ser mi novio”; recordarás que rodeados de fumadores de marihuana no contesté nada, me quedé pasmado, quería evitar sufrir y sufriendo me despedí de ti. Contabilizarás las pocas veces que me viste en tu vida y te preguntarás: qué hago yo aquí leyendo la carta de este bastardo engreído. El haber leído la palabra “bastardo” te hará querer leer más, y encontrarás palabras divertidas como: “imbécil”, porque también rememorarás esa cálida tarde afuera del Tren Suburbano, en la que ambos esperábamos una señal, un roce, una caricia y no hubo mas que un adiós. Se te ocurrió que tus fotos en Facebook con tu nuevo novio me harían apartarme aún más de ti, pero fue al revés, más desesperado terminé, y en el acto más estúpido dejé todo, hasta a mí mismo, tú sabes, para ceder, sólo así estaría tranquilo. Evocarás esa mañana cuando te dije que desde niño yo ya sabía que viviría el fin del mundo, y sabrás que así será, conocerás un inmenso mar de fuego sobre tu rostro, sentirás tus muslos y senos arder, derretirse, mirarás a las flamas masticando tus ojos, escasos serán los segundos de tu infinito dolor, y ya no serás más, ya no podrás conocer más, y yo estaré escondido en un lejano dique escribiendo esta carta con la venas abiertas de par en par, como puertas, o bocas de peces fuera del agua, desparramando ese pulque carmín que es la sangre.

jueves, 10 de abril de 2014

VISIONES III

Todos escogen su propio infierno: manicomios, prisiones, hospitales, fábricas, corporativos, oficinas, tribunas; mismo infierno, diferente ornamento. Mira fijamente el radiante destello en los ojos de tu hermano cuando oprimas el gatillo. Rojo. Una parcela de percutores. Los cañones mimando tu sien. Cien sienes. Los egos como pirañas caníbales nadando en su caldito de ácido nítrico. Filtrando, respirando el plomo en el oxígeno. Branquias con bronquitis. Hasta que todos los valores expiraron. Una libertad despejada de toda culpa brilló en cada corazón. Todos recién nacidos. Bebitos lindos. Todos fueron demasiado tímidos como para dirigirse la palabra. Todos fueron muchísimo más de lo que pudieron aparentar. Todos fueron carcomidos lentamente por una saludable envidia. Los hígados enfermaron del más inhumano de los sentimientos más humanos. Nos volvimos misóginos. Creamos Dioses y metanfetamina. Besos y retretes. Humanidad ocre. El sueño terminó.

martes, 1 de abril de 2014

VISIONES II

Postrado en la cama. Enfermo. Mi incapacidad ahogándome de vida. Tullido. Los órganos croando, crujiendo.  Fiebre. Dolor. Mi cuerpo supurando infecciones por cada fosa. Una masacre acontece en mi interior. Un país, sangriento, petulante, sádico. Hermoso. Quiero gritar, bailar, cantar. Nunca he sentido tanta vitalidad recorriendo mi cuerpo. Todo funcionando como maquinaria de reloj burgués. Hacer un inventario de mis órganos, nervios, mis venas. La enfermedad que irremediablemente crea una concepción de mí como un todo enorme.  Ente frágil. Diminuto. Efímero. Próximo a perecer.

No hay nada. Una oscuridad acurrucada, fetal, de la que nace un resplandor (Dígase un feto dentro de un feto).  Todas las posibilidades desplegadas como un mazo de naipes. ¡Cógeme! Recorre mi tísica piel. Estamos condenados desde la concepción, (adhiérase un feto más a la fórmula ( opcional)). Siéntete enferma, mi princesa. Que un sublime río de pus recorra tus intestinos con gracia de ballet. Cágate en la cama. Siente el todo. Hipersensibilización.  Saborea tu enfermedad con el mismo éxtasis que mi verga en tu chocho. No eres nada. No fuiste. ¡Ja!, no serás

lunes, 17 de febrero de 2014

LO QUE SIENTO Y PIENSO A LOS 25 AÑOS

Un hombre me detuvo en la calle. Era viejo, pero no marinero. Tenía una larga barba y un ojo centelleante. Pensé que era amigo de la familia o algo así.
–Respóndeme Fitzgerald -me dijo–, respóndeme esto: ¿por qué diantres un joven como tú escribe siempre tantas cosas pesimistas?, ¿cuál es el punto?
Intenté reírme de él. Me dijo que él y mi abuelo habían sido amigos de niños. Después de eso, no tuve deseos de corromperlo. Así que intenté reírme de él.
"Jajajaja", dije con determinación, "jajaja." Y luego agregué: "Jajaja. Bueno, nos vemos luego."
Con esto intenté dejarlo atrás, pero él me tomó del brazo con firmeza y mostró síntomas de querer pasar la tarde en mi compañía.
–Cuando yo era un muchacho... –comenzó, dibujando la postal que la gente siempre pinta de lo excelentes, felices y libres del alma que eran cuando tenían 25 años. Así es: me contó todas las cosas que le gustaba creer que pensaba en el nebuloso pasado.
Dejé que prosiguiera. Incluso a intervalos hice gruñidos educados, para demostrar mi asombro. Y es que sé que yo mismo haré lo mismo un día. Fabricaré para mis nietos un Scott Fitzgerald que, desde luego, ninguno de mis contemporáneos en el presente reconocería. Pero ellos también serán viejos entonces, y respetarán mi distorsión como yo respetaré las suyas...
–Y ahora –el alegre anciano concluyó–, tú eres joven, tienes salud, has hecho dinero, estás felizmente casado, has conseguido un considerable éxito para disfrutarlo mientras aún eres joven, entonces responde a un inocente viejecillo, ¿por qué escribes esa clase de cosas?
Sucumbí. Le contestaría la verdad. Comencé: "Verá, señor, a mí me parece que entre más viejo se vuelve un hombre también se vuelve más vulner..."
Pero no pude continuar. Tan pronto como comencé a hablar, estrechó mi mano con rapidez y se marchó. No quiso escucharme. No le importaba saber por qué yo pensaba lo que pensaba. Simplemente había sentido la necesidad de dar un pequeño sermón y yo había sido la víctima. Su decrépita figura desapareció con un ligero bamboleo en la siguiente esquina.
"Muy bien, viejo aburrido", murmuré, "no me escuches... no podrías entenderlo ya, de todas formas". En desquite le di una patada al borde de la banqueta y continué mi camino.
Ese fue el primer incidente. El segundo ocurrió hace poco tiempo cuando un hombre de un reconocido periódico nuevo vino a buscarme.
–Señor Fitzgerald –me dijo–, circula un rumor por Nueva York de que usted y su, eh, que usted y la señora Fitzgerald se suicidarán a los 30 años porque aborrecen y temen la mediana edad. Quisiera darle un poco de publicidad a este asunto, brindarle seguimiento como una historia para nuestro suplemento dominical de cinco mil ejemplares. En la esquina superior de la página pondríamos…
–¡Sí, ya sé! –lo interrumpí. –En la esquina pondrán una foto de la trágica pareja, ella con un helado de arsénico en la mano, él con una daga oriental. Ambos con los ojos fijos en un enorme reloj en cuyo marco habrá un cráneo y unos huesos en cruz. En la otra esquina pondrán un calendario con la fecha marcada en rojo.
–¡Exactamente! –chilló el reportero, entusiasmado. –¡Ha captado usted la idea! Bueno, lo que haríamos…
–Espere un momento –le espeté. –No hay nada cierto en ese rumor, en absoluto. Cuando tenga 30 años no seré este que soy ahora, seré alguien más. Tendré un cuerpo diferente, de acuerdo a un libro que leí una vez, y tendré una actitud distinta ante todo. Incluso también estaré casado con una persona distinta…
–¡Ah! –dijo el periodista con un brillo de ansia en los ojos, y anotó algo en su libreta.
–¡No, no, no! –le repliqué. –Quiero decir que mi esposa será diferente.
–Ya veo, planea divorciarse.
–No, me refiero a que…
–Bueno, es igual. Para completar la historia necesitamos algunas observaciones sobre las fiestas licenciosas. ¿Considera usted que, eh, este tipo de fiestas son una amenaza para la Constitución? Y, sólo para ligarlo, ¿considera que su suicidio será el resultado de ese tipo de vida que ha llevado?
–¡Basta ya! –le interrumpí con desesperación. – Entienda, no sé qué tiene que ver eso con el tema. Toda la vida he odiado la vejez, porque creo que los años invariablemente aumentan la vulner…
Pero, al igual que en el caso del amigo de mi abuelo, no pude continuar. El hombre tomó mi mano con fuerza y la estrechó. Murmuró algo sobre entrevistar a una corista que acababan de reportarle que tenía una tobillera de platino sólido, y se marchó.
Ese fue el segundo incidente. Como verán, cuando traté de explicarle a esos dos hombres que “la edad aumenta la vulner…”, no les interesó. El viejo habló para sí mismo y el editor parloteó sobre fiestas licenciosas. Cuando quise explicarles, de pronto tuvieron compromisos repentinos y se fueron.
De modo que, con una mano sobre la Dieciochava Enmienda y otra sobre la parte seria de la Constitución, he hecho el juramento de que a alguien debo contarle lo que tengo que decir.


*
A medida que un hombre envejece es lógico pensar que su vulnerabilidad aumenta. Hace tres años, por ejemplo, sólo pude haber sido herido en una sola forma: a través de mí mismo. Si por accidente una lavadora eléctrica le hubiera arrancado el cabello a la esposa de mi mejor amigo, estaría apenado, por supuesto. Le daría a mi amigo una larga charla plagada de la expresión “viejo”, y terminaría con alguna frase del Discurso de Despedida de George Washington; pero después de eso podría ir a comer a un buen restaurante y disfrutar mi comida como si nada hubiera pasado. Si a mi primo segundo le hubieran rajado una arteria mientras le arreglaban las uñas, no niego que hubiese sentido un gran pesar dentro de mí. Pero cuando escuchaba las noticias no me desmayaba ni tenía que ser llevado a casa en un carro de lavandería.
De hecho, yo solía ser bastante invulnerable. Profería un lamento convencional cada vez que se hundía un barco o chocaba un tren, pero aun si toda la ciudad de Chicago hubiera sido aniquilada, yo no habría perdido una sola noche de sueño, a no ser que supiera que St. Paul era la siguiente en la lista. Incluso entonces podría haber llevado mi equipaje hasta Minneapolis y descansar perfectamente toda la noche.
Pero eso era hace tres años, cuando yo era todavía joven. Tenía tan sólo 22. Cuando escribía algo que a los críticos de libros no les gustaba, podían decir simplemente “Dios, pero qué pueril”, y eso me acababa. Tan sólo decirlo era ya suficiente para mí.  
Ahora tengo 25 y ya no soy para nada un novato (al menos no tanto para que me dé cuenta si me miro en un espejo convencional). Por el contrario, ahora soy vulnerable. Soy vulnerable en cada sentido.
Para beneficio de agentes de rentas y directores de cine que estén leyendo este texto explicaré que vulnerable quiere decir “fácil de herir”. Bueno, eso es. Soy más fácil de herir. No sólo en el pecho, los sentimientos, los dientes o la cuenta bancaria, también puedo ser herido en el perro. ¿Me explico? En el perro.
No, no es una nueva parte del cuerpo recién descubierta por el Instituto Rockefeller. Quiero decir un perro de verdad. O sea, si alguien entregara a la perrera al perro de mi familia me estaría lastimando casi tanto como a él. Y si un doctor me dijera que después de todo mi hijo no va a ser rubio, me estaría lastimando en una parte que antes no podían lastimarme, porque antes no tenía un hijo en el cual pudieran lastimarme. Y si mi hija creciera y cuando cumpla 16 se fuga con un sujeto de Zion, Illinois, que crea que la Tierra es plana –y no escribiría esto de no ser que ella tiene apenas seis meses de edad y no sabe leer, para no meterle ideas en su cabeza– entonces sería herido otra vez.
Sobre ser herido a través de la esposa no hablaré, ya que es un tema delicado. No diré nada sobre mi caso. Pero tengo razones privadas para saber que si alguien le dice a tu esposa que ese vestido amarillo la hace ver gorda, sufrirás violentamente en carne propia, durante un lapso de hasta seis horas después, por lo que esa persona le dijo.
“¡Atáquenlo en su esposa!” “¡Rapten a su hijo!” “¡Amarren una lata a la cola de su perro!” Con qué frecuencia escuchamos esas frases en la vida diaria, por no mencionar en las películas. ¡Y cómo me hacen estremecer al escucharlas! Hace tres años podrían haberme gritado eso en mi ventana y no hubiera movido un solo párpado, a menos que alguien hubiera dicho “Espera, creo que puedo dispararle desde aquí.”
Antes tenía cerca de tres metros cuadrados de piel vulnerable a escalofríos y fiebres. Ahora tengo el doble. No es que haya engordado desde entonces: esa cifra incluye a toda mi familia. Pero si un escalofrío o una fiebre amenazan con tocar un pedazo de esa piel, yo empiezo a temblar invariablemente.
Ahora entro en la mediana edad, pero la mediana edad no es tanto adquirir años como adquirir familia. Los ingresos de aquellos que no tienen hijos tienen una elasticidad asombrosa. Dos personas requieren sólo un cuarto y un baño; una pareja con hijo, en cambio, requiere la suite de lujo en la parte soleada del hotel.


*
Empezaré la parte religiosa de este artículo advirtiendo que si el editor espera conseguir de mí algo jovial y alegre –y, sí, pueril– tendría que remitirlo con mi hija, si es que ella supiera dar dictado. Si alguien piensa que yo soy pueril deberían de verla a ella, es tan pueril que me hace reír. A veces me hace reír, también, el pensar en lo pueril que es. Si un crítico literario la viera sufriría un colapso nervioso fulminante. Por el contrario, cualquier persona que se dirija a mí, editor o lo que sea, está tratando con un hombre de mediana edad.
Bien, tengo 25 años, y debo admitir que estoy bastante satisfecho con una parte de ese tiempo. Quiero decir que los primeros cinco años estuvieron bien… ¡pero los últimos 20! Han sido presa de extremos y contrastes. Esto me afecta tanto que de vez en cuando me propongo guardar gráficas para recordar los días que estuve más cerca de la felicidad. Pero luego enloquezco y destruyo todos mis papeles.
Saltándome la larga lista de errores de mi niñez, diré que entré a la preparatoria cuando cumplí 15, y que el par de años que desperdicié ahí fueron de una infelicidad total y sin sentido. Me entristecía por estar en una situación en la que todos pensaban que debía comportarme como ellos se comportaban, y porque no tenía el valor para mandarlos al diablo y tomar mi propio camino.
Por ejemplo, en la escuela había un muchacho idiota llamado Percy, cuya aprobación trataba de conseguir por una incomprensible razón. A causa de este insignificante sujeto, comencé a hacer que mucho de lo que había cultivado en mi mente volviera a ser una especie de maleza salvaje. Pasaba horas en el húmedo gimnasio tonteando, jugando basquetbol y haciendo de mí un completo idiota cuando yo lo que en realidad quería era pasear por el campo.       
Y todo para complacer a Percy. Creía que eso era lo que se tenía que hacer. Si no lo hacías eras alguien “mórbido”. Era su palabra preferida, y me daba escalofríos. Yo no quería ser mórbido, así que me convertí en un pelmazo.
Percy era además holgazán en clase, así que yo comencé a comportarme igual. Cuando escribía mis historias lo hacía en secreto, y me hacían sentir como un criminal. Si pensaba en alguna idea que no contara con la aprobación de Percy, descartaba la idea y al instante ponía la mente vacía casi como disculpándome.


*
Por supuesto Percy no fue a la universidad. Comenzó a trabajar y apenas lo he visto en los últimos años, creo se convirtió en un sepulturero de considerable prestigio. El tiempo con él fue tiempo perdido, pero ni siquiera lo disfruté. No tenía nada que ofrecerme y yo no tenía ninguna razón para hacer lo que él pensara o dijera. Pero cuando lo descubrí ya era demasiado tarde.
Lo peor es que su influjo me duró hasta los 22 años. Es decir, podía estar haciendo felizmente lo que yo quería hacer, cuando de pronto imaginaba a alguien moviendo la cabeza negativamente y diciendo: “Vamos Fitzgerald, no deberías estar haciendo eso… ¡es mórbido!”
Siempre me afectaba esa palabra, así que dejaba de hacer lo que quería y hacía lo que alguien más quería que hiciera. A veces podía decirles a esas personas que se fueran al carajo, pero otras veces era incapaz de hacerlo.
Durante el servicio militar, en 1917, comencé a escribir una novela. Trabajaba en eso todos los domingos desde la tarde hasta la medianoche, y luego desde las seis de la mañana hasta la noche. Me disfrutaba a mí mismo completamente. Por entonces fui llamado de vuelta al cuartel.
Después de un mes, varios amigos fueron a verme con gesto de desagrado: “Fitzgerald, deberías ocupar tus fines de semana para descansar y divertirte un poco. Lo que estás haciendo es… es algo mórbido.”
La palabra me convenció. Tuve el habitual escalofrío a lo largo de mi columna vertebral. El fin de semana siguiente dejé guardada mi novela, y fui de juerga con mis amigos a la ciudad a bailar toda la noche. Pero comencé a preocuparme por mi novela. Tanto que regresé al campamento sin haber descansado, sintiéndome miserable. También me sentía mórbido. Pero decidí que no regresaría a la ciudad. Terminé mi novela. Los editores la rechazaron, pero al siguiente año la reescribí y fue publicada con el título de “A este lado del paraíso”.
Antes de reescribirla hice una lista de las cosas mórbidas que cualquier persona que las cometiera debería ir a parar al manicomio más cercano (yo por ejemplo). Era mórbido:
1- Comprometerse con alguien sin tener suficiente dinero para casarse.
2- Dejar la agencia de publicidad después de tres meses.
3- Querer escribirlo todo.
4- Pensar que podía.
5- Escribir sobre muchachitas y muchachitos tontos sobre los que nadie quería leer.
Hasta que un año después me di cuenta que todos estaban bromeando, que siempre habían creído que lo único para lo que servía era para escribir, pero no me lo habían dicho.
No soy tan viejo como para dar moralejas sacadas de mi propia vida a las jóvenes generaciones. Guardaré para mí todo el pasado anterior a mis 16 años; después de eso, como dije, fabricaré un Scott Fitzgerald que hará parecer a Benjamin Franklin un pobre diablo con suerte de haber conseguido prominencia. Incluso en lo que he escrito aquí me he esforzado para esbozar el contorno de un pequeño pero nítido halo. ¡Me retracto de todo! Tengo 25 años. Ojalá tuviera 10 millones de dólares para no tener que hacer un trabajo en la vida.
Pero como tengo que hacerlo, diré la mayor lección que he aprendido hasta ahora: Si no sabes demasiado no te preocupes, nadie sabe en realidad demasiado sobre nada. Y nadie sabe ni la mitad acerca de tus propios intereses como tú mismo.

*
Si crees poderosamente en algo (incluido en ti mismo) y luchas solo por eso, terminarás en la cárcel, en el paraíso, en los titulares del periódico o en la mansión más grande de la cuadra, dependiendo de dónde empezaste. Si por el contrario no crees poderosamente en nada (incluido tú mismo), irás por ahí sin más, conseguirás suficiente dinero para comprar un automóvil a otro hijo de vecino, te casarás si tienes tiempo, y si lo haces tendrás un montón de hijos, aunque no tengas tiempo, y finalmente estarás agotado y morirás.
Si formas parte de la segunda clase de personas, tendrás la mayor diversión antes de cumplir 25. Si eres de la primera clase, tendrás la mayor diversión después de los 25.
Si eres de la primera clase serás llamado frecuentemente maldito imbécil, o peor. Eso es una verdad tan cierta como lo fue hace cientos de años. Todo mundo sabe que un chico que va por ahí masticando un trozo de pan sin que le importe lo que los demás piensen de él es un maldito imbécil. ¡Es lógico! Pero hay algunos malditos imbéciles que aun así logran graduarse y tener sus fotos en los anuarios de sus universidades, con sus nombres debajo. Y esos tipos sensibles que se rieron de ellos… bueno, ellos también tienen sus fotos ahí, pero sus nombres no significan nada, y las sonrisas de sus rostros parecieran ser más bien parálisis faciales.
Este tipo de maldito imbécil del que hablo debe recordar que es menos imbécil entre más lo consideren así. La clave está en ser tu propio tipo de maldito imbécil. (Este consejo es por supuesto sólo válido para malditos imbéciles de menos de 25 años, de otra forma es inservible.)
Pero no sé por qué al empezar a hablar de personas de 25 años empecé a hablar de imbéciles. No veo la relación. Si me hubieran pedido que escribiera sobre imbéciles, habría escrito mejor sobre esos sujetos que se ponen piezas de oro en los dientes delanteros, porque hace poco un amigo hizo eso y después de que lo confundieran tres veces en una hora con una tienda de joyas ambulante, vino a preguntarme si creía que se notaba mucho. Como soy un tipo amable, le dije que no lo habría notado si el sol no hubiera estado brillando tan fuerte. Le pregunté por qué lo había hecho.
–Bueno –me dijo–, el dentista me recomendó usarlos, porque los rellenos de porcelana sólo duran 10 años.
–¡10 años! ¡Probablemente estés muerto en ese tiempo!
–Bueno, es verdad.
–Aunque viéndolo bien, será una ventaja que cuando estés en tu ataúd no tengas que preocuparte por el estado de tus dientes.  
Y se me ocurrió de pronto que la mitad de la gente está siempre poniéndose piezas de oro en los dientes. Es decir, se están imaginando dentro de al menos 20 años. Cuando eres joven está bien imaginar tus éxitos en el futuro, siempre y cuando no te extiendas tanto. Pero cuando se trata de ti mismo y tu integridad (¡tus dientes!) es mejor concentrarse en el Hoy.


*
Y esa es la segunda cosa que he aprendido de la mediana edad y la vulnerabilidad. Déjenme recapitular:
1- Comparado con lo que sabes acerca de tus propios asuntos, nadie sabe nada. Y si alguien sabe más sobre tus asuntos que tú entonces tus asuntos son suyos y tú le perteneces. Pero cuando tus asuntos se vuelvan tuyos nadie sabrá más sobre ellos que tú mismo.
2- No dejes que coloquen piezas de oro en tus dientes delanteros.
Ahora dejaré de fingir que soy un joven agradable y revelaré mi verdadera naturaleza. Les mostraré, si aún no lo han notado, que tengo una veta maligna y que nadie quisiera tenerme como hijo.
No me gustan los viejos. Siempre están hablando de su “experiencia”, pero en realidad tienen muy poco de ella. De hecho, siguen cometiendo los mismos errores a los 50 y creyendo la misma lista de mentiras piadosas que se contaban a sí mismos desde que tenían 17 años. Y eso remite nuevamente a mi viejo amigo Vulnerabilidad.
Tomemos como ejemplo a una mujer de unos 30 años. Ella será considerada afortunada si está relacionada con un montón de cosas; su esposo, sus hijos, su casa, sus sirvientes. Si tiene tres casas, ocho hijos y catorce sirvientes, es considerada incluso más afortunada. (Esto, por supuesto, no aplica generalmente a más de un marido.)
Cuando era joven, esa mujer sólo se preocupaba por sí misma. Pero ahora le preocupa cualquier cosa que pueda ocurrirle a alguna de esas personas o cosas. Es diez veces más vulnerable. Por otra parte, no puede cortar esos lazos ni deshacerse de alguna de esas cargas excepto a cambio de un fuerte dolor y sufrimiento interno. Son las cosas que pueden destrozarla, y a la vez son las cosas que más aprecia en la vida.
En consecuencia, todo lo que no le brinda seguridad o la sensación de seguridad la sobresalta y la fastidia. Adquiere sólo el conocimiento inútil de las películas baratas, las novelas baratas y los recuerdos nebulosos de sus viajes al extranjero.
Para este momento su esposo, por su parte, también ha comenzado a percibir en él algo extraño y nuevo. Casi ya no se habla con su esposa, excepto para preguntarle entre gruñidos si mandó sus camisas a la lavandería. En los desayunos dominicales, incluso a veces comenta con ella algunas fascinantes estadísticas de partidos políticos o le lee la editorial del periódico matutino.
Pero al llegar a los 30 años, el esposo y la esposa saben en el fondo de sus corazones que el juego ha terminado. Sin algunos cocteles de por medio, cualquier tipo de interacción social entre ellos se vuelve un tormento. Ya no surge espontáneamente; es una convención ante la cual deben resignarse y cerrar los ojos al hecho de que las personas que conocen están igual de aburridos y cansados y gordos que ellos, pero deben soportarlos por educación como ellos mismos son soportados en su momento.  
He visto a muchas parejas felices. Pero pocos de esos hogares siguen siéndolo cuando el esposo y la esposa son mayores de 30. Los hogares podrían ser divididos en cuatro categorías:
1- Aquellos en los cuales los maridos son unos tontos engreídos que piensan que vender seguros es más difícil que criar niños, por lo que todos en casa deben hincarse ante ellos y rendirles pleitesía. Este es el tipo de hogar donde los hijos se van de casa apenas aprenden a caminar.  
2- Aquellos en los cuales la mujer tiene una lengua viperina y un complejo de mártir, y piensa que es la única mujer en el mundo que sabe lo que es tener hijos. Este es tal vez el hogar más triste de todos.
3- Aquellos en los cuales se les recuerda a los hijos a cada momento la importancia de haberlos traído al mundo, y el respeto que deben tenerle a sus padres por haber nacido en 1870 en vez de en 1902.
4- Aquellos en los cuales todo es para beneficio de los hijos. Donde los padres pagan mucho más de lo que son capaces por la educación de sus hijos y terminan arruinándose sin razón. Estos hogares acaban generalmente con los hijos avergonzándose de sus padres.  


*
Sin embargo aún pienso que el matrimonio es la más satisfactoria institución que existe. Sólo estoy explicando mi creencia de que cuando la Vida nos ha utilizado para sus propósitos y se lleva nuestras cualidades y nuestro atractivo, nos entrega a cambio vacías convicciones acerca de lo que llamamos “sabiduría” y “experiencia”.
Es inútil señalar que a lo largo de la historia de la humanidad, se ha creado un enorme camuflaje para ocultar el hecho de que sólo la juventud tiene algo de atractiva o relevante.
Aunque estén en desacuerdo la mayoría de los lectores de este artículo, procederé a concluir. Si no están satisfechos con mis argumentos tienen el derecho de decir: “¡Dios, pero qué pueril es realmente!” y dedicarse a otra cosa. Personalmente no me considero pueril pues no sé cómo alguien de mi edad pueda serlo. Por el contrario, hace poco estaba leyendo un artículo en esta misma revista firmado por un tal Ring Lardner que decía tener 35 años, y a comparación de mí sonaba bastante jovial, alegre y despreocupado.
Tal vez sea igual de vulnerable; no lo mencionó en su escrito. Tal vez cuando cumples 35 ya no sabes siquiera qué tan vulnerable eres. Lo único que sé es que si Ring llegara a tener otra vez 25 años, lo cual es poco probable, estaría de acuerdo conmigo. Entre más viejo eres menos sabes algo sobre cualquier cosa. Si me hubieran pedido que escribiera este texto hace cinco años, tal vez habría valido la pena leerlo. 



FRANCIS SCOTT FITZGERALD

The American Magazine, Septiembre de 1922


Texto original:
http://www.oldmagazinearticles.com/pdf/FITZGERALD%201.pdf

miércoles, 12 de febrero de 2014

VISIONES

Me convertí en mi propia quimera. Una idea transfigurada del querer ser. Una serpiente transexual en fuertes quimioterapias. Habitante de mi propia antípoda. Un psicópata adiestrado. Esclavo de los más escuetos experimentos pavlovianos. Los personajes se me matan en las neuronas. Suicidas espontáneos. Asesinos despiadados. Sádicos inconscientes previamente exonerados de sus maquiavélicos crímenes por mi buen comportamiento y sumisión total ante cualquiera. Un charlatán lujurioso de reconocimiento.  Tú, morboso partícipe de mis infantiles chantajes con la simple acción de recorrer este renglón con aún una brizna de interés. Para hacer el amor, igual se requiere un ente pasivo y uno activo. Únete al club del masoquismo. Siente todas tus llagas y úlceras, la carne encuerada; al rojo vivo, exhalando tétricos gritos por los poros. El dolor es lo único real, lo único con capacidad de abrirte los ojos de par en par. El dolor, invitándote a que te percibas como un todo indivisible. Un macrocosmos infinito chiquitito, chiquitito. Los nervios inmovilizándote, estrictos profesores de teología demostrando las limitaciones del ser humano ante la falacia. El dolor es el más necesario, repugnante, malparido, semen sobre pedazo de mierda sangrante de todos los males (Dios es peor e innecesario). La humanidad requiere su combustible.  Estoy tan asustado del dolor, negándome como ser en el momento de negar sus fuertes dosis necesarias.  No me acepto como ente. Prófugo ontológico. Un chapuzón de voluptuosidad que me arranque  mis propiedades terrenales. Algo así como un yonqui espiritual. El más rebelde de todos los cobardes. 

lunes, 27 de enero de 2014

MEGATHERIUM

Tal vez te haya pasado, abres los ojos, la cama te seduce, te duchas, sientes una leve ansiedad, asco, vas a encarar algo inevitable, piensas algo insulso, cualquier cosa. Sales, tratas de invocar recuerdos asimilables, amables flashazos, tú y tu mamila de oro en los aposentos de tu cuna; por los ríos negros que forman las calles nadas al caminar, avanzas como un arenque o una estrella de mar mientras cientos de pares de ojos te investigan. Sabes que es el día, que te despertaste y que a diferencia de las jornadas-rutina ésta te va a licuar; sobrevivirás pero al recostarte, listo para dormir serás algo desigual. Puede ser que tú no vuelvas, que ya otra cosa, un megatherium duerma en tu cama, probablemente ésta te parezca pequeña, entonces querrás dormir en una altiplanicie, en la punta de una pirámide o en la espalda de un saurio emplumado. Probablemente te ha pasado o te pasará, ese día te partirá el cráneo dejando el asfalto manchado de tu incauta y desparramada conciencia; de tus más absurdas muecas y ascos inevitables brotará un astro ennegrecido que iluminará sulfurando la susceptibilidad, vomitando hiedras floridas, municiones del caldo de pollo que te hacía tu mamá cuando te enfermabas. Porque recordarás haber sido algo una vez, estarás seguro de haber crecido entre industrias vaporosas, rodeado de trillones de anuncios. Pero ahora, en tu nuevo nacimiento te roerán incesantes ácaros, te engullirán mientras más te auto-reproduzcas, una interminable ofensiva entre la polilla y la mariposa se celebrará en todos tus ensangrentados miembros. Te temblará el párpado, te dará fiera disentería; seco arrastrarás tu rostro por el hirviente chapopote, esforzándote, te levantarás arrancando tu cara del suelo, dejando trozos de piel sólo para ver la luz de frente, sin cáusticas lágrimas, con el cerebro en los pies y los pulmones en las manos.

TE AMO

Si murieras
Me volvería necrófilo
Arroparía a tus células muertas
Les leería cuentos de los Grimm
Al fulgor de los astros reflejados
En tu derrame cerebral.
Fantasear en tus pupilas inertes
Mordisquear tus labios paletita de hielo (uva)
…Probar el anal.
Apuñalaría a un artista y bebería su sangre con ron
Me vestiría de anciana y cobraría tu pensión
(Qué recurso tan barato, las rimas de pasión)
Te conservaría en mi refrigerador
Sacaría los abarrotes y moriría de inanición.
Si reencarnases como hombre
Me volvería puto.



martes, 14 de enero de 2014

SKETCH DE UNA NOVELA AUTOMÁTICA DEL SIGLO XXI

Somos un manojo de nervios, epidermis gelatinosa, un montón de vesículas apiladas, glándulas exaltadas, una cubeta de aminoácidos, células hipocondríacas, venas hierba-mala, encías inflamadas, protuberancias blanquecinas, dientes de esquite, fallas renales, el Excélsior, cirugía plástica, caviar, genocidios, hormonas en su punto de ebullición, máquina de besos, cheque en blanco, autómatas ejecutivos, pulmones góticos, perros sarnosos, uñas mordisqueadas, risa de esquizoide, erupción de neurosis, gafas negras, excesos de Válium, capas linfáticas, institutos bien jerarquizados, esternocleidomastoideo, lactobacilos Casei Shirota, sándwich sin corteza, fetiches damnificados, plazas erógenas, monumentos estériles, licencia de conducir renovable, rebanadas de ectoplasma, calcio expirado, moléculas cachondas, años bisiestos, vellos rubios en el recto, carnosidad en los párpados, páncreas, mandato irrevocable, bolsillos de mezclilla, tiroides amaestrada, serpentinas de fósforo y potasio, conjuntivitis, cuerdas para yoyo, Salinas de Gortari, organismos acéfalos, cicutas y cigotos, dimes y diretes, retículas y cutículas, pieles y mieles, orgasmos con espasmos, intestinos delgados y pitos parados, células y cédulas, glúteos lúteos…, como meados mareados, lípidos límpidos, vulvas con pulgas, esporas con toras, pezones cabrones, fleco de José Emilio Pacheco, castrados dopados, tórax y Kodaks. 
¿Qué somos realmente? ¿Qué hay dentro de todas estas nomenclaturas, detrás de los viajes al supermercado con carrito lleno, de la reunión AA, de la boda de un amigo, de las velas de un pastel, de las hipótesis en salvia Divinorum,  de las pupilas de un vagabundo, del trino de aves chamagosas,  de las alertas sísmicas, de las desvirgaciones precarias, de la guerra fría, de los sacapuntas inflamados, de las noches de cine, de las costras inexplicables, de los sitios web de citas a ciegas, de los bostezos vespertinos, de las novelas rusas del siglo XIX, de los camiones de bombero que usan peluca, del primer beso jugando botellita, de la ridícula cantidad de lápidas, de la galaxia de Andrómeda, de la entrevista con el ginecólogo, de los 30 minutos de recreo, del cerebro hecho tortilla por la llanta trasera de un Torton, del hedor a humedad en una chamarra de gamuza, de un Dios carpintero, del paseo por el parque tomados de la mano, de la contemplación de un oleo posmo, del suicidio de un vecino, de los renacuajos en la fuente municipal, del anillo de graduación, de las 11:37 a.m., de ayudar a un anciano a encender la radio, de usar el bigote a la Hitler, de las extremidades adormecidas, de los hot-cakes con tocino y maple, del calendario con chistes del ’52, de la prostituta chiqueada, de las llantas de entrenamiento para bicicleta?

Filósofos y embusteros intentan entender y servirnos en una compleja charola de elaboradas trampas sistémicas al ser. Estamos condenados en el patíbulo  de sus fenomenologías, a una vida de abastecimiento eterno, de sortear tedios y encontrar a nuestra mitad homeopática entre cenas lujosas y revolcones en sábanas menstruadas. Escondido entre neuronas y jaquecas se encuentra el freno de este nauseabundo carrusel sinfín… Empresa quisquillosa.