miércoles, 25 de mayo de 2011

LA BRUSCA Y EL SUAVECITO

Para Nani Nájera



Por si fuera poco, aparte de comerse mis máscaras de madera, ahora despreocupados e ingenuos también comenzaron a surcar sus caminitos por la pata de mi mesa nueva, de esa mesa que sostiene la jaula de mi cuyo. Ningún arma química hasta ahora me ha ayudado a resolver el problema, y esos malditos escarabajos siguen construyendo sus caminos por la pata de mi mesa. En las tardes cuando el sol es cálido, curiosos asoman su pequeña cabeza por esos circulares agujeritos que usan como ventanas. Por mi parte, recostado, miro cómo se asoman, espero, los asecho y una vez distraídos con una navaja les rebano la cabeza. Y mis máscaras estáticas  los observan. Y es que dichas máscaras también me observan, me cuidan de las pesadillas, por si viniera el mismísimo rey de las moscas se llevaría tremendo susto el muy putín al ver tremenda pared llena de monstruosos rostros, mientras despreocupado recuerdo a la Brusca, ¿qué pensaría de mis máscaras? probablemente diría:
 –Estás chavo.
Pero eso sí, cómo olvidar esa majestuosa tarde de viernes, pardo fuera del metro Camarones; ella tan sexy, tan increíblemente bella, en ese fulgurante auto rojo, diciéndome:
 -Qué tranza morro, te llevo o qué.
Cómo jodidos de estar sumergido en los pozos del más nauseabundo tedio aparece  de repente una hermosa mujer y me propone subir a su auto y lle-var-me. Por supuesto que pensé que me iba a secuestrar o algo peor, pero qué se supone que iba a decir ¿qué no? Obvio no, así que me trepé.
-Me dicen la Brusca.
-Hola, me dicen el suavecito- dije.
A cada alto me veía directito a los ojos, su mirada parecía la de una diosa, y bueno, digo esto porque no parecía para nada de este mundo, o por lo menos de esta dimensión, nunca había visto a un ser tan bello, claro que en la Tele aparecen modelos etc. Pero realmente esta mujer sí existía, estaba en su carro y me miraba a los ojos.
-Dónde vives- preguntó.
-En Azcapo- admití.
-Te voy a llevar a otro lado.
-Vergaaaaaa (pensé). ¿A dónde me vas a llevar?-
-A las estrellas-
-Jajajajajajaja- reí.
Me echó una mirada como de bazuca del che Guevara apuntándome y lista para disparar.
-¿No me crees?-
-Bueno, pues metafóricamente hablando… sí-
-Estás chavo, chavo-
En eso, apretando un botón que estaba en el tablero del carro hizo que surgiera una especie de consola con más botones, y el auto hecho la chingada aceleró a 200 km por hora. Pálido como momia azteca me aferré al asiento.
-Eres pequeño…- me dijo.
-Yaaaaaaa, por favoooor, frénate, andaa…- rogué.
Bajó de velocidad tan elegantemente que me enamoré.
-¿Qué me ves?- inquirió.
-Esteee… nada, nada, es que me pareces una mujer muy hermosa-
-¡Choro!-
-No en serio, me pareces una mujer mucho muy hermosa-
-¿Quieres ir a las estrellas o no?-
-Sí-
-Pues agárrate-
Y pulsando otro de los coloridos botones repentinamente la punta del carro empezó a dirigirse hacia el cielo, el sol comenzaba a meterse y en un ángulo de no sé cuantos grados pero apuntando muy hacia el rojo cielo defeño comenzó lo que por las tardes observando a esos escarabajos come madera recordaría.
-Y ahora el nitro chavo-
Apretó otro botón y el carro por la parte trasera escupió una ola de fuego que nos impulsó hacia arriba, íbamos tan rápido que el aire entraba por mis fosas nasales casi ahogándome, secándome los ojos. La ciudad se veía asquerosamente hermosa, y seguíamos avanzando, a nuestro lado empezaron a aparecer astronautas trabajando, algunos nos saludaban, pero a los gringos les devolvíamos la cortesía mostrándoles nuestro dedo de en medio, mientras las carcajadas nos dominaban, las lágrimas en vez de escurrirse por nuestros cachetotes se elevaban esféricas, perfectas hacia el estrellado universo, y mi mano tocando su pierna, soltando un calor como de brasa fogatera, mojando su mallón rosa con sudor, dejando mi mano marcada, como en una pintura rupestre, como cuando vivíamos en las cavernas. Y así siguió el recorrido, tanto y tan poquito.
-¿Y  cuándo termina el viaje?- pregunté.
-Cuando explotamos-
-¿Y cuando me despierte en dónde voy a estar?
-En mi regazo-
Nuestras pansas se hincharon tanto que parecíamos sapos, sapos queriendo reproducirse en un fecundo pantano, reventando en tripas y amor. Qué hermosos pechos, qué certeza de vida despertar sobre ese blanco tapiz de blanca piel, recubriendo un tórax de otro mundo, de un amor de otra dimensión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario