Regreso a mí mismo, la sangre en
mi mano ¡Dolor! Mi verga lacerada, soledad, una desesperación que empuja la
caja torácica desde adentro. Una úlcera que intenta escapar abriéndose paso por
la carne, pateando las costillas, mordiendo, rasguñando. El cuerpo contorsionándose
en el suelo, espuma en la boca… Ella gime, el placer la embriaga de euforia. La
simbiosis perfecta de los amantes, las extremidades acorralándose mutuamente,
la pasión que desprende a dos seres de lo terrenal; que aparta a la mujer que
amo de mí, que la funde en una pupila dilatada, una otredad incomprensible por
la cual daría todo por poder hacer referencia en primera persona. Me impongo
como mi propio juez y verdugo. La miro frío mientras se baña en éxtasis con
otro. Mi alma titirita, mi cuerpo se rehúsa a doblegar, me agarro la verga y la
halo, la herida abierta, la sangre escurre, tibia, lubrica. Busco
desesperadamente el placer en el odio, en el dolor, en la impotencia. Mi mirada
estampada en los cuerpos desnudos, el amor…, el odio. Los pensamientos
revolcándose en su propia mierda. El voyeur masoquista cubierto de fantasmas
sádicos. Una evolución, quebrar los límites de mi propia consciencia. El
asesino consumado, tan tímido que le es imposible matar, albergar la semillita
del suicidio, fertilizarla, sujetar la verga hacia arriba y orinarse en la
cara, una carcajada infantil. Ella se ve preciosa, los anhelos de un esquizofrénico,
las madrugadas de un desempleado, el arcoíris en un charco con aceite. Él…, él
me enseñó la indiferencia, a distinguir un artículo de un pronombre con una
sola tilde, las pausas dramáticas, sincopadas, que son dadas por el uso
correcto de, nuestras buenas amigas, las comas; la paciencia del cadáver. Mi
voluntad obliga al odio a desvanecerse, ponerme al tanto de mi insignificancia,
ser el tapete de los demás sin alardear de mi superioridad, el bálsamo de una
subjetividad majestuosa: yo, yo, yo, mío, mi, mí. Ella se desmaya, o al menos
eso propongo porque yo me desmayo, los ojos bien abiertos, una eternidad que
pasa en segundos y es ella, no hay ninguna situación concreta, no hay contexto.
Ella. Con todas sus emociones mezcladas, sin emociones. Ella. Ni siquiera como
una representación mía de ella. Es ella, a secas. Un tipo de realidad alterna
(si eso pudiera explicarse en esa realidad) donde no hay nada más que ella. Sin
expansiones. Sin omnipotencia. Ella, tal cual es, cruda, abarcándolo todo sin cursilerías
de libros fucsia con título en cursivas
doradas. Sólo ella. Otra configuración de la realidad. Despierto. Eyaculo. Sangro.
No tengo Kleenex. Pienso en ella. Dormito. Ella.
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martes, 7 de octubre de 2014
miércoles, 24 de septiembre de 2014
ESTRELLA
Mientras contemplas la estrella solitaria
recuerdo ese sol extinto antes de tu nacimiento
y a ese planeta a la distancia exacta para albergar muerte,
impresa en su cielo.
Esa hermosa verdad repetida compulsivamente en revistas.
Los niños lloran
extraños objetos punzocortantes encuentran asilo en tráqueas,
violentos ídolos celebran la aniquilación.
Te pones metafórica,
el brillito en el cielo.
Pasividad, ensueño, esperanza...
Los corazones detienen su marcha.
No hay nada,
salvo belleza.
Una belleza fortuita que brota de la nulidad.
Floreciendo una vez que no hay ninguna consciencia para apreciarla,
para vulgarizarla,
remojarla en formol y venderla como maldad.
La única estrella en el firmamento es la recompensa de una dulce muerte tras una vida dada a la pasión.
jueves, 19 de junio de 2014
SUELAS
Para Blanca González
Marchábamos hacia un impostergable barranco, mudos, solos; la hierba seca acariciaba nuestras suelas, los pasos aterrados gimoteaban impotentes. El gran desfiladero estaba a pocos metros, ni mil montañas se interpondrían en nuestro vano naufragio. Esa tarde me consentiría ver las demás caídas, mezquino me detendría un poco, justo antes de aventar mi existencia por ese inevitable abismo; contendría mi andar, sosegaría mis movimientos, los escasos segundos que me quedaban serían tardos, gordos, a lo más: un minuto. Allí, antes de vestirme con esa mueca de horror previa al vértigo, miraría a los lados, sonreiría de pánico, expondría mis viejos dientes al aire, una embustera lágrima humedecería una de esas almendras siamesas que tanto me habían mentido. Desesperados, los dedos de mis pies comenzarían a destrozar la parte frontal de los zapatos negros, dentro de esos viejos contenedores de extremidades, mis falanges escarbarían, buscarían hacer un camino. Usando esas amarillentas uñas largas roerían las paredes del zapato, se abrirían paso y, una vez expuestas a la luz, se encajarían a la tierra. Las garras perforarían el suelo, partirían pequeñas piedras para asirse unos segundos, como un ave a las ramas se empuñarían al filo del acantilado; sostendrían todo mi cuerpo, se doblarían por mi peso, pero aguantarían sin quebrarse; mis pezuñas, casi de madera, me regalarían decenas de segundos, tiempo suficiente para contemplarlo todo. Observaría a los millones de cuerpos arrojándose por el aire, trajes, faldas, pantalones, vestidos; todas esas personas cayendo deliberadamente en el filo de nuestro tiempo, internándose en un espacio sin fondo; nunca se percataban de lo ausente del suelo, mantenían su marcha, movían sus pies con normalidad; esos millones de rostros sonrientes caían, se desplomaban en el suicidio más pasivo. Moriríamos de cansancio, tanto andar por los aires nos exterminaría; cadavéricos buscaríamos nadar o volar, recordaríamos tal vez aquella hierba seca que alguna tarde lamió todas nuestras suelas.
miércoles, 7 de mayo de 2014
MEMORIA DE PERRO
Veo el papel higiénico ensangrentado.
No me duele el ano.
Asumo que la sangre vino desde algún intestino roto.
¿Ir al doctor?
Me lo sé de memoria,
como poesías de Sor Juana
memorizada para ceremonia de primaria:
Debes dejar de beber,
adiós al aceite 1-2-3.
Bicicleta...
Escojo comodidad.
Ni siquiera me disculparé con mi futuro yo.
Ese pendejo en ostomía de tres piezas.
No me duele el ano.
Asumo que la sangre vino desde algún intestino roto.
¿Ir al doctor?
Me lo sé de memoria,
como poesías de Sor Juana
memorizada para ceremonia de primaria:
Debes dejar de beber,
adiós al aceite 1-2-3.
Bicicleta...
Escojo comodidad.
Ni siquiera me disculparé con mi futuro yo.
Ese pendejo en ostomía de tres piezas.
domingo, 4 de mayo de 2014
DE PAR EN PAR
Mis mortuorios dedos sujetaban débiles el viejo lápiz, veía esas hondas marcas de mordidas en el metal que algún día sujetaron una goma; escribiría mi última carta, aquel sobre lo había guardado hace años entre mi libro favorito: El corazón de las tinieblas. El papel esperaba paciente a ser dibujado por la chata punta de mi lápiz, antes pensaba que me esmeraría mucho al hacerla, le pondría pequeños detalles, letras de molde, colores, copiaría una estilizada tipografía. Claro, el mensaje era lo más importante, pero quería algo más, deseaba que la carta estuviera lejos de lo precario, pretendía derrocar susceptibilidades. Siempre pensaba en el orden de los sucesos, cómo hablar de mi amor por ti sin extraviarme; en ella quería ceder, arriesgarme, no padecer. Era un cobarde, me ahorraba el fastidio al máximo ¿para qué sufrir? Sabía que debía darle cause a todo ese basurero oculto en mi cabeza, expulsar con el humo de las letras ese enjambre que me atormentaba. Pero ahora, tendido sobre estas ruinas sé que mi vida la tiré a la mierda, sólo debía haber escrito esa carta, entregarla y partir, eso por lo menos hubiera tenido sentido, sin embargo fue al revés: te desterré, te suplí con cosas, las cuales ahora están deshechas, “el mundo está lleno de arrepentidos”, decía mi madre, y yo aquí me deshago en magros arrepentimientos. Nada puede cambiar mi situación, la sangre ha empapado las mangas de mi camisa morada, recapacito en toda esa estúpida existencia sin riesgos, de empleos con salario fijo, miserables prestaciones, múltiples regaños, pantallas de plasma empotradas en la pared. Había sido un conformista y ahora me conformaba con este fétido suicidio, ni el amor me había salvado de mí mismo; sobrevivir era ya un puerto en llamas y aun así no quería ya nada sino morirme, pero no sin haber terminado esta maldita carta:
Sentirás la textura del bordado peruano, recorrerás con esos difíciles ojos de amblipígido el diseño del sobre. Esa forma de chullo te hará conocer mi afición por los sombreros; tu memoria se inclinará sobre esa vetusta noche en la que me dijiste: “tienes que ser mi novio”; recordarás que rodeados de fumadores de marihuana no contesté nada, me quedé pasmado, quería evitar sufrir y sufriendo me despedí de ti. Contabilizarás las pocas veces que me viste en tu vida y te preguntarás: qué hago yo aquí leyendo la carta de este bastardo engreído. El haber leído la palabra “bastardo” te hará querer leer más, y encontrarás palabras divertidas como: “imbécil”, porque también rememorarás esa cálida tarde afuera del Tren Suburbano, en la que ambos esperábamos una señal, un roce, una caricia y no hubo mas que un adiós. Se te ocurrió que tus fotos en Facebook con tu nuevo novio me harían apartarme aún más de ti, pero fue al revés, más desesperado terminé, y en el acto más estúpido dejé todo, hasta a mí mismo, tú sabes, para ceder, sólo así estaría tranquilo. Evocarás esa mañana cuando te dije que desde niño yo ya sabía que viviría el fin del mundo, y sabrás que así será, conocerás un inmenso mar de fuego sobre tu rostro, sentirás tus muslos y senos arder, derretirse, mirarás a las flamas masticando tus ojos, escasos serán los segundos de tu infinito dolor, y ya no serás más, ya no podrás conocer más, y yo estaré escondido en un lejano dique escribiendo esta carta con la venas abiertas de par en par, como puertas, o bocas de peces fuera del agua, desparramando ese pulque carmín que es la sangre.
jueves, 10 de abril de 2014
VISIONES III
Todos escogen su propio infierno: manicomios,
prisiones, hospitales, fábricas, corporativos, oficinas, tribunas; mismo
infierno, diferente ornamento. Mira fijamente el radiante destello en los ojos
de tu hermano cuando oprimas el gatillo. Rojo. Una parcela de percutores. Los
cañones mimando tu sien. Cien sienes. Los egos como pirañas caníbales nadando
en su caldito de ácido nítrico. Filtrando, respirando el plomo en el oxígeno.
Branquias con bronquitis. Hasta que todos los valores expiraron. Una libertad
despejada de toda culpa brilló en cada corazón. Todos recién nacidos. Bebitos
lindos. Todos fueron demasiado tímidos como para dirigirse la palabra. Todos
fueron muchísimo más de lo que pudieron aparentar. Todos fueron carcomidos
lentamente por una saludable envidia. Los hígados enfermaron del más inhumano
de los sentimientos más humanos. Nos volvimos misóginos. Creamos Dioses y
metanfetamina. Besos y retretes. Humanidad ocre. El sueño terminó.
martes, 1 de abril de 2014
VISIONES II
Postrado en la cama. Enfermo. Mi incapacidad ahogándome de
vida. Tullido. Los órganos croando, crujiendo.
Fiebre. Dolor. Mi cuerpo supurando infecciones por cada fosa. Una
masacre acontece en mi interior. Un país, sangriento, petulante, sádico.
Hermoso. Quiero gritar, bailar, cantar. Nunca he sentido tanta vitalidad
recorriendo mi cuerpo. Todo funcionando como maquinaria de reloj burgués. Hacer
un inventario de mis órganos, nervios, mis venas. La enfermedad que
irremediablemente crea una concepción de mí como un todo enorme. Ente frágil. Diminuto. Efímero. Próximo a
perecer.
No hay nada. Una oscuridad acurrucada, fetal, de la que nace
un resplandor (Dígase un feto dentro de un feto). Todas las posibilidades desplegadas como un
mazo de naipes. ¡Cógeme! Recorre mi tísica piel. Estamos condenados desde la
concepción, (adhiérase un feto más a la fórmula ( opcional)). Siéntete enferma,
mi princesa. Que un sublime río de pus recorra tus intestinos con gracia de
ballet. Cágate en la cama. Siente el todo. Hipersensibilización. Saborea tu enfermedad con el mismo éxtasis que
mi verga en tu chocho. No eres nada. No fuiste. ¡Ja!, no serás.
lunes, 17 de febrero de 2014
LO QUE SIENTO Y PIENSO A LOS 25 AÑOS
Un hombre me detuvo en la calle. Era viejo,
pero no marinero. Tenía una larga barba y un ojo centelleante. Pensé que era
amigo de la familia o algo así.
–Respóndeme Fitzgerald -me dijo–, respóndeme
esto: ¿por qué diantres un joven como tú escribe siempre tantas cosas
pesimistas?, ¿cuál es el punto?
Intenté reírme de él. Me dijo que él y mi
abuelo habían sido amigos de niños. Después de eso, no tuve deseos de
corromperlo. Así que intenté reírme de él.
"Jajajaja", dije con determinación,
"jajaja." Y luego agregué: "Jajaja. Bueno, nos vemos
luego."
Con esto intenté dejarlo atrás, pero él me
tomó del brazo con firmeza y mostró síntomas de querer pasar la tarde en mi
compañía.
–Cuando yo era un muchacho... –comenzó,
dibujando la postal que la gente siempre pinta de lo excelentes, felices y
libres del alma que eran cuando tenían 25 años. Así es: me contó todas las
cosas que le gustaba creer que pensaba en el nebuloso pasado.
Dejé que prosiguiera. Incluso a intervalos
hice gruñidos educados, para demostrar mi asombro. Y es que sé que yo mismo
haré lo mismo un día. Fabricaré para mis nietos un Scott Fitzgerald que, desde
luego, ninguno de mis contemporáneos en el presente reconocería. Pero ellos
también serán viejos entonces, y respetarán mi distorsión como yo respetaré las
suyas...
–Y ahora –el alegre anciano concluyó–, tú eres
joven, tienes salud, has hecho dinero, estás felizmente casado, has conseguido
un considerable éxito para disfrutarlo mientras aún eres joven, entonces
responde a un inocente viejecillo, ¿por qué escribes esa clase de cosas?
Sucumbí. Le contestaría la verdad. Comencé:
"Verá, señor, a mí me parece que entre más viejo se vuelve un hombre también
se vuelve más vulner..."
Pero no pude continuar. Tan pronto como
comencé a hablar, estrechó mi mano con rapidez y se marchó. No quiso
escucharme. No le importaba saber por qué yo pensaba lo que pensaba.
Simplemente había sentido la necesidad de dar un pequeño sermón y yo había sido
la víctima. Su decrépita figura desapareció con un ligero bamboleo en la
siguiente esquina.
"Muy bien, viejo aburrido", murmuré,
"no me escuches... no podrías entenderlo ya, de todas formas". En
desquite le di una patada al borde de la banqueta y continué mi camino.
Ese fue el primer incidente. El segundo
ocurrió hace poco tiempo cuando un hombre de un reconocido periódico nuevo vino
a buscarme.
–Señor Fitzgerald –me dijo–, circula un rumor
por Nueva York de que usted y su, eh, que usted y la señora Fitzgerald se
suicidarán a los 30 años porque aborrecen y temen la mediana edad. Quisiera
darle un poco de publicidad a este asunto, brindarle seguimiento como una
historia para nuestro suplemento dominical de cinco mil ejemplares. En la
esquina superior de la página pondríamos…
–¡Sí, ya sé! –lo interrumpí. –En la esquina
pondrán una foto de la trágica pareja, ella con un helado de arsénico en la
mano, él con una daga oriental. Ambos con los ojos fijos en un enorme reloj en
cuyo marco habrá un cráneo y unos huesos en cruz. En la otra esquina pondrán un
calendario con la fecha marcada en rojo.
–¡Exactamente! –chilló el reportero,
entusiasmado. –¡Ha captado usted la idea! Bueno, lo que haríamos…
–Espere un momento –le espeté. –No hay nada
cierto en ese rumor, en absoluto. Cuando tenga 30 años no seré este que soy
ahora, seré alguien más. Tendré un
cuerpo diferente, de acuerdo a un libro que leí una vez, y tendré una actitud
distinta ante todo. Incluso también estaré casado con una persona distinta…
–¡Ah! –dijo el periodista con un brillo de
ansia en los ojos, y anotó algo en su libreta.
–¡No, no, no! –le repliqué. –Quiero decir que
mi esposa será diferente.
–Ya veo, planea divorciarse.
–No, me refiero a que…
–Bueno, es igual. Para completar la historia
necesitamos algunas observaciones sobre las fiestas licenciosas. ¿Considera
usted que, eh, este tipo de fiestas son una amenaza para la Constitución? Y,
sólo para ligarlo, ¿considera que su suicidio será el resultado de ese tipo de
vida que ha llevado?
–¡Basta ya! –le interrumpí con desesperación.
– Entienda, no sé qué tiene que ver eso con el tema. Toda la vida he odiado la
vejez, porque creo que los años invariablemente aumentan la vulner…
Pero, al igual que en el caso del amigo de mi
abuelo, no pude continuar. El hombre tomó mi mano con fuerza y la estrechó.
Murmuró algo sobre entrevistar a una corista que acababan de reportarle que
tenía una tobillera de platino sólido, y se marchó.
Ese fue el segundo incidente. Como verán,
cuando traté de explicarle a esos dos hombres que “la edad aumenta la vulner…”,
no les interesó. El viejo habló para sí mismo y el editor parloteó sobre
fiestas licenciosas. Cuando quise explicarles, de pronto tuvieron compromisos
repentinos y se fueron.
De modo que, con una mano sobre la Dieciochava
Enmienda y otra sobre la parte seria de la Constitución, he hecho el juramento
de que a alguien debo contarle lo que tengo que decir.
*
A medida que un hombre envejece es lógico
pensar que su vulnerabilidad aumenta. Hace tres años, por ejemplo, sólo pude
haber sido herido en una sola forma: a través de mí mismo. Si por accidente una
lavadora eléctrica le hubiera arrancado el cabello a la esposa de mi mejor
amigo, estaría apenado, por supuesto. Le daría a mi amigo una larga charla
plagada de la expresión “viejo”, y terminaría con alguna frase del Discurso de Despedida
de George Washington; pero después de eso podría ir a comer a un buen
restaurante y disfrutar mi comida como si nada hubiera pasado. Si a mi primo
segundo le hubieran rajado una arteria mientras le arreglaban las uñas,
no niego que hubiese sentido un gran pesar dentro de mí. Pero cuando escuchaba
las noticias no me desmayaba ni tenía que ser llevado a casa en un carro de
lavandería.
De hecho, yo solía ser bastante invulnerable.
Profería un lamento convencional cada vez que se hundía un barco o chocaba un
tren, pero aun si toda la ciudad de Chicago hubiera sido aniquilada, yo no
habría perdido una sola noche de sueño, a no ser que supiera que St. Paul era
la siguiente en la lista. Incluso entonces podría haber llevado mi equipaje
hasta Minneapolis y descansar perfectamente toda la noche.
Pero eso era hace tres años, cuando yo era todavía
joven. Tenía tan sólo 22. Cuando escribía algo que a los críticos de libros no
les gustaba, podían decir simplemente “Dios, pero qué pueril”, y eso me
acababa. Tan sólo decirlo era ya suficiente para mí.
Ahora tengo 25 y ya no soy para nada un novato
(al menos no tanto para que me dé cuenta si me miro en un espejo convencional).
Por el contrario, ahora soy vulnerable. Soy vulnerable en cada sentido.
Para beneficio de agentes de rentas y
directores de cine que estén leyendo este texto explicaré que vulnerable quiere
decir “fácil de herir”. Bueno, eso es. Soy más fácil de herir. No sólo en el
pecho, los sentimientos, los dientes o la cuenta bancaria, también puedo ser
herido en el perro. ¿Me explico? En el
perro.
No, no es una nueva parte del cuerpo recién
descubierta por el Instituto Rockefeller. Quiero decir un perro de verdad. O
sea, si alguien entregara a la perrera al perro de mi familia me estaría
lastimando casi tanto como a él. Y si un doctor me dijera que después de todo
mi hijo no va a ser rubio, me estaría lastimando en una parte que antes no
podían lastimarme, porque antes no tenía un hijo en el cual pudieran
lastimarme. Y si mi hija creciera y cuando cumpla 16 se fuga con un sujeto de
Zion, Illinois, que crea que la Tierra es plana –y no escribiría esto de no ser
que ella tiene apenas seis meses de edad y no sabe leer, para no meterle ideas
en su cabeza– entonces sería herido otra vez.
Sobre ser herido a través de la esposa no
hablaré, ya que es un tema delicado. No diré nada sobre mi caso. Pero tengo
razones privadas para saber que si alguien le dice a tu esposa que ese vestido
amarillo la hace ver gorda, sufrirás violentamente en carne propia, durante un
lapso de hasta seis horas después, por lo que esa persona le dijo.
“¡Atáquenlo en su esposa!” “¡Rapten a su
hijo!” “¡Amarren una lata a la cola de su perro!” Con qué frecuencia escuchamos
esas frases en la vida diaria, por no mencionar en las películas. ¡Y cómo me
hacen estremecer al escucharlas! Hace tres años podrían haberme gritado eso en
mi ventana y no hubiera movido un solo párpado, a menos que alguien hubiera
dicho “Espera, creo que puedo dispararle desde aquí.”
Antes tenía cerca de tres metros cuadrados de
piel vulnerable a escalofríos y fiebres. Ahora tengo el doble. No es que haya
engordado desde entonces: esa cifra incluye a toda mi familia. Pero si un
escalofrío o una fiebre amenazan con tocar un pedazo de esa piel, yo empiezo a
temblar invariablemente.
Ahora entro en la mediana edad, pero la
mediana edad no es tanto adquirir años como adquirir familia. Los ingresos de
aquellos que no tienen hijos tienen una elasticidad asombrosa. Dos personas
requieren sólo un cuarto y un baño; una pareja con hijo, en cambio, requiere la
suite de lujo en la parte soleada del
hotel.
*
Empezaré la parte religiosa de este artículo
advirtiendo que si el editor espera conseguir de mí algo jovial y alegre –y,
sí, pueril– tendría que remitirlo con mi hija, si es que ella supiera dar
dictado. Si alguien piensa que yo soy pueril deberían de verla a ella, es tan
pueril que me hace reír. A veces me hace reír, también, el pensar en lo pueril
que es. Si un crítico literario la viera sufriría un colapso nervioso
fulminante. Por el contrario, cualquier persona que se dirija a mí, editor o lo
que sea, está tratando con un hombre de mediana edad.
Bien, tengo 25 años, y debo admitir que estoy
bastante satisfecho con una parte de ese tiempo. Quiero decir que los primeros
cinco años estuvieron bien… ¡pero los últimos 20! Han sido presa de extremos y
contrastes. Esto me afecta tanto que de vez en cuando me propongo guardar
gráficas para recordar los días que estuve más cerca de la felicidad. Pero luego
enloquezco y destruyo todos mis papeles.
Saltándome la larga lista de errores de mi
niñez, diré que entré a la preparatoria cuando cumplí 15, y que el par de años
que desperdicié ahí fueron de una infelicidad total y sin sentido. Me
entristecía por estar en una situación en la que todos pensaban que debía comportarme
como ellos se comportaban, y porque no tenía el valor para mandarlos al diablo
y tomar mi propio camino.
Por ejemplo, en la escuela había un muchacho
idiota llamado Percy, cuya aprobación trataba de conseguir por una
incomprensible razón. A causa de este insignificante sujeto, comencé a hacer
que mucho de lo que había cultivado en mi mente volviera a ser una especie de
maleza salvaje. Pasaba horas en el húmedo gimnasio tonteando, jugando basquetbol
y haciendo de mí un completo idiota cuando yo lo que en realidad quería era
pasear por el campo.
Y todo para complacer a Percy. Creía que eso
era lo que se tenía que hacer. Si no lo hacías eras alguien “mórbido”. Era su
palabra preferida, y me daba escalofríos. Yo no quería ser mórbido, así que me
convertí en un pelmazo.
Percy era además holgazán en clase, así que yo
comencé a comportarme igual. Cuando escribía mis historias lo hacía en secreto,
y me hacían sentir como un criminal. Si pensaba en alguna idea que no contara
con la aprobación de Percy, descartaba la idea y al instante ponía la mente
vacía casi como disculpándome.
*
Por supuesto Percy no fue a la universidad.
Comenzó a trabajar y apenas lo he visto en los últimos años, creo se convirtió
en un sepulturero de considerable prestigio. El tiempo con él fue tiempo
perdido, pero ni siquiera lo disfruté. No tenía nada que ofrecerme y yo no
tenía ninguna razón para hacer lo que él pensara o dijera. Pero cuando lo
descubrí ya era demasiado tarde.
Lo peor es que su influjo me duró hasta los 22
años. Es decir, podía estar haciendo felizmente lo que yo quería hacer, cuando
de pronto imaginaba a alguien moviendo la cabeza negativamente y diciendo:
“Vamos Fitzgerald, no deberías estar haciendo eso… ¡es mórbido!”
Siempre me afectaba esa palabra, así que
dejaba de hacer lo que quería y hacía lo que alguien más quería que hiciera. A
veces podía decirles a esas personas que se fueran al carajo, pero otras veces
era incapaz de hacerlo.
Durante el servicio militar, en 1917, comencé
a escribir una novela. Trabajaba en eso todos los domingos desde la tarde hasta
la medianoche, y luego desde las seis de la mañana hasta la noche. Me
disfrutaba a mí mismo completamente. Por entonces fui llamado de vuelta al
cuartel.
Después de un mes, varios amigos fueron a
verme con gesto de desagrado: “Fitzgerald, deberías ocupar tus fines de semana
para descansar y divertirte un poco. Lo que estás haciendo es… es algo mórbido.”
La palabra me convenció. Tuve el habitual
escalofrío a lo largo de mi columna vertebral. El fin de semana siguiente dejé
guardada mi novela, y fui de juerga con mis amigos a la ciudad a bailar toda la
noche. Pero comencé a preocuparme por mi novela. Tanto que regresé al
campamento sin haber descansado, sintiéndome miserable. También me sentía mórbido. Pero decidí que no regresaría
a la ciudad. Terminé mi novela. Los editores la rechazaron, pero al siguiente
año la reescribí y fue publicada con el título de “A este lado del paraíso”.
Antes de reescribirla hice una lista de las
cosas mórbidas que cualquier persona que las cometiera debería ir a parar al
manicomio más cercano (yo por ejemplo). Era mórbido:
1- Comprometerse con alguien sin tener
suficiente dinero para casarse.
2- Dejar la agencia de publicidad después de
tres meses.
3- Querer escribirlo todo.
4- Pensar que podía.
5- Escribir sobre muchachitas y muchachitos
tontos sobre los que nadie quería leer.
Hasta que un año después me di cuenta que
todos estaban bromeando, que siempre habían creído que lo único para lo que
servía era para escribir, pero no me lo habían dicho.
No soy tan viejo como para dar moralejas
sacadas de mi propia vida a las jóvenes generaciones. Guardaré para mí todo el
pasado anterior a mis 16 años; después de eso, como dije, fabricaré un Scott
Fitzgerald que hará parecer a Benjamin Franklin un pobre diablo con suerte de
haber conseguido prominencia. Incluso en lo que he escrito aquí me he esforzado
para esbozar el contorno de un pequeño pero nítido halo. ¡Me retracto de todo!
Tengo 25 años. Ojalá tuviera 10 millones de dólares para no tener que hacer un
trabajo en la vida.
Pero como tengo que hacerlo, diré la mayor
lección que he aprendido hasta ahora: Si no sabes demasiado no te preocupes,
nadie sabe en realidad demasiado sobre nada. Y nadie sabe ni la mitad acerca de
tus propios intereses como tú mismo.
*
Si crees poderosamente en algo (incluido en ti
mismo) y luchas solo por eso, terminarás en la cárcel, en el paraíso, en los
titulares del periódico o en la mansión más grande de la cuadra, dependiendo de
dónde empezaste. Si por el contrario no crees poderosamente en nada (incluido
tú mismo), irás por ahí sin más, conseguirás suficiente dinero para comprar un
automóvil a otro hijo de vecino, te casarás si tienes tiempo, y si lo haces tendrás un montón de
hijos, aunque no tengas tiempo, y finalmente estarás agotado y morirás.
Si formas parte de la segunda clase de
personas, tendrás la mayor diversión antes de cumplir 25. Si eres de la primera
clase, tendrás la mayor diversión después de los 25.
Si eres de la primera clase serás llamado
frecuentemente maldito imbécil, o
peor. Eso es una verdad tan cierta como lo fue hace cientos de años. Todo mundo
sabe que un chico que va por ahí masticando un trozo de pan sin que le importe
lo que los demás piensen de él es un maldito imbécil. ¡Es lógico! Pero hay
algunos malditos imbéciles que aun así logran graduarse y tener sus fotos en
los anuarios de sus universidades, con sus nombres debajo. Y esos tipos
sensibles que se rieron de ellos… bueno, ellos también tienen sus fotos ahí,
pero sus nombres no significan nada, y las sonrisas de sus rostros parecieran
ser más bien parálisis faciales.
Este tipo de maldito imbécil del que hablo
debe recordar que es menos imbécil entre más lo consideren así. La clave está
en ser tu propio tipo de maldito imbécil. (Este consejo es por supuesto sólo
válido para malditos imbéciles de menos de 25 años, de otra forma es
inservible.)
Pero no sé por qué al empezar a hablar de
personas de 25 años empecé a hablar de imbéciles. No veo la relación. Si me
hubieran pedido que escribiera sobre imbéciles, habría escrito mejor sobre esos
sujetos que se ponen piezas de oro en los dientes delanteros, porque hace poco
un amigo hizo eso y después de que lo confundieran tres veces en una hora con
una tienda de joyas ambulante, vino a preguntarme si creía que se notaba mucho.
Como soy un tipo amable, le dije que no lo habría notado si el sol no hubiera
estado brillando tan fuerte. Le pregunté por qué lo había hecho.
–Bueno –me dijo–, el dentista me recomendó
usarlos, porque los rellenos de porcelana sólo duran 10 años.
–¡10 años! ¡Probablemente estés muerto en ese
tiempo!
–Bueno, es verdad.
–Aunque viéndolo bien, será una ventaja que
cuando estés en tu ataúd no tengas que preocuparte por el estado de tus
dientes.
Y se me ocurrió de pronto que la mitad de la
gente está siempre poniéndose piezas de oro en los dientes. Es decir, se están
imaginando dentro de al menos 20 años. Cuando eres joven está bien imaginar tus
éxitos en el futuro, siempre y cuando no te extiendas tanto. Pero cuando se
trata de ti mismo y tu integridad (¡tus dientes!) es mejor concentrarse en el Hoy.
*
Y esa es la segunda cosa que he aprendido de
la mediana edad y la vulnerabilidad. Déjenme recapitular:
1- Comparado con lo que sabes acerca de tus
propios asuntos, nadie sabe nada. Y si alguien sabe más sobre tus asuntos que
tú entonces tus asuntos son suyos y tú le perteneces. Pero cuando tus asuntos
se vuelvan tuyos nadie sabrá más sobre ellos que tú mismo.
2- No dejes que coloquen piezas de oro en tus
dientes delanteros.
Ahora dejaré de fingir que soy un joven
agradable y revelaré mi verdadera naturaleza. Les mostraré, si aún no lo han
notado, que tengo una veta maligna y que nadie quisiera tenerme como hijo.
No me gustan los viejos. Siempre están
hablando de su “experiencia”, pero en realidad tienen muy poco de ella. De
hecho, siguen cometiendo los mismos errores a los 50 y creyendo la misma lista
de mentiras piadosas que se contaban a sí mismos desde que tenían 17 años. Y
eso remite nuevamente a mi viejo amigo Vulnerabilidad.
Tomemos como ejemplo a una mujer de unos 30
años. Ella será considerada afortunada si está relacionada con un montón de
cosas; su esposo, sus hijos, su casa, sus sirvientes. Si tiene tres casas, ocho
hijos y catorce sirvientes, es considerada incluso más afortunada. (Esto, por
supuesto, no aplica generalmente a más de un marido.)
Cuando era joven, esa mujer sólo se preocupaba
por sí misma. Pero ahora le preocupa cualquier cosa que pueda ocurrirle a
alguna de esas personas o cosas. Es diez veces más vulnerable. Por otra parte,
no puede cortar esos lazos ni deshacerse de alguna de esas cargas excepto a
cambio de un fuerte dolor y sufrimiento interno. Son las cosas que pueden
destrozarla, y a la vez son las cosas que más aprecia en la vida.
En consecuencia, todo lo que no le brinda
seguridad o la sensación de seguridad la sobresalta y la fastidia. Adquiere
sólo el conocimiento inútil de las películas baratas, las novelas baratas y los
recuerdos nebulosos de sus viajes al extranjero.
Para este momento su esposo, por su parte,
también ha comenzado a percibir en él algo extraño y nuevo. Casi ya no se habla
con su esposa, excepto para preguntarle entre gruñidos si mandó sus camisas a
la lavandería. En los desayunos dominicales, incluso a veces comenta con ella algunas
fascinantes estadísticas de partidos políticos o le lee la editorial del
periódico matutino.
Pero al llegar a los 30 años, el esposo y la
esposa saben en el fondo de sus corazones que el juego ha terminado. Sin
algunos cocteles de por medio, cualquier tipo de interacción social entre ellos
se vuelve un tormento. Ya no surge espontáneamente; es una convención ante la
cual deben resignarse y cerrar los ojos al hecho de que las personas que
conocen están igual de aburridos y cansados y gordos que ellos, pero deben soportarlos
por educación como ellos mismos son soportados en su momento.
He visto a muchas parejas felices. Pero pocos
de esos hogares siguen siéndolo cuando el esposo y la esposa son mayores de 30.
Los hogares podrían ser divididos en cuatro categorías:
1- Aquellos en los cuales los maridos son unos
tontos engreídos que piensan que vender seguros es más difícil que criar niños,
por lo que todos en casa deben hincarse ante ellos y rendirles pleitesía. Este es el tipo de hogar
donde los hijos se van de casa apenas aprenden a caminar.
2- Aquellos en los cuales la mujer tiene una
lengua viperina y un complejo de mártir, y piensa que es la única mujer en el
mundo que sabe lo que es tener hijos. Este es tal vez el hogar más triste de
todos.
3- Aquellos en los cuales se les recuerda a
los hijos a cada momento la importancia de haberlos traído al mundo, y el
respeto que deben tenerle a sus padres por haber nacido en 1870 en vez de en 1902.
4- Aquellos en los cuales todo es para
beneficio de los hijos. Donde los padres pagan mucho más de lo que son capaces
por la educación de sus hijos y terminan arruinándose sin razón. Estos hogares
acaban generalmente con los hijos avergonzándose de sus padres.
*
Sin embargo aún pienso que el matrimonio es la
más satisfactoria institución que existe. Sólo estoy explicando mi creencia de
que cuando la Vida nos ha utilizado para sus propósitos y se lleva nuestras
cualidades y nuestro atractivo, nos entrega a cambio vacías convicciones acerca de lo
que llamamos “sabiduría” y “experiencia”.
Es inútil señalar que a lo largo de la
historia de la humanidad, se ha creado un enorme camuflaje para ocultar el
hecho de que sólo la juventud tiene algo de atractiva o relevante.
Aunque estén en desacuerdo la mayoría de los
lectores de este artículo, procederé a concluir. Si no están satisfechos con
mis argumentos tienen el derecho de decir: “¡Dios, pero qué pueril es realmente!”
y dedicarse a otra cosa. Personalmente no me considero pueril pues no sé cómo
alguien de mi edad pueda serlo. Por el contrario, hace poco estaba leyendo un
artículo en esta misma revista firmado por un tal Ring Lardner que decía tener
35 años, y a comparación de mí sonaba bastante jovial, alegre y despreocupado.
Tal vez sea igual de vulnerable; no lo
mencionó en su escrito. Tal vez cuando cumples 35 ya no sabes siquiera qué tan
vulnerable eres. Lo único que sé es que si Ring llegara a tener otra vez 25
años, lo cual es poco probable, estaría de acuerdo conmigo. Entre más viejo eres
menos sabes algo sobre cualquier cosa. Si me hubieran pedido que escribiera
este texto hace cinco años, tal vez habría valido la pena leerlo.
FRANCIS SCOTT FITZGERALD
The American
Magazine, Septiembre de 1922
Texto original:
http://www.oldmagazinearticles.com/pdf/FITZGERALD%201.pdf
Texto original:
http://www.oldmagazinearticles.com/pdf/FITZGERALD%201.pdf
miércoles, 12 de febrero de 2014
VISIONES
I
Me convertí en mi propia quimera. Una idea transfigurada del
querer ser. Una serpiente transexual en fuertes quimioterapias. Habitante de mi
propia antípoda. Un psicópata adiestrado. Esclavo de los más escuetos
experimentos pavlovianos. Los personajes se me matan en las neuronas. Suicidas espontáneos.
Asesinos despiadados. Sádicos inconscientes previamente exonerados de sus
maquiavélicos crímenes por mi buen comportamiento y sumisión total ante cualquiera. Un
charlatán lujurioso de reconocimiento.
Tú, morboso partícipe de mis infantiles chantajes con la simple acción
de recorrer este renglón con aún una brizna de interés. Para hacer el amor,
igual se requiere un ente pasivo y uno activo. Únete al club del masoquismo.
Siente todas tus llagas y úlceras, la carne encuerada; al rojo vivo, exhalando
tétricos gritos por los poros. El dolor es lo único real, lo único con
capacidad de abrirte los ojos de par en par. El dolor, invitándote a que te
percibas como un todo indivisible. Un macrocosmos infinito chiquitito,
chiquitito. Los nervios inmovilizándote, estrictos profesores de teología
demostrando las limitaciones del ser humano ante la falacia. El dolor es el más
necesario, repugnante, malparido, semen sobre pedazo de mierda sangrante de
todos los males (Dios es peor e innecesario). La humanidad requiere su
combustible. Estoy tan asustado del
dolor, negándome como ser en el momento de negar sus fuertes dosis
necesarias. No me acepto como ente.
Prófugo ontológico. Un chapuzón de voluptuosidad que me arranque mis propiedades terrenales. Algo así como un
yonqui espiritual. El más rebelde de todos los cobardes.
lunes, 27 de enero de 2014
MEGATHERIUM
Tal vez te haya pasado, abres los ojos, la cama te seduce, te duchas, sientes una leve ansiedad, asco, vas a encarar algo inevitable, piensas algo insulso, cualquier cosa. Sales, tratas de invocar recuerdos asimilables, amables flashazos, tú y tu mamila de oro en los aposentos de tu cuna; por los ríos negros que forman las calles nadas al caminar, avanzas como un arenque o una estrella de mar mientras cientos de pares de ojos te investigan. Sabes que es el día, que te despertaste y que a diferencia de las jornadas-rutina ésta te va a licuar; sobrevivirás pero al recostarte, listo para dormir serás algo desigual. Puede ser que tú no vuelvas, que ya otra cosa, un megatherium duerma en tu cama, probablemente ésta te parezca pequeña, entonces querrás dormir en una altiplanicie, en la punta de una pirámide o en la espalda de un saurio emplumado. Probablemente te ha pasado o te pasará, ese día te partirá el cráneo dejando el asfalto manchado de tu incauta y desparramada conciencia; de tus más absurdas muecas y ascos inevitables brotará un astro ennegrecido que iluminará sulfurando la susceptibilidad, vomitando hiedras floridas, municiones del caldo de pollo que te hacía tu mamá cuando te enfermabas. Porque recordarás haber sido algo una vez, estarás seguro de haber crecido entre industrias vaporosas, rodeado de trillones de anuncios. Pero ahora, en tu nuevo nacimiento te roerán incesantes ácaros, te engullirán mientras más te auto-reproduzcas, una interminable ofensiva entre la polilla y la mariposa se celebrará en todos tus ensangrentados miembros. Te temblará el párpado, te dará fiera disentería; seco arrastrarás tu rostro por el hirviente chapopote, esforzándote, te levantarás arrancando tu cara del suelo, dejando trozos de piel sólo para ver la luz de frente, sin cáusticas lágrimas, con el cerebro en los pies y los pulmones en las manos.
TE AMO
Si murieras
Me volvería necrófilo
Arroparía a tus células muertas
Les leería cuentos de los Grimm
Al fulgor de los astros reflejados
En tu derrame cerebral.
Fantasear en tus pupilas inertes
Mordisquear tus labios paletita de hielo (uva)
…Probar el anal.
Apuñalaría a un artista y bebería su sangre con ron
Me vestiría de anciana y cobraría tu pensión
(Qué recurso tan barato, las rimas de pasión)
Te conservaría en mi refrigerador
Sacaría los abarrotes y moriría de inanición.
Si reencarnases como hombre
Me volvería puto.
martes, 14 de enero de 2014
SKETCH DE UNA NOVELA AUTOMÁTICA DEL SIGLO XXI
Somos
un manojo de nervios, epidermis gelatinosa, un montón de vesículas apiladas,
glándulas exaltadas, una cubeta de aminoácidos, células hipocondríacas, venas
hierba-mala, encías inflamadas, protuberancias blanquecinas, dientes de
esquite, fallas renales, el Excélsior, cirugía plástica, caviar, genocidios, hormonas
en su punto de ebullición, máquina de besos, cheque en blanco, autómatas
ejecutivos, pulmones góticos, perros sarnosos, uñas mordisqueadas, risa de
esquizoide, erupción de neurosis, gafas negras, excesos de Válium, capas
linfáticas, institutos bien jerarquizados, esternocleidomastoideo, lactobacilos
Casei Shirota, sándwich sin corteza, fetiches damnificados, plazas erógenas,
monumentos estériles, licencia de conducir renovable, rebanadas de ectoplasma,
calcio expirado, moléculas cachondas, años bisiestos, vellos rubios en el recto,
carnosidad en los párpados, páncreas, mandato irrevocable, bolsillos de
mezclilla, tiroides amaestrada, serpentinas de fósforo y potasio,
conjuntivitis, cuerdas para yoyo, Salinas de Gortari, organismos acéfalos,
cicutas y cigotos, dimes y diretes, retículas y cutículas, pieles y mieles,
orgasmos con espasmos, intestinos delgados y pitos parados, células y cédulas, glúteos
lúteos…, como meados mareados, lípidos límpidos, vulvas con pulgas, esporas con
toras, pezones cabrones, fleco de José Emilio Pacheco, castrados dopados, tórax
y Kodaks.
¿Qué
somos realmente? ¿Qué hay dentro de todas estas nomenclaturas, detrás de los
viajes al supermercado con carrito lleno, de la reunión AA, de la boda de un
amigo, de las velas de un pastel, de las hipótesis en salvia Divinorum, de las pupilas de un vagabundo, del trino de
aves chamagosas, de las alertas
sísmicas, de las desvirgaciones precarias, de la guerra fría, de los sacapuntas
inflamados, de las noches de cine, de las costras inexplicables, de los sitios
web de citas a ciegas, de los bostezos vespertinos, de las novelas rusas del
siglo XIX, de los camiones de bombero que usan peluca, del primer beso jugando
botellita, de la ridícula cantidad de lápidas, de la galaxia de Andrómeda, de
la entrevista con el ginecólogo, de los 30 minutos de recreo, del cerebro hecho
tortilla por la llanta trasera de un Torton, del hedor a humedad en una
chamarra de gamuza, de un Dios carpintero, del paseo por el parque tomados de
la mano, de la contemplación de un oleo posmo, del suicidio de un vecino, de
los renacuajos en la fuente municipal, del anillo de graduación, de las 11:37
a.m., de ayudar a un anciano a encender la radio, de usar el bigote a la
Hitler, de las extremidades adormecidas, de los hot-cakes con tocino y maple,
del calendario con chistes del ’52, de la prostituta chiqueada, de las llantas
de entrenamiento para bicicleta?
Filósofos
y embusteros intentan entender y servirnos en una compleja charola de
elaboradas trampas sistémicas al ser. Estamos condenados en el patíbulo de sus fenomenologías, a una vida de
abastecimiento eterno, de sortear tedios y encontrar a nuestra mitad
homeopática entre cenas lujosas y revolcones en sábanas menstruadas. Escondido
entre neuronas y jaquecas se encuentra el freno de este nauseabundo carrusel
sinfín… Empresa quisquillosa.
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