Yacía bocabajo en el frío asfalto
empapado por la lluvia, con la diestra dolorosamente emparedada entre mi espina
dorsal y su huesuda rodilla, el cañón se restregaba con vehemencia en mi nuca forzando
a mi nariz ha rasparse con el rugoso pavimento. Solté una breve risa, un tanto
nerviosa, ante el ridículo hecho de verme como un “criminal”. Creo que también solté
una lágrima, sabía que el momento había llegado, no me sentía arrepentido,
estaba repleto de un coraje e impotencia, insisto: de grado ridículos. Parecía
un milagro, escuché su voz, quizá sería una alucinación inducida por el pánico
de ver mi vida desmoronarse, pero se escuchaba bastante clara, no podía ser una
alucinación, no sé cómo llegó ahí, pero le gritó con imprecación: “¡Déjalo ir
grandísimo pedazo de mierda, él no es para ti!” Él se rehusó a liberarme, por
lo que recibió la infalible explosión de una 9 mm en su estúpida cara de
policía. Por inercia su mano jaló el gatillo del arma que apuntaba a mis
idealistas sesos.
No recuerdo a qué edad probé la
marihuana por primera vez, quizá fue a los 13 o 14 como la mayoría, me parecía divertida…
como a la mayoría. Nunca le presté mayor importancia, era algo que se hacía en
las reuniones semanales con los amigos tras beber unas caguamas Corona bien
muertas, el caso del comienzo es lo
menos importante; sí, lo admito, fue indispensable para poder sobrellevar el
duelo de la pérdida de mi madre, y para poder proseguir con mi vida.
Cuando me quedé solo, la
posibilidad de continuar estudiando se veía tan distante que la abandoné por un
tiempo, dedicándome a una serie de empleos burocráticos y mal pagados que
absorbían por completo cada uno de mis sucios días pero me permitían poder
pagar renta, gas, luz, agua y comida… cero lujos. Por lo regular me veía encuartelado unas
dieciséis horas al día en un cubículo de 1.50x1.50 realizando llamadas de cobro
para bancos, tras la desmoralización per se del trabajo mierdoso, tenía que
recibir ráfagas y ráfagas de obscenidades y amenazas hacia mi persona, como si
mi ser tuviera algo que ver con esas corporaciones maquiavélicas, yo sólo era
un miserable pepenador de un sueldo que me permitiera cubrir las más básicas
necesidades humanas, entre ellas, lo admito, la bebida y drogas, de no ser por
ocupar mi único día de descanso semanal en colocarme como poseso, me hubiera
volado el cerebelo hace mucho tiempo.
Uno de esos desabridos días Liliana,
una compañera del trabajo de la cual me encontraba enamorado, descubrió un
paquete de papel para liar porros que descuidadamente dejé sobre mi escritorio
durante una de mis múltiples visitas al baño para drogarme. Para hacer lo más
breve posible la historia, ella también era adicta a la mariguana, atravesaba
una sequía, su único dealer había desaparecido sin dejar pista alguna (el
cliché más grande de los mejores dealers) me pidió un poco, por fortuna ese
mismo día era el último de trabajo antes de nuestro día de descanso, que por un
capricho del azar también coincidía. Fuimos a mi piso, liamos un par de gallos,
bebimos unos vasos de mezcal escuchamos unos acetatos en mi viejo tocadiscos
(única pertenencia recreativa que poseía, lo demás era mi poca ropa, vasos y
platos y cubiertos desechables listos para lavarse en el lavabo del baño, una
hielera para guardar alimentos y un sillón de tres espacios que por las noches
fungía como cama( y obvio una breve pero interesante colección de elepés))
culminamos la noche follando con desesperación animal.
Liliana Mendoza: estudiante de
Filosofía de la FES Acatlán, depresiva, trabaja de medio tiempo para solventar
sus estudios, hija de familia bien acomodada, su ego e independencia le impide
aceptar cualquier cosa proveniente de sus padres, es una estudiante promedio,
más bien holgazana pero inteligente, adicta a la cannabis (si es que fuera de
una temporal dependencia psicológica tal cosa pudiera existir).
Tras varias semanas de bohemia, cannabis,
romance y rock setentero en mi piso, invité a Liliana a mudarse, aceptó sin
dudarlo ni una vez. Poseía una gran colección de libros y copias fotostáticas
sobre filosofía, poesía y diversos tratados experimentales, poseía poesía. Por
las noches tras llegar abatidos del horrible trabajo, y después de hacer el
amor, yo me sumergía a descubrir algo nuevo en esos libros, siempre lo encontraba,
Liliana era una mujer muy inteligente, me instruyó bastante en mis lecturas,
siempre dispuesta a debatir y a dejarme callado en mis pobres e incultos puntos
de vista.
Cuando compraba la hierba en mi
día libre, introduciéndome en esa selva de lonas rosas, amarillas y azules
llamada Tepito, siempre me encontraba en total estado de paranoia, me convencía
yo mismo de que fumando un gallo me tranquilizaría, pero en lugar de eso la
paranoia se expandía abarcando todo el cerebro: en cada lugar veía policías,
todos eran esos hombrecillos de azul que iban directamente por mi culo, sentía
las miradas de todas esos insignificantes transeúntes juzgándome, devorándome
con fiereza, haciéndome sentir como un asesino descuartizador pedófilo caníbal,
cuando en realidad yo sólo quería un buen colocón. Por suerte sólo compraba
dotación semanal, era fácil distribuirla entre mis dos botas para el camino a
casa, sólo una vez me catearon los policías, no encontraron nada, salvo una
cara pálida sudorosa y un tartamudeo que los divirtió.
Tepito era un buen lugar para
comprar, yo siempre iba con “La Chapa Guzmán” una vieja dealer sesentona que
siempre me daba la mejor hierba del lugar, además era un sitio seguro para
evitar las redadas policiacas: entrabas por una tiendita, decías al propietario
que ibas a ver a la Chapa, te dejaba traspasar una cortina negra que estaba en
el fondo del local, entrabas a una vecindad ciudad perdida, te parabas frente a
la casa de la Guzmán, dabas el chiflidito característico y la puerta se abría. Al
salir cargado podías escoger tres caminos diferentes: la puerta de la vecindad,
sitio que era el más caliente y arriesgado debido a la gran cantidad de redadas
que había en el año, cerdos que sólo querían su rebanada de pastel y jodían a
los pequeños e inofensivos drogatas como yo. La tiendita por la que entrabas,
tenías que pagar $10 para poder utilizar esa salida que no se encontraba al 100% exenta de la posibilidad de una redada, hay mucho chivatón por ahí. O la
más segura: por la carnicería de Don Pepe; esta salida, la Guzmán sólo se la
indicaba a quienes ya consideraba de confianza, a mí me dio el tip tras dos
años de comprarle a ella mi cargamento semanal, a Don Pepe también se le tenía
que pagar $10.
Una de nuestras noches de
pachequés en el piso, la desgracia ocurrió mientras Liliana y yo estábamos
colocados como monos, comenzamos a hablar del trabajo, más que nada chistes
sobre la obesidad del jefe, llamándolo fracasado sin futuro e ignorante, lame
huevos, en fin; todo esto enmarcado con las pintorescas frases de la jerga del
mariguano: “hay que ponchar otro gallo, mientras sácate el pinche hitter” “¡qué
buen tren!” “corre el toquirrol” etc. Durante la plática y como si estuviera
invocándolo mi celular sonó, era una llamada de ese bastardo del supervisor, mi
jefe. Me dijo: “¿Conque gordo, ignorante, sin futuro y lame huevos, no? Mañana
quiero que se presente a mi oficina para un antidoping, si encontramos
cualquier tipo de sustancia ilegal en su cuerpo lo echamos de patitas a la
calle, no es el tipo de visión que la empresa quiere dar, puntualito y sin
excusas, hasta mañana, Señor. ” Cuando colgó el teléfono quedé perplejo,
malviajado. ¿Cómo chingada madre pudo oír la conversación? Ese puto gordo es
brujo o qué pedo, nos tiene vigilados, tiene cámaras o micrófonos en el cuarto.
No fue hasta que el efecto de la mota pasó que me di cuenta de que no había
bloqueado mi celular que se encontraba en mi bolsillo, se marcó el número del
jefe que estaba en la sección de marcado rápido. Oyó todo, por suerte no pudo
distinguir la voz de Liliana. Obviamente al día siguiente fui despedido.
Liliana me sugirió trabajar como
dealer en la FES Acatlán, ella estudiaba Filosofía y conocía a mucha banda
dispuesta a comprar. Yo, sin trabajo y con deudas que pagar, acepté con miedo
por supuesto. Realmente desde mi punto de vista no estaba cometiendo ningún
delito, no es como venderle drogas a niños, o como que la mariguana fuera una
sustancia mortal que pueda cobrar vidas, sólo vendía un producto menos dañino
que el alcohol a un puñado de adultos, que están instruidos y tienen libre
elección sobre su cuerpo, utilicé mi libre albedrio, realmente no soy un puto
criminal, el gobierno lo penaliza, es una ley estúpida, no voy a ser parte de
esa ley hipócrita y que a mí juicio está mal, me atengo a las consecuencias de
su estupidez, peleen y criminalicen el peor de todos los males, regocíjense en
sus asquerosos mares de sangre, porten con vergüenza su bandera de justicia. Yo
no soy parte de ustedes.
Las ventas empezaron, eran buenas,
ganaba lo mismo que en mi anterior trabajo y por menos tiempo, decidí conservar
ese empleo, por la mera pasión de seguir aprendiendo, poder visitar la
biblioteca, tener esas pláticas existencialistas con mis consumidores, era el
ambiente que estaba buscando, pronto pude hacer el examen y comenzar
formalmente mis estudios en Filosofía en la FES, no lo hacía por la necesidad
de un empleo bien remunerado o por el prestigio como lo hace la mayoría, mis
anhelos están más allá, la pura lujuria del saber. Al parecer mis actos
“criminales” me dieron lo que el puto gobierno no puede ofrecer: “verdadera
educación pública y gratuita” el tener que pagar 100 pesos semanales de pasajes
más comidas, renta, luz, etc. limita la posibilidad de una verdadera educación gratuita.
Esa noche no debí ir, algo en mí
sabía que las cosas no iban a marchar bien, nunca confié en ese hipócrita,
además, ¿citarme en su casa, y de noche? Claro, la paga era buenísima, eran las
ganancias de tres meses en un putazo y estaba a unas cuantas cuadras de mi piso.
Pero también era muy arriesgado, la mochila estaba repleta. Yo sabía que él no
era realmente de confianza, nunca había fumado con él, él sólo me había
comprado dos veces anteriormente y raciones muy pequeñas, personales. Pero el negocio
se oía tan tentador y jugoso.
Al llegar ahí lo que temía pasó,
una puta redada, sólo estaba ese policía, ese policía que había asesinado a un
inocente hace unas cuantas semanas al confundirlo con un alto capo, no había
sido procesado por su error, la prensa le lavó las manos pasándolo como un daño
colateral en la lucha contra el narcotráfico. Fue todo un bombazo mediático.
¡Vaya, vaya! ¿Qué tenemos aquí? –
me preguntó con arrogancia, me basculeó y encontró el cargamento, con eso me
darían un buen tiempo tras las rejas, estaba jodido.
“Bueno, hijo- continuó en tono
burlón, mientras me tiraba para esposarme y apuntarme intimidatoriamente con su
arma.- ya que estás jodido, deja que te cuente ¿Sí?, este cargamento estuvo
totalmente arreglado, ya te esperaba. Como supongo que escuchaste hace un par
de semanas me cargué a un insolente estudiante como tú. Sí, lo admito, fue mi
culpa, pero estaban a punto de joderme si no entregábamos a un “capo” pronto,
todo el teatrito de la policía se iba a caer, los grandes contratos con el
narco estaban amenazados, pues qué hacer. Encontrar a un traficante pendejo
como ustedes: sin poder, solos y entregarlo haciéndolo pasar como el gran
sicario desalmado jefe de cártel. No tienen posibilidad los pendejos como tú,
no tienen protección, ni siquiera tienen armas. Es puto pan comido, ahora te
entrego, no tienes para un puto abogado, y aunque lo tuvieras, toda esta puta
droga no va a desaparecer solita, y deja que te diga, es bastante. Mi
reputación se purifica, y todos ganamos. Ah, excepto tú por supuesto. Es más,
incluso ahorita mismo podría dispararte en la puta cabeza, no hay nada que me
lo impida, la vez pasada lo hice para sentir el poder de matar, te entregaría
como cadáver pero con toda esa droga seguro te toman por sicario, solamente
tendría que colocarte una pistola como ésta que cargo justo aquí y dispararme
yo mismo en el brazo o la pierna, eso me exhortaría del grado de puto
delincuente y me llevaría directito al salón de la fama de la lucha antinarco,
incluso podría pedir mi jubilación una buena pensión por baja y vivir como
héroe y rey por el resto de mi vida ” En ese momento mi vista se nubló,
perdí la escucha, lo poco que podía oír
era tan lejano, ajeno como en una pesadilla, sólo sentía su risa diabólica,
mientras pensaba: este culero no bromea, me va a matar, es un puto asesino,
sólo se despejó cuando oí un balazo, el lunático se había disparado en el
hombro, me sujetó de la cabeza mientras aún yacía sobre mí para que me
percatara de que él había tomado una decisión, me asesinaría sin el menor
remordimiento. Me bloqueé por completo mientras reconfiguraba la aleatoria
sucesión de acontecimientos que me habían llevado hasta mi inevitable final.
Escuché su voz. Era Liliana quien me
escoltaba. En el momento en que el policía me tiró para esposarme el
automarcado de mi celular desbloqueado me salvó la puta vida, Liliana escuchó
el monólogo del policía mientras se apresuraba a alcanzarme en el lugar que
supuso se llevaba la emboscada.
“¡Déjalo ir grandísimo pedazo de mierda, él no
es para ti!” Se rehusó a liberarme, por lo que recibió la infalible explosión
de una 9 mm en su estúpida cara de policía. Por inercia su mano jaló el gatillo
del arma que apuntaba a mis idealistas sesos.
La pistola del policía se encasquilló. Me
levanté todavía con miedo mientras nos apresurábamos a huir y le pregunté
histéricamente a Liliana: -¿de dónde verga sacaste esa pistola?- Ella sólo me respondió con una sonrisa traviesa.
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