martes, 9 de julio de 2013

DE DÍA SUEÑO

Entre horrendas pesadillas y hallazgos de tesoros prehispánicos me llevaba mi vida de noche, mi vida en sueños. Rascaba por ahí, por cualquier lugar con tierra, y aparecían piezas prehispánicas, rostros fenecidos que me encaraban desde la tierra, esperando a ser vistos, esperando nada realmente. Los guardaba en mis bolsillos del pantalón o chamarra, piezas grandes, puntas de obsidiana. Luego, por lo general bajaban del cielo arañas del tamaño de un autobús, o explotaba un volcán o temblaba y toda la ciudad de veía abajo. Despertaba, abría el negocio, atendía a la gente, comía, cerraba el negocio y volvía a dormir. Ahora me encontraba en un pueblo mexicano, de esos con quiosco y gente arreglada para pasear el domingo. Un joven me decía que don Cosme tenía piezas para venderme; íbamos con don Cosme, un anciano fuerte, desconfiado, con bigote blanco y manos de madera pulida. Me enseñaba su colección, tlatoanis de gran penacho me observaban sentados, sus ojos de barro me susurraban “eternidaaaaad” con voz como de momia de película hollywoodense.

-Cuánto por este don Cosme.
-Mil quinientos.
-Aquí tiene.

Me despertaba la alarma, me paraba, vestía, bañaba y abría el negocio; atendía a la gente, comía, cerraba el negocio y volvía a dormir. Ahora me encontraba con Lola, mi amor de la primaria; claro que los años no eran en vano y se había puesto muy guapa, me seducía y se iba, la perseguía, mi alarma me despertaba, la apagaba y volvía a dormir para encontrar a Lola. Ya nada era igual, ahora caminaba por el centro y rascaba en una jardinera frente a una empresa de gas natural; de la tierra salían decenas de piezas de obsidiana. Mi alarma de quince minutos me despertaba otra vez.

Me paraba, no abría el negocio, tomaba el metro en dirección Taxqueña, me bajaba en las estación Bellas Artes, buscaba un poli y le preguntaba que para dónde estaba la sucursal de gas natural, me indicaba en Luis Moya. Caminaba mientras un pordiosero pedía en un negocio grande un vaso de agua, se lo negaban.

-¿Tienes sed?
-Sí.
-Espérame.

Le compraba una botella de agua y unas galletas.

-No te hubieras molestado manito.

Llegaba a la jardinera frente a la agencia de gas, me sentaba y como que haciéndome el güey empecé a rascar. Decenas de piezas de obsidiana salieron, también una flecha.

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