I
Me convertí en mi propia quimera. Una idea transfigurada del
querer ser. Una serpiente transexual en fuertes quimioterapias. Habitante de mi
propia antípoda. Un psicópata adiestrado. Esclavo de los más escuetos
experimentos pavlovianos. Los personajes se me matan en las neuronas. Suicidas espontáneos.
Asesinos despiadados. Sádicos inconscientes previamente exonerados de sus
maquiavélicos crímenes por mi buen comportamiento y sumisión total ante cualquiera. Un
charlatán lujurioso de reconocimiento.
Tú, morboso partícipe de mis infantiles chantajes con la simple acción
de recorrer este renglón con aún una brizna de interés. Para hacer el amor,
igual se requiere un ente pasivo y uno activo. Únete al club del masoquismo.
Siente todas tus llagas y úlceras, la carne encuerada; al rojo vivo, exhalando
tétricos gritos por los poros. El dolor es lo único real, lo único con
capacidad de abrirte los ojos de par en par. El dolor, invitándote a que te
percibas como un todo indivisible. Un macrocosmos infinito chiquitito,
chiquitito. Los nervios inmovilizándote, estrictos profesores de teología
demostrando las limitaciones del ser humano ante la falacia. El dolor es el más
necesario, repugnante, malparido, semen sobre pedazo de mierda sangrante de
todos los males (Dios es peor e innecesario). La humanidad requiere su
combustible. Estoy tan asustado del
dolor, negándome como ser en el momento de negar sus fuertes dosis
necesarias. No me acepto como ente.
Prófugo ontológico. Un chapuzón de voluptuosidad que me arranque mis propiedades terrenales. Algo así como un
yonqui espiritual. El más rebelde de todos los cobardes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario