A Sandriurix Barba
"Los bosques son hermosos, oscuros y profundos,
y yo tengo promesas que cumplir y kilómetros
que andar antes de dormir. ¿Me oíste, Mariposa?
Kilómetros que andar antes de que duermas."
Death Proof
Aquella tarde en que me dieron las llaves de “Bulter”, aquel trailer blanco que había sido de mi padre, pensé que me llevaría a ser libre, a andar en todo México, y hasta visitar otros países, hacer amigos, conocer mujeres, todo mientras ganaba buen dinero. A lo largo de mis viajes siempre he podido ver lugares que mis demás primos y tíos nunca se imaginaron, mares, desiertos, montañas, pero entre todos ellos siempre me llamó la atención uno en especial, lo conozco de pasada pero continuamente me detengo a comer por ahí, en la Fonda Lupita que se encuentra al final del ondulado camino, en las faldas de las cumbres.
En general todos los caminos me son entretenidos, muy pocas veces me aburro, pero este me encrespa los vellos del brazo, como si me fuera a agarrar a madrazos con un enano mamado. En esta ruta no hay ni una parada, está hecha de largas y sinuosas curvas, cada una de ellas lleva a un hondo acantilado que en el fondo guarda una oxidada vía del tren; en las noches sólo hay obscuridad, pero por las mañanas una espesa bruma envuelve a las Cumbres de Maltrata, esto lo alcanzo a ver cuando estoy lejos de ellas, ya que mientras más me acerco el camino se va desvaneciendo… Al final sólo alcanzo a distinguir la línea pintada en medio de la carretera, parece que nunca acaba, zigzaguea, es un reto, su fin se haya en el letrero rosa brillante que dice Fonda Lupita. Entonces uno sabe que ya ha pasado el peligro.
Una vez más se acercan las Cumbres y con ellas el manto brumoso. Es inquietante después de un dilatado y tedioso recorrido; en esta ocasión me tocó cruzarlas de mañana. El aire es frío, me entibia la cara. Surgen curvas, se atisba el principio del desfiladero, escucho el rugido del motor frenando, y un rápido murmullo indescifrable, la línea tambalea, el viento de la ventana me calma, siguen las curvas, el viaje es tenso pero fruicioso, siempre esperando que no surja la luz rosa del letrero, que las parábolas del camino sigan y sigan, pero como siempre ahí está; me detengo y las mesas están solas, pero aquí siempre hay servicio. Pido lo de siempre, mi platillo favorito, no puedo evitar comerlo, el espagueti está riquísimo y lo puedo tragar sin problema, nunca había sido así, miro por la ventana que está junto a mi mesa y ahí afuera veo la oxidada vía del tren, sobre ella a lo lejos veo un camión blanco volcado y me recuerda a mi padre, cuando se fue libre un día a recorrer caminos.
LEONARDO EGUILUZ
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