jueves, 26 de julio de 2012

BIID


Creo que hoy cumplo un mes sin conciliar el sueño. Es difícil hacer cuentas cuando llevas un mes sin dormir, no es que lleve un mes sin poder dormir, eso sería humanamente imposible, pero llevo un mes alimentándome de insignificantes migajas de sueño. Por las noches duermo lapsos de 15 minutos para después pasar una media hora en vigilia. Me estoy convirtiendo en un cadáver viviente, mi cerebro no funciona debidamente durante el día, nunca sé dónde estoy, me adormezco y me mantengo balanceándome entre penumbras de imaginación y objetivos que se cumplen de una manera cuasi mecánica. Extraño esos bellos días en que los desvelos involuntarios eran ocasionados por mi psique. Cuando las neuronas oscilaban entre obligaciones laborales incompletas, preocupaciones económicas que se resolverán la próxima quincena; o bien, por el dossier de todas esas relaciones amorosas que se desploman en una inmensa bola de fuego y hierro hirviente como la nave en la portada del primer álbum de Led Zeppelin.
Mi pierna izquierda se independizó, no es más un miembro de mi cuerpo, ha cobrado vida propia, es un ente ajeno que caprichosamente se aferra a mí. Es imposible encontrar una pose en la que pueda desentenderme de su existencia, siempre está ahí, hormiguéante, reclamando mi propia sangre para sí misma, atestándola de su grotesca otredad. Yo siento mi sangre circular por ella, se avergüenza, pasa por esas venas con la cabeza agachada, como el nuevo reo del penal en el pasillo de su perdición, siento como mi sangre es violada al transitar por ese oscuro miembro. No estoy seguro de en qué momento descubrí que esa pierna no me pertenecía, nací con ella y había vivido toda mi vida con ella, era normal,  al igual que la tuya: le cortaba las uñas, le ponía calcetines cómodos dependiendo de la estación del año, le procuraba también un buen par de zapatos y hasta me apresuraba a desinfectarla y curarla cuando un accidente le ocurría. Es una extensión mal agradecida, después de todo lo que hice por ella y sin el menor reconocimiento a mis arduas labores, de la noche a la mañana me omite. No puedo decir con seguridad qué es lo que maquiavélicamente trama, es una infiltrada, aún responde a las órdenes de mi cerebro, puedo caminar, bailar, brincar y realizar todo tipo de actividades como antes, pero yo sé bien que es una extraña tratando de ganar mi confianza para, en el momento menos esperado, derrocarme y apoderarse de todo mi cuerpo.  Ah, pero aún soy más astuto y precavido que ella: cambié mi automóvil de transmisión estándar por uno automático relegando así toda la responsabilidad de conducir, e incluso mi vida, a la pierna derecha. 
He hecho una buena investigación sobre el tema, parece ser que sólo es un desorden psicológico, pero no, los doctores que escriben esos tratados intentan buscar una explicación “razonable” para lo que no pueden comprender. Soy un hombre estable, yo nunca he padecido nada fuera de lo normal, es ridículo que cuestionen mi percepción, no es como que simplemente algo se aferre tanto a tu inconsciente que adquiera poderes supernaturales, sería igual de risible y absurdo que creer que un enfermo mental que esté convencido de que puede volar simplemente lo haga aún desafiando todas las leyes de la física y la razón. Estoy 100% convencido de que esa pierna no me pertenece, no tengo excusa alguna para mentir.
He intentado extirparla de mí, pero ahora que recuerdo, sí tengo un leve desorden psicológico: padezco una desmesurada fobia a los objetos punzocortantes: el simple hecho de pensar en el piquete de una aguja torna mi piel a un tono blanco de papel, mi sudoración se dispara, la vista y el oído se tornan difusos  y mi respiración se hiperventila. Una ocasión, empapado en desesperanza intenté cercenar la pierna invasora con un pequeño cúter, no pasé de una insignificante herida de menos de un milímetro de profundidad y dos centímetros de largo antes de caer en la inconsciencia. No podía seguir viviendo así, necesitaba poder dormir tranquilo sin la incomodidad del extranjero en mi ser, de antemano sabía que convencer a algún doctor o conocido de realizar la cirugía, sería una pérdida de tiempo que me recluiría a algún barato sanatorio mental y fuertes e innecesarios antipsicóticos. La única forma en la que me liberaría del macabro invasor sería ejecutando yo mismo la operación.
Necesitaba estar anestesiado y desinhibido de mi fobia. Pensé en morfina o cualquier otro de sus derivados, pero para eso sería necesaria una dosis intravenosa que me sería imposible administrarme sin caer en el desmayo, a parte soy algo melindroso y temo crear una adicción biológica a ese fármaco. Opte, a sabiendas de que es comúnmente utilizada para aliviar el dolor en pacientes con grados avanzados de cáncer, por una fuerte dosis de marihuana. Conseguí una gran pipa de agua o como le llaman: bong, también conseguí una generosa dotación de la planta, una pequeña pero poderosa sierra eléctrica, un botiquín atestado de diversos antisépticos y en última instancia un soplete, en caso de que la hemorragia fuera tan grave que sólo cauterizando la herida con fuego pudiera detenerla …Ah, también adquirí una cara botella de whiskey reposado de 12 años.
Todo estaba listo para mi emancipación del carroñero miembro, puse un poco de música para relajarme: el álbum semiambiental de Brian Eno: Another Green World, pasé aproximadamente media hora fumando hierba sin parar y alternándola con generosos sorbos a la botella. La droga hizo su efecto, lo único que me ataba a la realidad era la música del álbum que sonaba por segunda vez consecutiva, estaba completamente perdido, la pierna disidente se apoderaba de mí por completo, esa percepción calambrosa y foránea me estaba haciendo pasar un muy mal rato, no podía aguantar más, sentía como sus nervios comenzaban a apoderarse de mi cerebro, mi voluntad se sometía a esa peluda extremidad, su poder comenzaba a extenderse a mis partes nobles, di mi última y prolongada calada a la pipa, fue tanta la mariguana que consumí en esa fumada que desató una potente tos con algo de flemas y sangre, aclaré mi garganta con el último sorbo de la botella.
La sensación de otredad nauseabunda en mi pierna era tan potente que con el simple sonido de la motosierra funcionando mi libido se despertó bruscamente. Cuando la sierra dentada hizo su primer contacto con el muslo, por más que me esforcé no pude evitar eyacular violentamente, era exquisito como el intruso sucumbía ante la potencia de mi enfurecida herramienta, girones de carne se estrellaban bruscamente contra mi cara mientras la sangre borboteaba por todas partes. Fue notable la diferencia entre la carne y el hueso: la carne cedía ante la afilada cuchilla como si se tratase de queso crema, el hueso oponía inútil resistencia: la consistencia ante la sierra era como de un pan duro, los pedazos de cartílago volaban por toda la estancia terminando en un fuerte chasquido en cuanto impactaban con algo, vergonzosamente durante el corte del hueso mi esfínter dejó de funcionar obligándome involuntariamente a orinarme y cagarme. Cuando el invasor por fin se desprendió de mí, sentí un paradisíaco alivio, la mejor sensación que he podido ser capaz de alcanzar en toda mi vida. La hemorragia no se detenía tal como lo preví, ni fuertes dosis de alcohol y diversos antisépticos controlaban el desparrame de sangre. Tomé el soplete y lo encendí, chamusqué toda la herida sin sentir dolor alguno gracias al fuerte analgésico natural que ingerí, la carne burbujeante y negra desprendía un olor a comida pasada, como a moronga de varios meses, vomité por el nauseabundo olor, pero logré mi objetivo, detuve la brutal hemorragia, después de apagar el soplete me desmayé y dormí deliciosamente como un bebé en la alfombra de mis desechos corporales arrullado por el álbum que se repetiría sin cesar durante toda la noche. Nunca había tenido un sueño tan revitalizante y divino  en toda mi vida. Después de unos cuantos días sin el miembro invasor, caí en la cuenta de que éste había transmutado todas sus sádicas propiedades a mi pierna derecha.

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