Durante la orgía mexicana la trigueña introdujo el cuello de
la botella de tequila en su vagina.
Era un pomo azul rey, del azul como el del empaque de los Pingüinos.
Sus senos eran pequeños, sus pezones oscuros y las facciones
de su cara finas,
Era una pequeña ninfa ninfómana.
La pareja canadiense follaba con arrebato y crema batida
mientras se deleitaba con el show de mi ninfa.
Su vagina era muy rosada, parecía un cachorro calvo que
acababa de ser lamido por su madre para remover los residuos de placenta
adheridos a su tersa cutícula.
La botella estalló por el vacío generado en el interior del
órgano sexual.
El vidrio azul se incrustó con una suerte de melancolía a
los vasos sanguíneos.
La ninfa se mordió el labio, la botella se reconstruyó y el
riachuelo rojizo que corría por el cobertor fue absorbido por las paredes del
útero.
Los asistentes brindaron jubilosos.
Mi ninfa me alcanzó el tequila, inhalé profundamente la boca
de la botella;
Un útero saludable, el PH adecuado para la crianza de ajolotes,
toreros y una que otra turbina oxidada.
De un sorbo me bebí la botella… Literalmente.
EL vidrio y el fuego recorrieron mis 7 chacras; mi esófago tuvo un brote de
urticaria y besos.
Vomité una plasta negruzca de bilis, una papilla densa: 4.6
kg.
Lustros después, de aquella composta nacería un hermoso
árbol de chabacanos prohibidos.
Jehová y yo los compartíamos, horneábamos empanadas rusas mientras
discutíamos su poesía y nuestros complejos homosexuales.
Mi ninfa me abandonó, de esas orgías sólo quedan las tablas
de productividad en Excel;
Conservo las cicatrices de mi chata en una cómoda del siglo
XVI.
Dios sigue desempleado…
No puede conseguir trabajo porque le piden experiencia y
viceversa.
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