Empaquetado. Recluido a tu
prisión de mentiras. Yo que nunca llego tarde a la hora del antibiótico, yo que
me veo desmoralizado por el diario discurrir de la vida, por el tropezado sinsabor de los colores diarios. Las
tonalidades grisáceas de la oficina me recuerdan lo barato de la vida hace tres
generaciones. Las tonalidades grisáceas del amor me recuerdan todas esas
megalomanías que llamamos virilidad. Y los verdugos que planchan sus trajes de
gala, los que únicamente te cortan los miembros y te dejan con la apariencia de
una pildorita neuroléptica. Te compran con su cínica libertad de expresión y
funerales públicos. Nacimos en el año de la tierra infértil, donde los
espectros resguardan todo el pasto seco y amamantan a sus sádicos retoños. Aquí, donde todos los fuegos,
una vez despedazados, se extinguieron
para dar paso a la apatía generalizada, a las tristezas compartidas. Las clases
de historia remplazadas por manuales sobre nudos Windsor. Verás a todos esos intelectuales
cavando en lo más profundo de sus mentiras, buceando en el conformismo,
rasgando maniáticamente las puertas del salón de la fama, hasta que todos
nuestros hímenes yazcan en sus estatuas; ese mismo día, cuando el arte deje de
ser un pasatiempo y se convierta en armamento. Nuestra esencia no se creará ni
se destruirá, se transformará; se enreda en una cara triste, en un racimo de
sueños difuminados. Es prostituida y degollada por un puñado de monedas y una
opinión. Nacimos de las cenizas de una bella semilla. Hambrientos del derecho a una condena de
libertad. A inventar nuestras propias cadenas perpetuas y pactar como infantes.
A dejar nuestras ridículas jaulitas y reencontrarnos con versiones más
primitivas de nosotros mismos, aquellas en las que el amor no era un juicio
estético, cuando sólo era el núcleo de toda objetivación y la retroalimentación
de toda acción. Sí ellos fueran como nosotros estarían acabados e
hipocondriacos para estos momentos. Nosotros celebramos nuestras elegías y
danzamos orgiásticamente en nuestros epitafios, mientras estamos hipnotizados
por esa inminente lluvia de balas, por el factor que nos haga empezar de nuevo,
mientras las más humildes intensiones permanecen asfixiándose en ese
caricaturesco saco café claro con un signo de $ en verde que se llama triunfo. El
sentimiento sintético de que las palabras en un manifiesto empresarial te
acechan, te van persiguiendo como crueles hormigas a la carroña, escapar de sus
tenebrosos colmillos y sus exasperantes formas de distribución y alienación, eres
parte y te encuentras vagando en sus sucias mentes, procurando la exclusiva
militancia de tus acciones, para reconstituirte, con las ranuras para enjuiciar
vacías.
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