No recuerdo con exactitud el
momento en el que recibí la noticia, era como esas veces en que despiertas
sobresaltado de un profundo sueño en un lugar ajeno y te toma unos segundos
recapitular el por qué de tu extraña estancia. Más que tristeza, un profundo
pánico infestó mi ser, la adrenalina corría furiosa por mis venas
acuartelándose en mi cabeza, en ese momento no había nada, cualquier vislumbre
de pensamiento coherente se esfumó de mí, entré en una especie de estado
vegetal, podía respirar y continuar con todas mis funciones biológicas mecánicamente,
inclusive podía caminar y proseguir con la lúgubre llamada telefónica. Cuando
retomé la conciencia completamente me encontraba vomitando en un arbusto,
mientras el sudor empapaba todo mi cabello como si hubiera recibido un balde de
agua helada.
Soy de esas personas que no temen
a la muerte, lo intuyo tan natural como el nacimiento mismo, no tengo ninguna
explicación mística ni religiosa para entenderla, eso se me hace un tanto
cobarde. Estoy plenamente convencido de que la razón humana es un simple
accidente aleatorio, un dossier de compuestos químicos reaccionando según sus
reglas y caprichos. Soy de esas personas insensibles a la muerte, de aquellos
que hacen mofa de las enfermedades por más
contundentes que éstas sean. Muerte, tu cerebro se enfría, se coagula, se
descompone, no hay nada, no hay paraíso, no hay reencarnación, sólo te
conviertes gradualmente en un pila de mierda de gusanos, con la carcasa
hinchada y verduzca, con cualquier capacidad perceptiva deshabilitada y por
suerte también las terminaciones nerviosas y las neurosis que provocan dolor. Soy
de los pocos que van con ese seguro, continuo y progresivo paso hacia la senda
de la perdición, sin vacilar ni un solo segundo.
Papá tuvo una muerte preciosa, un
infarto. No vivió el infierno que yo me estoy agendando, una lenta caída a un
abismo de enfermedades dolorosas, de órganos que se rehúsan a seguir
trabajando, de infecciones internas, de carne pudriéndose en vida propia, de tubos
conectados a todo el cuerpo, de funciones cerebrales muertas, de una
interminable agonía comatosa por culpa de una familia con creencias ridículas,
que prefieren obsequiarme una vida de mentira enclaustrado en una cama de
clínica barata con el olor de mi orina acompañándome a optar por la
reconfortante, elegante y digna muerte inducida por una intravenosa de potentes
fármacos, o por lo menos del cálido beso de la bala en la frente. Papá tuvo una
muerte preciosa.
Estoy en el funeral, todos
lloran, un tumulto de extraños para mí, al parecer mi papá era un hombre muy
querido un montonal de familiares y compañeros de trabajo que apenas reconozco
de vista. Es un poco incomodo estar rodeado por la nueva familia de papá, mi
hermana, mi hermano y yo nos quedamos en el rincón más apartado y oscuro, mamá
prefirió quedarse en casa a velarlo por su cuenta, estaba devastada e histérica
pese a tener 20 años de divorciados. Mis hermanos, al igual que todos en la
estancia, lloran, mi hermana grita desconsolada mi hermano deja caer un
chisguete de lágrimas mientras sorbe los mocos y da un suspiro ocasional; yo
sigo en shock, no es la muerte lo que me molesta, me sentía plenamente
preparado a aceptar el deceso de uno de mis padres gradualmente, viendo como la
salud se deterioraba, viendo como el ciclo se cumplía descarnadamente, poder
tener al viejo en su lecho, escuchar sus últimas palabras, sostener su mano
hasta el final, guardar mis angustias y estar ahí dando todo el apoyo moral,
decirle que la muerte es algo hermoso y necesario, que no hay nada que temer,
que todo estará bien …Pero no, la caprichosa muerte lo arrebato, lo cual fue lo
mejor para él, se quedó en un apacible sueño, sin tener que dar la cara al
dolor de dejar a los seres queridos, es lo único que no deja a uno morir en
paz, el saber que los demás se quedan, que les arruinaste la semana o el mes,
que estarán tristeando cada vez que lleguen las navidades o tus cumpleaños.
¡Qué bueno que papá se ahorró todo ese teatrito de sentirte culpable por el
hecho de cumplir una regla inalterable de la vida misma! Es por eso que no
lloro, lo quise, a mi manera, él me quiso, a la suya, y ambos lo sabíamos,
incluso me atrevo a decir que yo era su favorito, incluso más que la hija de su
nueva mujer. Él me entendía y yo a él sin la necesidad siquiera de cruzar
palabras, simplemente no teníamos casi nada en común, el era un ferviente
amante del futbol y de los autos, a mí me gustaba la literatura y la filosofía,
quizá lo único que nos unía era la música de rock & roll. Siempre me apoyó
ya fuera llevándome a conciertos o comprándome instrumentos y amplificadores,
era un buen hombre, nos quisimos a nuestra manera.
Todos se me quedan viendo raro,
preguntándose si yo soy su hijo, y después tachándome de un puto monstruo sin
sentimientos por el hecho de no haber soltado una lágrima en toda la noche, me
hacen sentir incomodo, como un personaje de Albert Camus. ¡A la verga! No tengo
que darle explicaciones a nadie, a nadie le gustaría quedarse pensando en que
las personas van a sufrir una vez después de su muerte. Me dirijo sin
pronunciar palabra hacia la mesa donde sirven café y brandis, me decido por
éste último y me despacho una botella para mí solo mientras los Delicados con
filtro se prenden con la colilla del anterior sin cesar.
Casi amanece, faltan 10 minutos
para las 5:00 a.m. pido al resto de los veladores que se retiren, que deseo
estar unos minutos a solas con mi padre, nadie cuestiona mi deseo. En cuanto la
última persona deja la habitación por la puerta principal, abro el féretro,
saco el cadáver y lo cargo sobre mi hombro, reviso la mesa y encuentro las
llaves del Mustang 98 de mi papá, salgo por la puerta trasera de la funeraria,
subo el cuerpo en el asiento del copiloto del auto, lo aseguro bien echando el
respaldo en un ángulo abierto y abrochando potentemente el cinturón de
seguridad y me lanzo a toda velocidad a la carretera con dirección a Morelia.
Después de una media hora mi
teléfono no deja de sonar, obviamente están desesperados por mi papá e
imaginándose qué locura debí de haber hecho, no tengo que darle explicaciones a
nadie, tengo la misión cuidadosamente insertada en la mente, me deshago del
celular lanzándolo por la ventana. Papá se ve muy tranquilo, la apacibilidad
del sueño, uno no se daría cuenta que está muerto, salvo por una breve palidez
en su rostro, pero bajo la tenue luz del alba, se ve tan relajado, incluso sus
labios están formando una sonrisa, creo que se da cuenta de mi quehacer y lo hace llenarse de una inexplicable
satisfacción postmortem. Le acaricio con ternura la frente mientras conduzco
lleno de júbilo.
A mitad del camino, un inmenso sueño
me arrebata, recuerdo que estoy completamente ebrio tras haberme bebido botella
y media de Bacardí en los servicios, me enfilo hacia una gasolinera para recargar
combustible y comprarme algo de comer para aligerar la borrachera. No habrá
problema, cubro el cuerpo de mi papá con una manta que por suerte encontré en
el asiento trasero, dejando su rostro libre y con la plena certeza de que quien lo vea lo tomará
por dormido. Compro un sándwich de pavo en el OXXO de la estación y 3 Red Bulls
para aguantar el viaje, a la salida me topo con una bolita de camioneros que
beben cerveza; recordando viejos mitos sobre esas paradas de camioneros me
acerco a uno de ellos y le pregunto por píldoras estimulantes, después de un
rato de vacilar sobre si era policía o no, me ofrecen su mercancía, tomo una
fuerte píldora y también les compro una pequeña pero generosa dosis de ácido
lisérgico, lo consumo combinado de una vez y reanudo mi viaje.
La droga hizo efecto, ni siquiera
tuve que tomar el Red Bull, bueno, sólo lo tomo para mitigar la sed de la
naciente resaca. Voy conduciendo muy rápido, la autopista está completamente
libre, como se encuentra un miércoles a las 5 y cacho de la mañana, voy como a
210 por hora, es un día de verano y la brisa que entra por una tímida apertura
que dejé en el vidrio es realmente refrescante. Para hacer el viaje más
reconfortante pongo un poco de música conectando mi iPod al estéreo.
-¿Qué quieres escuchar papá?
-Lo que quieras hijo.
-¿Unos Creedence estaría bien?
-Sí, ponlos.
-Estuvo bien poca madre cuando me
llevaste a ver a John Fogerty, fue de los mejores conciertos de mi vida,
gracias.
-No, de qué viejo … ¿Por qué
haces esto?
-¿Qué?
-No te hagas. Sabes que no es
necesario.
-Sí, lo sé. Tú ya no entiendes
qué pasa. Pero tengo que hacerlo, es mi deber. Te hice esta promesa desde que
era un niño. Y sé cuánto te importa.
-Pero te vas a meter en un
pedote, lo hubieras hecho con calma, al día siguiente y con el consentimiento
de todos.
-no, tenía que hacerlo de ésta
forma, era la única manera… ¿Crees que me iban a dejar traerte de copiloto?
Además también dame el gusto, es la última vez que tenemos para platicar, estar
tranquilos, escuchar unas rolitas… es más.
-¿Por qué te detienes aquí?
-Espérame.
Me detengo en otra tienda de
autoservicio y compro una caja de cerveza helada.
-Ahora sí, ¡¡¡váaaamonos!!!
-Pues qué más queda, a echar la
última chela.
-¡Salud, papá!
-¡salud, viejo!
-Viejo, la policía nos va a estar
buscando.
-No, no creo, no recuerdas que
para no tener pedos con éste carro y cosas de pensiones e investigaciones lo
pusiste a mi nombre, legalmente es mío, no pueden poner reporte de robo. Tranquilo,
pa. De todas formas el pedo va a ser conmigo, a ti ya qué te pueden hacer.
-¡Eres un chingonazo, viejo!
-Sabes, papá. Siempre pensé que
cuando este momento llegara me iba a sentir bien culero, como de que: mi papá
se fue, nunca lo volveré a ver, nunca le dije todo lo que sentía, que le estaba
muy agradecido por todo lo que hizo por mí, que nunca lo abracé en vida y todas
esas cosas, pero no. Me siento muy tranquilo, creo que somos muy iguales, ambos
somos muy fríos y crudos, no nos importan esas torpes cursilerías de expresar
cariño ni nada, y aún así sabemos cuánto nos queremos. Creo que lo heredé de ti
y me gusta, encajono todos mis anhelos y nostalgias y no me importa, después
las saco en una canción o un poema y ya, somos iguales, tenemos este chasis de
acero y por dentro somos sensibles y tan o más humanos incluso que todos esos
ridículos llorones, afectuosos y maricas. Ellos sólo son poses, necesitados de
la apreciación de los demás. Nosotros no necesitamos que nos enaltezcan, somos
reales y completamente desinteresados. Incluso, cuando íbamos en tu carro y no
teníamos nada de qué hablar por hasta una hora, yo me sentía tranquilo, pues
simplemente tenemos poco en común en la superficie, pero ahora entiendo de
donde viene mi apasionante gusto por la soledad, gracias, heredé de ti todas
las virtudes que me han hecho grande, las que más me enorgullecen, las qué me
han hecho el hombre que soy. Si me siento culpable por algo es por haberte
odiado tanto tiempo durante mi infancia, tú sabes, el divorcio con mi mamá y
eso. Me sentí completamente rechazado, creí que me odiabas, que era la peor
basura del mundo y ni mi propio padre quería permanecer a mi lado, me sentía
cohibido y temeroso todo el tiempo, falto de cariño y de una figura en mi vida.
Pero una vez que crecí, me di cuenta de que tú siempre estuviste ahí, ya fuera
para pasar diario por mí para llevarme a la escuela, intentándome meter al
equipo de futbol sin éxito, llevándome cada semana al tianguis a cambiar los
cassettes de Super Nintendo, o apoyando mis más grande sueño de ser músico
proveyéndome de instrumentos, nunca me faltó nada económicamente, eres un gran
ser humano, muchísimas gracias. Una vez que crecí y comencé a tener novias y
enamorarme y toda esa mierda, te entendí, entendí por qué no funcionó lo tuyo
con mamá. Abrí los ojos, creo que el divorcio fue lo mejor a vivir una vida con
alguien que no amas, con quien vas a estar peleando toda la vida, donde nunca
serás feliz. Creo que esa fue la mejor elección que pudiste hacer. Te agradezco
otra vez de ante mano todo, y deja que te diga esto de todo corazón: Te quiero
un putero, cabrón. ¿Papá? …¿Papá?
-…
Una vez que la droga perdió su
efecto, papá regresó a su estado inerte, mientras la radio comenzaba a tocar
Have You Ever Seen The Rain de los Creedence.
No hay comentarios:
Publicar un comentario