sábado, 23 de julio de 2011

AVENTURAS EN PAÑALES

Las beatas entradas en edad también se masturban

Un hombre debe tener por lo menos dos vicios,
uno solo es demasiado.
Bertolt Brecht


Para los HB


Tal vez haya sido culpa de la empresa encargada de producir el baratísimo brandy El Naufragio la culpable de aquella truculenta noche. Resultaba extraordinario que de tan borracho que estaba hasta me sintiera marihuano. Sospecho que esta conspicua compañía de licores añade alguna dosis extra de cannabis en cada botella de exquisito brandy, eso o éter, o agua de calzón, yo qué sé, el chiste es que la porquería esa te pone muy alegre-pendejo-aventurero, como si fueras Rambo con el carisma de Polo Polo y con un ligero retraso mental. Eso lo pude comprobar esa noche hace no muchas noches. Como siempre estaba con mi amigo Rimbombardo y el buen Gigiberto, la plática pseudo intelectual de todas las reuniones en la Brothería HB ese club de años y años. Que si Julio Cortázar reaparece con sus Papeles Inesperados, que si el imperativo categórico es inhumano, o que si la hija de Marx se suicidó. Ya sabes, todas esas cosas que cuando uno está borracho suelen emerger desesperadamente, enredando la lengua y empujando los dientes para salir a flote y luego irse a pique, esquiando por las salivas del brandy, sólo para hacernos sentir que pertenecemos, y claro que pertenecíamos a la Brothería HB, si de algún lugar éramos o podíamos ser en algún lugar creo que era justo ahí. Recuerdo que aquella noche Gigiberto nos conquistó con tremenda rimbombante idea:

-Güey, hay que jugar a aventuras en pañales-

La dinámica trataba de jugar a que estábamos en la estúpida caricatura esa de los bebés. Gateábamos por todo lo largo y ancho de mi patio vacio. La espantosa noche citadina dejaba ver en el cielo máximo dos estrellas y nos revolcábamos de aquí para allá, el suelo marranísimo nos coloreaba de gris los pantalones tiesos de mezclilla barata, como envidiosos infantes nos arrebatábamos el brandy, (que en ese caso representaba el papel de la codiciada mamila) hacíamos berrinches, manoteábamos y reíamos, lloriqueábamos y volvíamos el estómago sobre nuestro babero/playera. El mundo definitivamente era más sencillo, nos podíamos orinar en lo pantalones o hasta hacer popó, no necesitábamos dinero o sexo ni ningún sofisticado auto, después de todo ¿a qué bebe le interesa toda esa inmundicia? Rimbombardo se desenvolvía con maestría, su gateada (la más certera) era primorosa, y qué decir de mis berrinches con pataditas y todo, ¡Aahhh! Hermoso, era hermoso. Pero como todo, luego de un rato nos aburrió. Recargados en la pared después de haber revivido la infancia disipada propuse escalar mi casa.

-Güey, hay que escalar mi casa-

-Va-

El patio, la zona más baja de aquella vivienda era el punto perfecto para comenzar a vivir nuestra aventura. Se debía colocar una escalera de aluminio para ascender al primer nivel el cual consistía en un pequeño techo que cubría la lavadora y toda esa parafernalia destinada a limpiar ropa. Una vez arriba del techito debíamos subir a la terraza, estando ahí llevaríamos la mitad del trayecto y pensaríamos cómo conquistar la azotea.

- Güey, hay que subir -

- Tengo un putero de hueva, pero va -

 Así comenzamos, yo tenía más conocimiento del lugar así que dirigí el asenso. El primer techito fue cosa fácil, el único problema era que mi gran amigo Gigiberto excedía de dimensiones, es hasta el día de hoy muy grande para todos lados, amenaza constante para la supervivencia del techito y de la misión. Crujidos como alaridos surgían de la pequeña estructura mientras Gigiberto a paso de gato avanzaba tambaleante, bebiendo del Náufrago el cual para esas horas de la noche contenía poco menos de la mitad. Para ser sinceros el trayecto resultaba un tanto complicado por el hecho de estar muy ebrios, las distancias y esfuerzos pueden en ocasiones sentirse muy poco o dilatarse exageradamente y en este caso sentía que escalaba el Ajusco. Una vez pasado el primer punto y sentados en la terraza fue más fácil escalar a la azotea. Brincando sigilosamente a la casa de mis vecinos sólo por unos momentos podríamos llegar a la azotea, más o menos 10 metros sobre el nivel del patio, un pequeño paso para el hombre, un colosal paso para tres borrachotes. Necios por llegar y seguir con la aventura conquistamos la azotea, la vista era espectacularmente asquerosa, a lo lejos el cerro del chiquihuite mostrándonos sus antenas parpadeantes, para los demás lados, casas, edificios, el cielo rojo de la exacerbada luz citadina, desagradable como siempre. Después de haber domado las alturas tomamos asiento, sólo el techo de concreto nos separaba de mis durmientes vecinos, ¡Ja! Más o menos a obscuras formábamos el inevitable triangulo humano, platicando de nuestra experiencia en el asenso le dábamos fin a la botella. Los vecinos de enfrente comenzaron a aparecer por sus ventanas, chismoseando, viendo qué hacían tres jóvenes adultos en la azotea de enfrente a las dos de la mañana riendo y bebiendo; si hubiera sido ellos me habría espantado y seguro habría llamado a la policía, pero no, nunca llegó la señora justicia ¡Pendejos! Luego de un rato los vecinos desaparecieron de sus ventanas y la noche siguió su curso, al igual que el Naufragio nos inundó como río desbordado los órganos de alcohol. La flojera se mudó a mis glúteos, los sentía muy pesados, se resistían a cualquier movimiento que no dependiera de mi vida. Después de todo están en el punto medio de mi cerebro y mis piernas (aprox.) supongo que en algo deben de influir. En eso Rimbombardo nos llamó.

-Güey, no mames vengan-

- ¿Qué? –

- Vengan –

Como dije, no me quería mover.

- No mames, hay una vieja loca –

Se escuchaba prometedor así que haciendo las paces con mis nalgas conseguí llegar hasta el borde de la azotea donde mi amigo espiaba a la loca.

- Se parece un chingo a la mamá del Pitirijas –

- Bien cabrón güey –

Asomándonos por el resquicio de la azotea, mirábamos el patio del edificio de enfrente, el cual daba a un pequeño cuartito; el ángulo sólo dejaba mirar una cama iluminada por luz leve y amarillenta, sobre la cama reposaba una señora gorda de unos 60 años vestida con un camisón blanco. La doña daba vueltas muy rápidamente a las hojas de una vieja y arrugada biblia que sostenía sobre su mano derecha. Repentinamente se levantaba de la cama para adentrarse a una parte que no podíamos observar. Con lo poco que se veía notábamos que el cuarto entero estaba inmerso en un psicótico caos; cosas regadas sobre un suelo sucio y polvoso, bisutería y ropa cochina cubrían una máquina de coser justo al lado de la cama. La señora nos dirigió un rápido vistazo, luego, como si se hubiera acelerado el tiempo comenzó a moverse más rápido, se recostaba, daba vuelta a las páginas de la biblia, desaparecía en su cuarto, regresaba y con la mano izquierda se tocaba la vagina, de abajo hacia arriba, luego daba más vueltas a las hojas, se paraba, desaparecía, regresaba, se tocaba. El autoerotismo duraba poco, sólo unos talloncitos, luego desaparecía, regresaba y comenzaba su ciclo más y más rápido, una y otra vez.

- No mames pinche vieja loca –

- Güey, hay que escalar hasta donde vive y matarla -

- No mames Cahuamo, no digas mamadas –

- Voy a tomarle una foto –

Fui por mi cámara, y al regresar la loca había desaparecido, nunca más la volvimos a ver. Esa noche, soñé con la puerta de mi casa, soñé que debía sostener el inmenso peso de un fuerte viento que se había desatado

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