miércoles, 15 de febrero de 2012

TRILOGÍA DEL CORAZÓN ROTO


I

Se llamaba Paola, era la niña más divina en todo el jardín de niños, su cabello castaño combinaba a la perfección con sus hermosos ojos miel, sus pequeños dientecillos que empezaban a crecer ni siquiera se juntaban unos con otros dejando ver tiernos espacios vacios de encías, su cabello impregnado de un cautivador olor a shampoo de manzanilla: sin duda era mi favorita. En esa época, donde no contaba con ningún prejuicio ni inseguridad me fue incomprensiblemente fácil acercarme a ella, le obsequié la palanqueta de cacahuate que venía como postre en el desayuno DIF de 20 centavos, incluso la dejé jugar con mi juguete favorito, mi reluciente troncomóvil de avance por fricción. Le agradé, entablamos una fuerte amistad, era tan feliz pasando el tiempo a su lado, platicábamos de todo lo que dos niños de 5 años pueden platicar, nos divertíamos jugando a las escondidillas y a las traes. Uno de esos soleados días de comienzos de los 90, confié a mi mamá el gran secreto para poder liberarme de aquella presión, le mostré la foto escolar señalando a Paola y le dije –Se llama Paola, es mi amiga y me gusta mucho, es muy linda.- Mamá comenzó a hacer burla de mis párvulos sentimientos y les contó a mis hermanos quienes se unieron con jocosidad inmediata a la cábula. Corrí a encerrarme en el baño con la cara hirviendo en vergüenza, lloré.
En las próximas semanas mamá, para hacerme el paro, entabló  una amistad con la mamá de Paola. Una señora muy extraña, me daba mucho miedo, era tartamuda o sordomuda o algo así, hablaba de una forma infernal, con gritos de loca, nunca le entendía qué verga quería decir. Total, conseguí mi primera cita. Fui cortésmente invitado a comer en casa de Paola después de la escuela, mamá me recogería como a las 6. Nos divertimos jugando con sus Barbies, obviamente yo era puto Ken, la llevé a dar una vuelta volando en mi convertible rosa, nos divertimos jugando a la comidita y un sinnúmero de juegos para maricas. A la hora de la comida la mamá de Paola me sirvió un bistec duro como plástico, mis dientes de leche no podían cortar esa mierda, masticaba con todas mis fuerzas hasta que me hartaba y en el menor descuido de la señora doña mamá de Paola escupía la carne al suelo y la pateaba debajo de la mesa donde jamás la encontraría; obviamente la encontró en ese mismo instante y la puta muda esa me acusó con mi mamá cuando fue a recogerme, pero no me importaba, era un bebé completo, la amaba con cada fibra de mi inocente ser, me llenaba tanto estar con ella, me hacía reír, eso es el amor más puro y sano que he sentido, soñaba cada noche antes de dormir en crecer, casarme con Paola y tener muchos hijos. La única mujer a la que he amado sin pensar en ningún segundo en trabajármela, en esa torpe edad ni siquiera sabía todos los futuros usos de mi bomberito.
Llegó el día, me armé de huevos y me le declaré –Paola, me gustas mucho, eres muy linda. ¿Quieres ser mi novia?-  ella respondió con total desinterés –No, no me gustas.- la primera lección fuerte de la vida, me uní al club de los corazones rotos, el primer rito del largo e interminable mito. Decenas de mujeres pasarían sobre de mí, cargadas de desinterés repitiendo el clásico: NO. No me rendí, estaba enamorado, fuimos a la misma primaría, se convirtió en costumbre declarármele a Paola cada año, el viejo y gastado: NO. Aunque hay que admitirlo, siempre cambiaba el pretexto, los últimos se referían ya no a que era feo, sino que se enfocaba a mis capacidades intelectuales –no, la verdad es que eres un estúpido, pareces retrasado mental, tienes que cambiar- u otro clásico –No, eres muy inmaduro, no eres lo que busco.- Paola al ser la niña más bonita de la primaria tuvo muchos noviecillos, niñitos todo lo contrario a mí, los que eran buenísimos para el pambol, los riquillos que tenían bicicletas del año, los bonitos que bien podrían estar en comerciales de shampoo infantil. En fin, ahí aprendí la cruda realidad, las niñas bonitas nunca, pero nunca de los nuncas, les hacen caso a los niños feos, estúpidos y pésimos en cualquier tipo de actividad física, o sea a mí. 

II

Se llamaba Paulina, era la niña más divina de la secundaria, sus facciones eran tan exactas, su piel tan lisa, sus piernas lampiñas y gorditas, y ese culo, la forma en la que se marcaba el contorno de sus pantis a través de la falda a cuadros del uniforme, simplemente te dejaba sin aliento. Durante segundo de secundaria, como es normal en la adolescencia, los hombres jugábamos a rompernos la madre en cualquier momento; entre todos escogíamos una víctima y la apañábamos haciéndole una rigurosa bolita que en ocasiones incluía mapes y piquetes en el culo con un lápiz. En una de esas tantas ocasiones sin clase, fue mi turno: llegaron hacia mí entre todos, me sujetaron de las extremidades meciéndome, me soltaron para estamparme en un muro y en el instante en que caía unos 15 cabrones saltaron encima de mí. En el momento de mi tortura adolescente entró la prefecta al salón para encontrarme recibiendo tremenda putiza, supongo que mi cara de sofocación desató en la prefecta el juicio venidero. Me pensó como la única víctima de Bullying, creyó que todos me rompían la madre sin que yo pudiera hacer nada, me pensó indefenso y un pobre diablo del que abusaban; mandó citatorio a los papás de todos los que me dieron en la madre, pese a mis explicaciones de: “así nos llevamos” “sólo estábamos jugando” no pude hacerla cambiar de opinión, me imagino que supuso que intentaba encubrirlos por miedo a represalias, recibí atención pseudopsicológica por parte de la trabajadora social. Todos mis amigos acabaron suspendidos 3 días. Y lo peor, en cuanto regresaron me creyeron un puto chivatón, un pinche chamaco putito que los acusó, un se-lleva-y-no-se-aguanta. Mi castigo fue rotundo, ley del hielo por parte de todos esos culero, me quedé sin amigos; bueno, sólo los mega pelmazos nerds y las señoritas me hablaban, no me molestó, pero en esa edad no es tan chido juntarse con niñas, digo es la edad de los juegos violentos y los chistes sobre pedos. Por suerte el año siguiente entró Paulina. Una mujer hermosa, única, unos ojos tan expresivos y tiernos. Rápidamente (y como era nueva) me las arreglé para empezarle a hablar. Tuvimos muy buena química, se hizo mi mejor amiga, compartíamos gustos musicales, hablábamos de Linkin Park, Blink 182, The Offspring, Limp Bizkit y demás banditas culeras que en ese entonces sentíamos que eran la neta. Yo la hacía reír mucho, le fascinaba mi comedia de primer mundo que consistía en encontrar el defecto físico más notorio de una persona y ponerle un apodo: estaba La Marilyn Manson, el Gonzo, el Francis, el Porky; hasta la fecha sigo siendo buenísimo en eso. Uno de los días más grandiosos de mi puta vida fue cuando la mejor amiga de Paulina, la Rana, me dijo –We, le gustas a Pau, pero dice que si quieres andar con ella tienes que cambiar porque eres un completo idiota- Supongo que ahí se acentuó al máximo mi complejo de inferioridad intelectual, que desembocó en el torpe mecanismo de defensa de leer 50 putos libros al año. En ese entonces ya tenía mis ideales, no voy a dejar mi bella estupidez por un culo. Pero pensándolo bien, era el culo de Paulina, ese culo fue la imagen mental más recurrente en mis primeras chaquetas. Me la pasaba las tardes enteras imaginándome con un trozo de papel higiénico en una mano y la pija en la otra a Paulina tan hermosa y riquísima sentada encima de mí, desnuda, lampiña, con su pubis de seda, perfecta como ella misma, sentándose una y otra vez sobre mi verga adolescente mientras mis manos exploraban sus pequeñas tetas y le decía con toda la sinceridad que mi corazón conoce: Te amo, Te amo, ¡¡¡TE AMO!!!
Me aposté otra vez en el juego del romance –Paulina, tu amiga me dijo que te gusto y eso, también me dijo que piensas que soy un retrasado mental y quieres que cambie. No puedo cambiar lo que soy, pero realmente tengo sentimientos fuertes por ti, así que …¿Quieres andar conmigo?- Paulina se tomo unos segundos para decodificar mi directa declaración y al final me dijo –¡Sí!- La tomé en mis brazos y la besé con desesperación, era tan mágico, por primera vez en la puta vida estaba caldeando con una mujer hermosa, y lo más importante, con una mujer a la que realmente amaba.
Toda la semana fue bellísima, bellísima les digo, hasta para el viernes planeamos ir al cine con otros amigos (un nerd y su prospecto a novia), sin duda me la iba a trabajar en la oscuridad de la sala. Me puse mi mejor ropa de calle: playera negra de Metallica, Panto de mezclilla roto de las rodillas y unos Adidas; unos 20 minutos antes de salir de mi casa Paulina me habló –Luis, esto no está funcionando, creo que estábamos mejor como amigos, es que no sé, no eres lo que busco y bien sabemos que no vas a cambiar …Todavía podemos ir; pero eso sí, en plan de amigos- … “-Hija de tu reputísima madre, por qué verga juegas conmigo, qué no ves que te puto amo, pendeja, que no ves que eres todo para mí, que no ves que mi felicidad está encubada en tu ser, perra. Qué no ves que te amo con cada centímetro de mi carne-“ Pensé mientras por inercia le respondía – Sí, Pau. No te preocupes, yo entiendo, de todas formas no iba a funcionar, ya voy por ti.- ella cínicamente respondió –Eres un gran amigo, gracias por tu comprensión, verás que las cosas estarán mejor así- …”-¡Chinga tu madre!-“ pensé mientras me despedía cortésmente y colgaba mientras las lágrimas se escurrían como tubería descompuesta por mis raquíticas mejillas. Grite de dolor.
La historia de mi vida: rechazado por párvulas angelicales, rechazado por pubertas precoces, rechazado por adolescentes voluptuosas, rechazado por mujeres de composición absurda y quisquillosamente perfecta. Ahora sólo espero encontrar a una mujer maravillosa, una mujer por la que me desviva en enamoramientos precarios, con quién compartir música y literatura. Una mujer que triture mi pinche corazón con su bella sonrisa, con su amistad incondicional y sus rechazos bañados de indiferencia: que me haga sentir vivo otra vez, el paraíso intocable. Una chica perfecta que convenientemente se llame Paula y me sirva para completar  esta tristona trilogía del corazón roto.    

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