Y me di cuenta de que el odio
habitaba en mí, Mi sombra es un pálido trasunto de mi alma, despedacé la venda
de vanidad, me acepté con toda mi humanidad. Yo, que soy esa hoya donde hierven
sentimientos despreciables, donde la envidia me carcome y los celos me arrebatan del conforte de mi
autoproclamada “racionalidad”. Negando esa ignominiosa y humana estancia donde
me deleito con el desengaño e infortunio ajeno, siendo un puto mentiroso que impregna
de tabúes y trabas a su infecto corazón, su corazón humano. ¡Ja! procurándome
imperativos categóricos y bañándome en las turbias aguas del idealismo,
predicando una fraternidad en la que no creo ni por un segundo, y pensar que ni siquiera puedo quedarme viendo
por más de 30 segundos a los ojos de otro ser humano sin inundar mi ser de un
sentimiento de ridiculez, de falsedad, de una desmesurada otredad, casi
cancerígena. Mi ego siempre es tan alto que me impide acercarme a otras
personas, las considero intelectualmente inferiores, me aíslo, me encuartelo en
mi bilis, las considero felices, me considero triste por comprenderlo todo.
Pero llega el momento en el que entablo un diálogo con cualquier persona y me
demuestran todo lo contrario, una notable superioridad intelectual sobre mí,
siempre abatiéndome en la más simple mayéutica, no tengo el poder de cambiar
mentes, no tengo el don de hacer sentir empatía. Mi bagaje intelectual,
probablemente lo único que considero un poco sobresaliente de mí, se
subordinada y somete a cualquier otra voluntad, resignándose cabizbajo; y el
sentimiento de estar enclaustrándome en el inmenso vacío, en no ser especial,
en una existencia exagerada y sobrevalorada que sólo puede ser percibida por mí.
Los ojos se abren, la estupidez aflora, tanta interdisciplinariedad a medias,
tantos conceptos tajados, un pensamiento casi infantil, una cosmogonía mágica,
un collage de verdades que expiran, puntos de vista mutando aleatoriamente como
sonidos que se alargan y agudizan en un
desesperado intento de convertirse en sinestesia y que sólo quedan en un
quisquilloso bramido. Mi propio escenario se desmantela. Estoy envuelto por el
sinsentido, cumplo (al igual que todos) mi sentencia a la aleatoriedad. Una
realidad que sólo me ha dejado temeroso y esquizoide. Yo que padezco el don de
la precaución estoy condenado a vagar por un tablero oscuro mientras todos mis
caprichos perecen en tragicomedia. Envidio a aquellos que luchan, aquellos que
se lanzan al vacio por sus ideales, esos activistas políticos que se enfrentan
contra sus némesis en desgarradoras y épicas batallas; muchas veces portando
una visión parcial como estandarte, criticando a un sistema sin la previsión de
conocer sus entrañas. Esos orgullosos marchistas que no tienen ni la más mínima
puta idea de cómo se desempeña una nación en sus primordiales funciones
económicas, ellos, con sus banderas de cambio elitista que pulverizan
únicamente a la parte más purulenta y llagosa del pútrido tejido social,
esperando ciegamente que las demás células del mismo rapaz y sanguinario demonio
muestren o generen misericordia. Soy un snob, me uno a la euforia de las luchas
sociales. Voto, aún a sabiendas de que eso no me traerá ni un minúsculo
vestigio de democracia ni voz, simplemente demuestro mi apoyo a sus imbéciles
mentiras, pero de todas formas lo hago, sabiendo que todo este teatro está mal,
que limita el potencial humano, que lo hunde en contradicciones, que lo obliga
a odiar, a envidiar, que lo enferma de poder, que lo esclaviza, que lo deja
afiebrado, limitado, nulo. Empuja al ser a vivir una vida irracional, empolvada
de competencias malsanas. Creamos todos esos conceptos fútiles que relegan a lo
indispensable al rango de pasatiempos: ecología, saber, exploración,
psicología, ciencia, experiencias, arte, filosofía y amor. Esas indiscutibles
verdades no funcionan cuando los principales titulares son: Economía (basada en
dinero) y política: poder. Soy un hipócrita, sé que las cosas no andan bien y
las tolero, mis actuaciones difieren en gran medida de mi forma de pensar, el
sistema me obliga, pero nadie me obliga a seguir al puto sistema, soy un
cobarde, soy un egoísta, me procuro una obra artística muy personal, creo
firmemente en la educación pero no hago ni verga para transmitir ni educar mis
conocimientos a aquellos que cargan su venda, es fácil buscar culpables para
evadir las responsabilidades propias, sé que el gobierno está mal, que es un
concepto estúpido que desde hace miles de años no ha servido más que para
cortar las alas al desarrollo humano, sin embargo, aquí estoy, escribiendo
estas líneas desde mi oficina en una estancia gubernamental. Sólo me gustaría tener las agallas para que mi
pensar y mi actuar se encontraran por primera vez como dos temerosos y ansiosos
pubis adolescentes realizando una precaria misión de reconocimiento.
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