viernes, 13 de mayo de 2011

FOTOTROPISMO

A Gregorio


¡Las lagartijas! Temblando, temblando.
¿No había visto, acaso, cómo se comían
a las cucarachas, a los escarabajos, a todo
insecto que cazaban? El ala rota me dolía
más y más y apenas me permitía moverme.

Mario Vargas Llosa, “El hablador”



Por más que lo he intentado no he podido acordarme de cómo era yo de pequeño, no me viene a la mente ni una imagen de alguien a mi lado, en realidad nunca me había afectado, de seguro es este horrible dolor el causante de tan absurdas cuestiones. Lo que sé es que la soledad me ha sido fiel, la creo mi más grande suerte, sólo ahora me doy cuenta de que la extraño, nunca nos habíamos alejado tanto, quisiera que nuevamente estuviéramos juntos, como siempre, andar y andar, atareado en la tierra, buscando algo que comer, tal vez el hambre también me acompañaba, no la suponía como amiga, su presencia requería siempre de ese gran malestar, ese cansancio triste. Ahora que la soledad me ha abandonado, sólo me quedó el hambre y por lo visto ella será la única que me libere de este dilatado malestar.

Apenas hace unas noches sentía el fresco aire en la parte más alta del llano, y claro que existían más a mi alrededor pero era yo tan diferente, no me gustaba la apariencia de los demás y al parecer la mía no les llamaba para nada la atención, yo tomaba eso como el elogio más grande, poder estar entre tantos siendo tan diferente y aun así pasar desapercibido. En mis largos andares nocturnos tenía la oportunidad de presenciar momentos grotescos, salvajes; los asesinos y las víctimas eran cosa común, pero callado y siempre andando parecía no alertar su curiosidad; si me veían no se me acercaban, seguro era por mi tamaño, en comparación con los demás era bastante más fuerte, tal vez el más fuerte del mundo, bueno eso decían. Recuerdo que alguna vez me atacaron en bola, bastaron dos o tres fuertes movimientos y unos cuantos empujones para quitármelos de encima.

Ahora aquí, tan quieto y moribundo me percato de que la atmósfera apesta, no conocía esa fragancia tan desagradable, me aterra saber que emana de los cuerpos que llevan aquí más tiempo. Qué diferente era el aire del llano, extraño aquellas ráfagas que circulaban tan rápido, sus corrientes solían ser frías, la última vez que las sentí estaban tan heladas que mejor fui a buscar un refugio y por eso estoy aquí. En aquella noche helada por más que me asomaba en recovecos o rincones ya todos estaban ocupados, harto de no hallar ninguna guarida me detuve a admirar el gran valle. Después de un rato vi que a lo lejos había un destello de luz muy peculiar, parecía un pequeño astro al ras del suelo, estaba muy lejos de donde yo me encontraba, nunca antes había visto algo tan raro, era como si me llamara, no podía dejar de admirar aquella luminosidad. Cual si tuviera vida propia me guiaba por entre las plantas y las piedras; tan grande era su fuerza que no miraba ni dónde pisaba lo que me hizo tropezar en dos ocasiones, pero no me importaba, aquel resplandor en medio de la obscuridad me prometía tanto alivio, tanto calor, como si el sol naciera más temprano que siempre.

No me encontraba solo en aquel camino, cuando entre la luz y yo se interponía algún árbol o piedra, podía voltear un poco a los lados, era sorprendente pero éramos muchos en la obscuridad, nuestros cuerpos aunque insignificantes en la inmensa noche,  entonaban una especie de gran concierto, algunos cantaban otros rompían el viento, pero todos buscábamos lo mismo, aquel bello fulgor.

Luego de mucho tiempo logré llegar; colmé en admiración al ver que el resplandor emergía de una enorme cueva de paredes muy rectas; aquel suave y rítmico calor iluminaba mi rostro, en mis ojos se hallaba un bello y pequeño rastro de felicidad que se traducía con un reflejo muy diminuto y brilloso. Parecía que aquella misteriosa luz llenaba con calor todo ese vacío que había estado cargado tanto tiempo.

 El problema que hallé al principio fue estar físicamente incapacitado para subir hasta la fuente luminosa, esto por mi anatomía, así que busqué alguna entrada alternativa lo cual no me fue difícil ya que estaba a la vuelta de la cueva y consistía en una grieta muy chaparra que crucé sin mayor dificultad.

A pesar de que ya estaba dentro de la rara estructura no lograba contener mi impaciencia, las ansias eran insoportables ya que debía cruzar un largo pasillo con altos muros de aspecto interminable. De nuevo no estaba solo, para colmo los otros se movían mucho más rápido que yo, lo cual me desesperaba, aun así nadie apartaba su mirada del albor, no teníamos ni la más mínima idea de dónde estábamos. La atmósfera poco a poco se enrarecía. Nadie pudo prever el perverso engaño; sé que aquella atracción a la luz fue la causa de nuestra perdición.

Inmóvil y sin la posibilidad de escapar, nuevamente comencé a crear nuevas cuestiones y a traer viejos recuerdos; por ejemplo el hecho de que en toda mi vida tuve a la muerte siempre muy cerca, la tomaba de lo más natural, el más fuerte o inteligente sobrevivía y ello hacía al fallecimiento un destino inevitable pero natural, jamás forzado; nunca habría podido tener tanta imaginación como para idear actos tan repulsivos e inauditos. Los asesinos que yo conocía eran rápidos, un ataque eficaz y punto, se tomaba del cuerpo lo que servía y listo, pero lo que aquí pasa es increíble, sobre todo por este personaje tan desagradable, este verdugo de dentadura podrida y largos brazos, que al parecer se regocija con la poco frecuente lentitud de la muerte.

Para llegar a su trampa uno pasa por aquel largo pasillo en donde mis ojos brillaban de felicidad para luego entrar a una serie de cuartos, exclusivamente de uno brota la luz, ella es la que te marca el camino, mientras más avanzas se hace más intensa y al final es tan fuerte su resplandor que te ciega, ahí es cuando nos atrapa. A pesar de haber puesto todas mis fuerzas no pude soltarme de su red. Una vez que caí en la trampa sentí cómo un aguijón de metal muy frío comenzó a penetrar por mi espalda para salir por mi abdomen, jamás había sentido tanto miedo y tanto dolor, por más que me quejaba el aguijón seguía su curso, crujiendo y removiendo mis entrañas, después de unos 10 segundos que para mí fueron horas, se detuvo. Yo que ya estaba extenuado por tantos lamentos caí en una especie de desmayo parcial el cual debilitó todo mi cuerpo, el monstruo con sus toscas manos me levantó para luego clavarme boca abajo sobre una especie de suelo muy blanco.

Cuando volví en mí, me percaté de lo cruento de mi situación, no podía zafarme de la pared y a pesar del tamaño de aquella punta de hierro no estaba tan herido como para fallecer rápido, pero eso no fue lo que más me angustió, al mirar a mi derecha estaba otro como yo. Nunca había encontrado a alguien tan parecido a mí, éramos idénticos, solo que el ya no se movía y su rostro estaba desencajado por la falta de ser en su cuerpo, estaba de igual manera clavado a la pared pero las hormigas ya hacían lo suyo, algunas saliendo de la cuenca de sus ojos con pequeños pedazos de carne en sus hocicos. A mí alrededor había cuerpos muertos, agonizantes, otros ya desintegrándose por el tiempo e insectos carroñeros. Aquel concierto nocturno que allá afuera había embelesado mis sentidos ahora mutaba  en un fiero gemido que nunca cesaba, conforme unos morían otros nuevos eran atrapados y clavados en la pared, así el silencio siempre era interrumpido por la agonía.

El monstruo en ocasiones nos quitaba los bichos que nos carcomían, pero no entendía el porqué de tenernos en tan vil situación, no nos comía, no nos mataba, sólo esperaba a que muriéramos lento, algunos usaban sus fuerzas para tratar de liberarse pero era imposible, yo ya para entonces había aguantado mucho dolor y del vientre brotaba un extraño flujo que se deslizaba por el aguijón de metal hasta caer en la pared blanca. A veces me daban convulsiones y me obligaban a moverme lo cual me hacía más daño y el dolor se incrementaba.

Hoy pasa algo que no había ocurrido en  las tres noches que llevo aquí, otro personaje parecido al verdugo lo acompaña, esta vez nos observa de uno en uno, algunos que se encontraban clavados arriba de mí los guarda en una especie de caja con puerta trasparente, todos ellos están muertos, todos ellos son diferentes; ahora es mi turno, me mueve con su dedo y  brota más fluido de mi abdomen el cual se desliza sobre el aguijón; ahora en su mano tiene otra punta de hierro con la que me inyecta un veneno frío, tengo mucho sueño, es irónico pero mi amiga el hambre fue la que nunca me abandonó.

  

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