Somos
un manojo de nervios, epidermis gelatinosa, un montón de vesículas apiladas,
glándulas exaltadas, una cubeta de aminoácidos, células hipocondríacas, venas
hierba-mala, encías inflamadas, protuberancias blanquecinas, dientes de
esquite, fallas renales, el Excélsior, cirugía plástica, caviar, genocidios, hormonas
en su punto de ebullición, máquina de besos, cheque en blanco, autómatas
ejecutivos, pulmones góticos, perros sarnosos, uñas mordisqueadas, risa de
esquizoide, erupción de neurosis, gafas negras, excesos de Válium, capas
linfáticas, institutos bien jerarquizados, esternocleidomastoideo, lactobacilos
Casei Shirota, sándwich sin corteza, fetiches damnificados, plazas erógenas,
monumentos estériles, licencia de conducir renovable, rebanadas de ectoplasma,
calcio expirado, moléculas cachondas, años bisiestos, vellos rubios en el recto,
carnosidad en los párpados, páncreas, mandato irrevocable, bolsillos de
mezclilla, tiroides amaestrada, serpentinas de fósforo y potasio,
conjuntivitis, cuerdas para yoyo, Salinas de Gortari, organismos acéfalos,
cicutas y cigotos, dimes y diretes, retículas y cutículas, pieles y mieles,
orgasmos con espasmos, intestinos delgados y pitos parados, células y cédulas, glúteos
lúteos…, como meados mareados, lípidos límpidos, vulvas con pulgas, esporas con
toras, pezones cabrones, fleco de José Emilio Pacheco, castrados dopados, tórax
y Kodaks.
¿Qué
somos realmente? ¿Qué hay dentro de todas estas nomenclaturas, detrás de los
viajes al supermercado con carrito lleno, de la reunión AA, de la boda de un
amigo, de las velas de un pastel, de las hipótesis en salvia Divinorum, de las pupilas de un vagabundo, del trino de
aves chamagosas, de las alertas
sísmicas, de las desvirgaciones precarias, de la guerra fría, de los sacapuntas
inflamados, de las noches de cine, de las costras inexplicables, de los sitios
web de citas a ciegas, de los bostezos vespertinos, de las novelas rusas del
siglo XIX, de los camiones de bombero que usan peluca, del primer beso jugando
botellita, de la ridícula cantidad de lápidas, de la galaxia de Andrómeda, de
la entrevista con el ginecólogo, de los 30 minutos de recreo, del cerebro hecho
tortilla por la llanta trasera de un Torton, del hedor a humedad en una
chamarra de gamuza, de un Dios carpintero, del paseo por el parque tomados de
la mano, de la contemplación de un oleo posmo, del suicidio de un vecino, de
los renacuajos en la fuente municipal, del anillo de graduación, de las 11:37
a.m., de ayudar a un anciano a encender la radio, de usar el bigote a la
Hitler, de las extremidades adormecidas, de los hot-cakes con tocino y maple,
del calendario con chistes del ’52, de la prostituta chiqueada, de las llantas
de entrenamiento para bicicleta?
Filósofos
y embusteros intentan entender y servirnos en una compleja charola de
elaboradas trampas sistémicas al ser. Estamos condenados en el patíbulo de sus fenomenologías, a una vida de
abastecimiento eterno, de sortear tedios y encontrar a nuestra mitad
homeopática entre cenas lujosas y revolcones en sábanas menstruadas. Escondido
entre neuronas y jaquecas se encuentra el freno de este nauseabundo carrusel
sinfín… Empresa quisquillosa.
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