viernes, 8 de abril de 2011

CEFALALGIA

Era una historia lúgubre, una de esas tristes y dolorosas historias
que con tanta frecuencia y sin percibirse, casi en secreto,
se desarrollan bajo el sombrío cielo petersburgués.

Fedor Dostoievski
Humillados y Ofendidos


Regresando al Café el Polular.  Tarde de jorobado: lleno de músculos hechos torcidas raíces. Respirar hondo o pararse recto resulta imposible, casi como besar en la boca a la gorda albina encargada de dar las cuentas. Siempre el mismo asiento libre en la barra frente a ella, siempre de malas, tosiendo, estornudando, escurriendo amarillo Van Gogh por las comisuras de sus repugnantes pliegues, colgándole cual collar de ajos, empapándole su ceñido y rojo vestido. Insegura por dentro amarilla por fuera. Se necesita tener muy poco tiempo de comida para aguantar su diáfana lluvia de gotas salivales en tu sopa de lentejas. ¿Preferible esperar parado quince minutos? Por supuesto que no. A ver, quiero sopa de lentejas, arroz primavera, cerdo en chile chipilón con un huevo de mamilongo encima. Por fa; o qué. Mmmhhm. Mejor un bistec a la ñeronga por fa. Y otra vez recordando que tiene como 7 meses que no lloro. Constipado, estriñido, metafórica y literalmente por supuesto. Y que el otro día se me ocurre ir con una amiga para contarle todo, que me siento mal, pensando que iba a poder llorar. Que me iba a abrazar, y que el sentimiento me inundaría el pecho exprimiéndome una que otra lagrimita. No pues nada más nunca llegó a la cita, y yo pues que me pongo a escuchar a Shostakovich, nada más para ver si algo pasaba, aunque fuera la susodicha tristeza rusa. Nada. Y que me acuerdo de Tyler Durden y que voy a una clínica para retrasados mentales (para no verme tan copión). Sólo de acordarme se me eriza la piel, tantos niños tan felices, tanta filantropía mexicana. Nada. Pues la situación era ya insoportable. Sí me podía reír, claro. Hasta lloraba de la risa, pero no es lo mismo, no me sentía bien, era como si hubiera tomado un litro de pulque de jitomate sin pulque. Pues acudí a la clásica maña de años. Me puse a cazar mariposas “bien puto”. Corría por la pradera verde, con mis shorts cafés, calcetas cafés hasta las rodillas, boina hacia atrás y botas de casquillo negras. Lo recuerdo como si hubiera pasado hace un rato. La naturaleza vasta, ensimismada, inexpugnable y presumida; el viento competía dejándose oír con su aliento inmenso, inconmensurable, invisible y muy chistoso. Mi red se encrespaba con sus estocadas, flotaba como el vestido de una tehuana parada en las rendijas esas que están en la calle sobre el metro, esas que me da miedo vayan a ceder mientras paso por encima de ellas, las que cuando pasa el transporte fugaz a través de las catacumbas urbanas, soplan una ventisca miasmática. Y que agarro una mariposa con todas las alas rotas, sólo para luego dejarla ir “bien puto”. Y me regresé a mi casa a leer a mi buen amigo Dostoievski, tan sólo para darle otra oportunidad a la ya mencionada tristeza rusa. Nada. Bueno para terminar resultó que si me puse a llorar, en el baño, solo e inerme. Salió el agua fría, la regulé a placer. Me enjaboné, me enjuagué y que me pongo a chillar como en los viejos tiempos “bien puto”. Y pues no fue la gran cosa. Ahorita tengo esta insoportable cefalalgia, la gorda amarilla me tose a unos 40 cm de mi cara, 25 cm de mi sopa y termino pidiéndole la cuenta.

LEONARDO EGUILUZ

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