Creo que hoy cumplo un mes sin conciliar el sueño. Es
difícil hacer cuentas cuando llevas un mes sin dormir, no es que lleve un mes
sin poder dormir, eso sería humanamente imposible, pero llevo un mes
alimentándome de insignificantes migajas de sueño. Por las noches duermo lapsos
de 15 minutos para después pasar una media hora en vigilia. Me estoy
convirtiendo en un cadáver viviente, mi cerebro no funciona debidamente durante
el día, nunca sé dónde estoy, me adormezco y me mantengo balanceándome entre penumbras
de imaginación y objetivos que se cumplen de una manera cuasi mecánica. Extraño
esos bellos días en que los desvelos involuntarios eran ocasionados por mi
psique. Cuando las neuronas oscilaban entre obligaciones laborales incompletas,
preocupaciones económicas que se resolverán la próxima quincena; o bien, por el
dossier de todas esas relaciones amorosas que se desploman en una inmensa bola
de fuego y hierro hirviente como la nave en la portada del primer álbum de Led
Zeppelin.
Mi pierna izquierda se independizó, no es más un miembro de
mi cuerpo, ha cobrado vida propia, es un ente ajeno que caprichosamente se
aferra a mí. Es imposible encontrar una pose en la que pueda desentenderme de
su existencia, siempre está ahí, hormiguéante, reclamando mi propia sangre para
sí misma, atestándola de su grotesca otredad. Yo siento mi sangre circular por
ella, se avergüenza, pasa por esas venas con la cabeza agachada, como el nuevo
reo del penal en el pasillo de su perdición, siento como mi sangre es violada al
transitar por ese oscuro miembro. No estoy seguro de en qué momento descubrí
que esa pierna no me pertenecía, nací con ella y había vivido toda mi vida con
ella, era normal, al igual que la tuya:
le cortaba las uñas, le ponía calcetines cómodos dependiendo de la estación del
año, le procuraba también un buen par de zapatos y hasta me apresuraba a
desinfectarla y curarla cuando un accidente le ocurría. Es una extensión mal
agradecida, después de todo lo que hice por ella y sin el menor reconocimiento
a mis arduas labores, de la noche a la mañana me omite. No puedo decir con
seguridad qué es lo que maquiavélicamente trama, es una infiltrada, aún
responde a las órdenes de mi cerebro, puedo caminar, bailar, brincar y realizar
todo tipo de actividades como antes, pero yo sé bien que es una extraña
tratando de ganar mi confianza para, en el momento menos esperado, derrocarme y
apoderarse de todo mi cuerpo. Ah, pero
aún soy más astuto y precavido que ella: cambié mi automóvil de transmisión
estándar por uno automático relegando así toda la responsabilidad de conducir,
e incluso mi vida, a la pierna derecha.
He hecho una buena investigación sobre el tema, parece ser
que sólo es un desorden psicológico, pero no, los doctores que escriben esos
tratados intentan buscar una explicación “razonable” para lo que no pueden
comprender. Soy un hombre estable, yo nunca he padecido nada fuera de lo
normal, es ridículo que cuestionen mi percepción, no es como que simplemente
algo se aferre tanto a tu inconsciente que adquiera poderes supernaturales,
sería igual de risible y absurdo que creer que un enfermo mental que esté convencido
de que puede volar simplemente lo haga aún desafiando todas las leyes de la
física y la razón. Estoy 100% convencido de que esa pierna no me pertenece, no
tengo excusa alguna para mentir.
He intentado extirparla de mí, pero ahora que recuerdo, sí
tengo un leve desorden psicológico: padezco una desmesurada fobia a los objetos
punzocortantes: el simple hecho de pensar en el piquete de una aguja torna mi
piel a un tono blanco de papel, mi sudoración se dispara, la vista y el oído se
tornan difusos y mi respiración se
hiperventila. Una ocasión, empapado en desesperanza intenté cercenar la pierna
invasora con un pequeño cúter, no pasé de una insignificante herida de menos de
un milímetro de profundidad y dos centímetros de largo antes de caer en la
inconsciencia. No podía seguir viviendo así, necesitaba poder dormir tranquilo
sin la incomodidad del extranjero en mi ser, de antemano sabía que convencer a algún
doctor o conocido de realizar la cirugía, sería una pérdida de tiempo que me recluiría
a algún barato sanatorio mental y fuertes e innecesarios antipsicóticos. La
única forma en la que me liberaría del macabro invasor sería ejecutando yo
mismo la operación.
Necesitaba estar anestesiado y desinhibido de mi fobia.
Pensé en morfina o cualquier otro de sus derivados, pero para eso sería
necesaria una dosis intravenosa que me sería imposible administrarme sin caer
en el desmayo, a parte soy algo melindroso y temo crear una adicción biológica
a ese fármaco. Opte, a sabiendas de que es comúnmente utilizada para aliviar el
dolor en pacientes con grados avanzados de cáncer, por una fuerte dosis de
marihuana. Conseguí una gran pipa de agua o como le llaman: bong, también
conseguí una generosa dotación de la planta, una pequeña pero poderosa sierra
eléctrica, un botiquín atestado de diversos antisépticos y en última instancia
un soplete, en caso de que la hemorragia fuera tan grave que sólo cauterizando
la herida con fuego pudiera detenerla …Ah, también adquirí una cara botella de
whiskey reposado de 12 años.
Todo estaba listo para mi emancipación del carroñero
miembro, puse un poco de música para relajarme: el álbum semiambiental de Brian
Eno: Another Green World, pasé aproximadamente media hora fumando hierba sin
parar y alternándola con generosos sorbos a la botella. La droga hizo su
efecto, lo único que me ataba a la realidad era la música del álbum que sonaba
por segunda vez consecutiva, estaba completamente perdido, la pierna disidente
se apoderaba de mí por completo, esa percepción calambrosa y foránea me estaba
haciendo pasar un muy mal rato, no podía aguantar más, sentía como sus nervios
comenzaban a apoderarse de mi cerebro, mi voluntad se sometía a esa peluda
extremidad, su poder comenzaba a extenderse a mis partes nobles, di mi última y
prolongada calada a la pipa, fue tanta la mariguana que consumí en esa fumada
que desató una potente tos con algo de flemas y sangre, aclaré mi garganta con
el último sorbo de la botella.
La sensación de otredad nauseabunda en mi pierna era tan
potente que con el simple sonido de la motosierra funcionando mi libido se
despertó bruscamente. Cuando la sierra dentada hizo su primer contacto con el
muslo, por más que me esforcé no pude evitar eyacular violentamente, era
exquisito como el intruso sucumbía ante la potencia de mi enfurecida
herramienta, girones de carne se estrellaban bruscamente contra mi cara
mientras la sangre borboteaba por todas partes. Fue notable la diferencia entre
la carne y el hueso: la carne cedía ante la afilada cuchilla como si se tratase
de queso crema, el hueso oponía inútil resistencia: la consistencia ante la
sierra era como de un pan duro, los pedazos de cartílago volaban por toda la
estancia terminando en un fuerte chasquido en cuanto impactaban con algo,
vergonzosamente durante el corte del hueso mi esfínter dejó de funcionar
obligándome involuntariamente a orinarme y cagarme. Cuando el invasor por fin
se desprendió de mí, sentí un paradisíaco alivio, la mejor sensación que he
podido ser capaz de alcanzar en toda mi vida. La hemorragia no se detenía tal
como lo preví, ni fuertes dosis de alcohol y diversos antisépticos controlaban
el desparrame de sangre. Tomé el soplete y lo encendí, chamusqué toda la herida
sin sentir dolor alguno gracias al fuerte analgésico natural que ingerí, la
carne burbujeante y negra desprendía un olor a comida pasada, como a moronga de
varios meses, vomité por el nauseabundo olor, pero logré mi objetivo, detuve la
brutal hemorragia, después de apagar el soplete me desmayé y dormí
deliciosamente como un bebé en la alfombra de mis desechos corporales arrullado
por el álbum que se repetiría sin cesar durante toda la noche. Nunca había
tenido un sueño tan revitalizante y divino
en toda mi vida. Después de unos cuantos días sin el miembro invasor,
caí en la cuenta de que éste había transmutado todas sus sádicas propiedades a
mi pierna derecha.
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