jueves, 19 de junio de 2014

SUELAS

Para Blanca González


Marchábamos hacia un impostergable barranco, mudos, solos; la hierba seca acariciaba nuestras suelas, los pasos aterrados gimoteaban impotentes. El gran desfiladero estaba a pocos metros, ni mil montañas se interpondrían en nuestro vano naufragio. Esa tarde me consentiría ver las demás caídas, mezquino me detendría un poco, justo antes de aventar mi existencia por ese inevitable abismo; contendría mi andar, sosegaría mis movimientos, los escasos segundos que me quedaban serían tardos, gordos, a lo más: un minuto. Allí, antes de vestirme con esa mueca de horror previa al vértigo, miraría a los lados, sonreiría de pánico, expondría mis viejos dientes al aire, una embustera lágrima humedecería una de esas almendras siamesas que tanto me habían mentido. Desesperados, los dedos de mis pies comenzarían a destrozar la parte frontal de los zapatos negros, dentro de esos viejos contenedores de extremidades, mis falanges escarbarían, buscarían hacer un camino. Usando esas amarillentas uñas largas roerían las paredes del zapato, se abrirían paso y, una vez expuestas a la luz, se encajarían a la tierra. Las garras perforarían el suelo, partirían pequeñas piedras para asirse unos segundos, como un ave a las ramas se empuñarían al filo del acantilado; sostendrían todo mi cuerpo, se doblarían por mi peso, pero aguantarían sin quebrarse; mis pezuñas, casi de madera, me regalarían decenas de segundos, tiempo suficiente para contemplarlo todo. Observaría a los millones de cuerpos arrojándose por el aire, trajes, faldas, pantalones, vestidos; todas esas personas cayendo deliberadamente en el filo de nuestro tiempo, internándose en un espacio sin fondo; nunca se percataban de lo ausente del suelo, mantenían su marcha, movían sus pies con normalidad; esos millones de rostros sonrientes caían, se desplomaban en el suicidio más pasivo. Moriríamos de cansancio, tanto andar por los aires nos exterminaría; cadavéricos buscaríamos nadar o volar, recordaríamos tal vez aquella hierba seca que alguna tarde lamió todas nuestras suelas.