viernes, 8 de abril de 2011

GOMITAS DE DULCE EN FORMA DE GUSANO

Ella parecía interesarse en mí, no sé por qué. Yo aparentaba ser lo más grotesco y estúpido posible para mantener a raya a ese mar infinito de moldes clonados y aburridos que llamamos personas, me desesperan: sus rostros pálidos pero con mejillas rosadas, sus ropas de colores vivos y brillantes que torturan mis ojos ictéricos, su carencia de aspiraciones trascendentes (como orinar en un Dalí o crear un nuevo subgénero del reggaetón y metal) y su asqueroso autoconvencimiento  de utilidad para no profundizar en su concentración de pequeñez.  Ella reía al oír mis comentarios tumultuosos sobre violación a koalas o mis incansables planes para hacer una masacre en la universidad con lápices del número 2 y chicle Bubbaloo de cereza. Creo que era de los míos, el cuadro mental y moral del sociópata resistolado a una ternura increíble hacia la humanidad y filantropía destilada de nobleza sobria (después de todo sólo es inseguridad y cobardía). Empezamos a platicar. ¿Temas? Improvisaciones burdas. Disfruta ver videos de mujeres amamantando animales, es deliciosamente única, es como esas magas que encuentran hobbies apasionantes. Como las mujeres que consiguen un empleo en la fábrica de gomitas de dulce en forma de gusanos, o las que pasan 7 años coleccionando fotos de fábricas de gomitas de dulce en forma de gusano (sí, por eso se llama así). Nos caíamos bien, aunque los horarios de clase sólo nos permitían cruzar palabras por 4 min cada 4 días. Así se conoce bien a las mujeres, no te pueden aburrir de esta forma, ni chantajear, ni muerte, ni falsedad, ni sesos embarrados en un pedazo de post-it amarillo con una receta, irónicamente, para preparar quesadillas de sesos, ni enamoramientos despostillados. Nos llevamos bien.  Nuestras pláticas se tornaron sexuales. En una ocasión le comenté que la verga de los perros parece un lápiz labial, le pareció gracioso, tanto que en una ocasión encontré en una página al azar de mi cuaderno, escrito con su letra: “Tu pene es un labial perruno”, bastante perspicaz la niña. Me cuestionaba sobre mis hábitos sexuales, cómo me gustaba coger y esas cosas, yo respondía, pocas veces regresaba la pregunta, no sé porqué. Me preguntaba sobre las características de mi verga: color, tamaño, forma. Yo contestaba lo más objetivamente posible. La cuestioné sobre su chocho, dijo que nunca lo veía, pero que rasuraba su pubis, me pareció apetitoso. Le pregunté sobre el color de sus pezones, me dijo que eran como cafecitos, estiro su blusa para cerciorarse, yo eche un vistazo, sí, color caoba, del tamaño de una moneda de diez pesos, volvió a estirarla permitiéndome ver otro poco más, se me paró mientras la clase de literatura latinoamericana transcurría sin mayor interés.

Llegamos a este cuarto de Hotel barato, muy nuestro estilo, $210. La única ventana, ventana grande de unos 2m altura x 4m de ancho, nos brindaba una vista magnífica hacía una avenida de 3 carriles por sentido separadas por un camellón con arbolado frondoso de destellitos blancuzcos sobre el verde oscuro qué imprimía la noche despejada, me gustaba en particular la otredad bizarra que brindaba el espectacular de enfrente sobre papas fritas protagonizado por un niño chimuelo y una anciana, dejé abierta la cortina, quizá ayude a algún voyerista. La habitación estaba en un tono azul pálido, sobrio, me gustó. La lamparita con posibilidad de regular la intensidad de la luz me pareció un detalle forzadamente romántico, sin embargo, siguiendo el juego, la bajé hasta un cuarto de intensidad simulando el efecto que las velas proporcionarían. Un cuadro cubista de dos amantes desnudos besándose apasionadamente rompía lo poco romántico que podía caber en esa habitación, fue motivo de risa, ante la obviedad de la carencia de tacto artístico. La televisión (de control remoto (qué también manipulaba la radio) pegado al costado de la cabecera) contaba con canales pornográficos. En lo que ella pasó a checar el baño y probablemente una meada, sintonicé una porno de un negro con una asiática y una rubia, me pareció interesante el collage carnal de sexo interracial presentado: tetitas, tetotas, puchas afeitadas, vergota desgarrando a la pequeña nipona, besos lésbicos y una mamada por parte de la nipona a la gringa. En lo que ella terminaba de prepararse puse en mi iPod con ayuda de un cable RCA puenteado al televisor, solo audio, sin quitar las imágenes de amor interracial, a Charlie Parker: Loverman. Se veía muy armonioso todo ese Hardcore de sexo anal y mamada lésbica transmitido en la pantalla con esa canción tan lenta, suculenta  y romántica sobrepuesta sobre los previsibles gritos de placer y dolor.  Al fin salió, antes de que pudiera siquiera abrir la boca, la sujeté de la cintura desde atrás, comencé a besar lentamente ese fino cuello, abriendo un poco los labios y dejando un poco de saliva fría, mi miembro se rejuntaba a sus nalgas, mientras mis manos iban subiendo lentamente por debajo de la playera hasta el borde de su bra, volteó el cuello bruscamente buscando con sus labios los míos, nos dimos un largo beso, a la mitad abrimos los ojos supongo que al mismo tiempo (estábamos conectados carnalmente);  nuestras miradas eran duras y gruesas pero fijas y cargadas de deseo, mis manos se deslizaron por debajo del bra, comencé a dar pequeñas pellizcaditas a sus pezones caoba mientras notaba sus pupilas dirigirse hacia atrás del parpado, le quite la playera mientras le daba la vuelta y me sentaba en el borde de la cama sentándola a su vez sobre mi regazo (así me las gasto). El beso prosiguió mientras ágilmente (y sorprendente hasta para mí) logré zafar con una sola mano el broche de su sostén. Mi boca se deslizó tiernamente por su cuello hasta alcanzar los tan anhelados senos. Me concentré primero en el pezón izquierdo (soy anarquista) succioné lentamente pero con firmeza ese pezón, pude sentir como se erectaba dentro de mi boca, jugueteaba con mordisquitos suaves que la hacían gemir, mientras la sostenía firmemente de las nalgas, y de reojo, veía sobre su cuello alternadamente la película porno y su espalda y su tanga negra sobresaliendo por el espejo de enfrente(toqué la batería un tiempo, por eso me las gasto y tengo coordinación para llevar ritmos diferentes en cada extremidad). Repetí la operación con el pezón derecho, cuando mi lengua llegó a él, éste ya estaba durito. Cuando regresaba mi boca a la suya, violentamente me empujó dejándome recostado bocarriba sobre el colchón, ella comenzó a besar mi cuello, mientras desabrochaba mi cinturón, fue bajando su lengua fría por mi pecho mientras me desabotonaba y bajaba la cremallera  (seguro también tocó la bataca) sujetó firmemente con su zurda mi polla bajando el prepucio, mientras casi al instante su lengua circulaba lenta y sabrosamente por todo mi glande, empezó a chaquetearme mientras su lengua patinaba sobre la pista de hielo que era mi cabecita. La mano se fue alejando poco a poco para dar lugar a su boca, fue cubriendo la mayor parte de mi verga con su boca, se la metió hasta la mitad, en un vaivén continuo de dentro fuera, cerré los ojos y disfruté. Después de unos 3 minutos se detuvo, la miré, tenía una mirada cargada de perversidad, subió para besarme, cuando estaba a punto la detuve con mi índice en sus labios, le dije: -me toca-. Invertí los papeles, la recosté sobre la cama, bocabajo, comencé a besar su espalda bajando, mientras intrépidamente desabrochaba su cinturón y bajaba su pantalón, le dejé esa tanga negra, se veía riquísima, besé sus glúteos, los mordí suavemente, intenté inútilmente meterme todo el izquierdo en la boca, por poco me atraganto. La volteé, no le quité la tanga, sólo la hice a un lado deteniéndola con el borde de la mano mientras el índice y pulgar separaban esos carnosos y rosaditos labios. Me puse a lo mío, encontré su clítoris, tamaño promedio, comencé a hacer círculos con mi lengua, conformé progresaba sus gemidos eran más continuos, cambié a la clásica técnica de dibujar el abecedario con mi lengua sobre su húmeda y acida carne; cuando llegué a la “M” se mojó inconteniblemente. Me tomó del cabello y me subió inmediatamente a sus labios (los de su cara y eso). Cuando el beso comenzó, nuestros genitales simbióticamente se juntaron, la penetración ocurrió sin previsión alguna, mi pene resbaló sin obstáculo por ese sendero completamente aceitado y deleitable, comencé con embestidas lentas y potentes, era como un acorde de guitarra eléctrica con distorsión que se queda sonando, una sinfonía completa de fluidos románticos, desconecté todos mis sentidos, sólo el tacto de mi verga funcionaba, aprehendí cada azarosa comisura de su interior, cada vez que estaba a punto de salir mi prepucio cubría mi glande, cuando entraba lo desencapuchaba,  ¡Glorioso! Aumenté el tempo de la cogida, el sudor pegaba nuestros torsos. Su orgasmo estaba a punto de llegar, arremetí con turbo, empapó gloriosamente mi pene. Gritó, fuerte, muy fuerte y rico. Es mi turno, la levante, la volteé e hice que parará ese culo firme y blanco con marcas rojas de mis manos, la libido me poseyó, arranqué como un pinche demente esa tanga negra, y la embestí desde atrás (por la vagina, no soy partidario del templo de Sodoma) la embestí con furia y rápidamente, ella ya había tenido un orgasmo, quizá dos, no sé si la mamada surtió efecto, era mi turno, me concentré en esa pose, en el espejo y su cara de dolor-placer, sus tetas colgando y bamboleándose armónicamente con cada caderazo certero que asestaba, pasaron como 4 minutos y me vine, saque apresuradamente mi verga y eyaculé sobre ese exquisito culo, una fuente de semen, no había cogido así de apasionadamente en meses.
Al instante de recuperar la lucidez después del clímax, ella se esfumó, literalmente, se desvaneció en una nube rosa de olor frambuesa, se disipó en el aire, dejándome una grata sensación, el cuarto se arremolinó en un trasfondo negro perdiéndose en la nada, todo destruyéndose y haciendo un crujir infernal, la música de Parker se transformó en un estruendo de maderas y cemento desquebrajándose. Vi la tele explotar, y yo tan solo, indefenso, desnudo parado en nada, ni siquiera color, todo negro, pero me distinguía, sólo podía ver mis propios colores. Después de 7 segundos de desesperación e inseguridad caí en cuenta de mi actividad onírica diurna, me vi parado en mi cuarto, frente al espejo, con el sol asomándose por entre las cortinas, mi ropa puesta, sólo una proyección más, el sueño diurno más denso que haya tenido en este estado de vigilia total, lo más extraño es mi sobriedad de por lo menos 72 horas, y el hecho de que nunca he consumido una droga psicotrópica. ¡Chale! Mi imaginación se hace pesada, me lleva a la alucinación optada, todo tan real, incluso puedo percibir una mancha de semen vislumbrándose por mi pantalón, lo más extraño fue esa tanga negra rota que encontré tirada junto a mi cama, aún la conservo.      

LUIS VILLALÓN           

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