lunes, 9 de diciembre de 2013

ÚLTIMA CAJA DE ESTRELLAS

1.
Si tan sólo pudiera poner en orden mi mente,
mis pensamientos cruzarían la tierra para verte.
Nadie te mira en este mundo de vampiros;
nadie te mira como yo te miro.
Cada segundo va registrando cómo me transformo 
en pelos de óxido, nódulos de raíces marchitas y polvo.
Nadie te mira en este mundo de vampiros;
nadie te mira como yo te miro.

Estoy harto de las despidas:
la noche llega chupando mis sueños 
y arrastrándose por el suelo.

Estoy harto de las despedidas.





2.
Una bandada de cuchillos cortó el cielo
y quedó enterrada en mis ojos negros:
las nubes sangraron sobre mi cerebro:
la lluvia otoñal empapó los cauces secos. 

Tragué lágrimas de cristal manchadas
y absorbidas por el sol durante muchos años luz. 
Las luciérnagas anidaban en tu cabello;
mis concertinas rojas bajaban por las escaleras. 

El huracán de tus ojos sollozó largo rato
los cuchillos del verano.





3.
Regresaré a este lugar algún día,
a desenterrar mis huesos de la arcilla.

Aquí dejé uñas, cuerdas, cabellos 
y un colmillo que creí era de un oso viejo.

Sostuve mi mano en el fuego:
quemó todo mi cableaje interno. 

Se escondieron vampiros debajo de mi cama;
negros humos de piel que gentilmente sangraban.

Duermo cada noche con un gato sobre mi pecho:
detiene mi corazón, me roba el aliento. 

Al amanecer los monos se irán volando, 
pero dejarán en mis ojos monedas de un centavo. 





4.
Tú eras mi margarita, 
tú eras mi canción de cuna;
mi madreselva y mi claro de luna.

Tú trajiste el sol hasta que hiciste 
a mis perros desaparecer.

Tú eras mi Tierra Oscura,
el fuego que atraviesa mi columna: 
tus ondas magnéticas me hicieron nacer.
Yo era el que más te amaba,
pero no puedes abrazar a un fantasma. 

Algún dulce día, 
tú serás mía...

Pronto podremos ir a nuestro hogar, 
atravesando el viejo y frío mar. 

Tu amante está en la luna anciana, 
besando los huesos de tus rodillas. 

Todas tus dolencias están curadas:
sé que estás riendo debajo del agua. 

Bebimos whisky como nuestros papás, 
y nacimos para volver a ser arcilla, 
pero mi amor por ti, mi niña,
jamás morirá. 

Algún dulce día, 
tu serás mía...

¿Dónde te metiste?
¿Fuiste al sol o en dónde estás?
¿En cada gota contienes el mar,
o sencillamente te detuviste?

Algún dulce día, 
tu serás mía...





5. 
Puedo ver en tu rostro 
por miles de años;
es como una guerra civil
de dolor y alegría. 

Pero si fueras un caballo, 
te ayudaría con tus cadenas. 
Te cabalgaría por los campos
con tu melena de fuego,
y quizá tu sombra fuera dulce. 
Flotaríamos sobre los lagos, 
donde el sol está hecho de miel.

Atrapo diamantes, te escribo un poema, 
porque nadie aquí podrá salvarte. 
Ella está de regreso en la Tierra,
pero un día estará hecha de plata... 
En mi pecho hay estrellas muertas,
hasta que otra vez te vea. 

Ella nació con las alas de un halcón, 
peina su cabello con sangre;
y quizá su sombra sea dulce.   

Flotaríamos sobre los lagos, 
donde el sol está hecho de miel.

Y quizá tu sombra fuera dulce.





6.
Cada cabello de tu cabeza está contado:
vales cientos de gorriones.

El árbol que plantaste se volvió fecundo,
con tantos colibríes kamikazes.
Alas de cientos de latidos por segundo,
de personas cuyas alas no se distinguen,
con miedo de que nuestros ojos sean atravesados
por sus pequeños picos afilados.

De veras lo lamento:
mi espíritu rara vez está en mi cuerpo;
se la pasa vagando por el desierto,
buscando un buen lugar para conciliar el sueño;
tu cabeza sobre mi tórax, por ejemplo, 
o sintiendo la almohada de tu pecho.





7.
Los caballos empapados
con helado derretido
no escucharon mi aviso;
ahora sus pesados miembros 
terminarán quebrando con su peso
un destino murmurado.

Doctor, doctor, 
por favor...
A mi alrededor, 
en un mar ensangrentado, 
voy profanando cada colmena
y fumándome las abejas.

Tú podrías ser mi amiga. 
Tú podrías ser mi perra. 
Tú podrías ser mi vida. 
Tú podrías ser mi niebla. 

Doctor, doctor, 
por favor...
Las brujas volverán a sus árboles pegajosos;
mientras yo sentiré el sol caer sobre mi rostro. 

Ojalá tuviera 
una cabeza de caballo,
un corazón de tigre 
y una cama de manzana.





8.
Con piedras en mi vestido
y humo en el pelo,
caminé hacia el lago
y dormí durante un rato.

Con peces sobre el vientre
y en lo profundo de mis venas,
aquella luz me robó el aliento
e hizo diamantes con la tormenta.

Soñé que había nacido en una montaña en la luna,
donde nada se pudría ni brotaba nada nuevo...

Soñé que tenía una hija
como un caballo: así de magnífica.





9.
Abrí mis ojos y vi la luz del sol;
toda la noche estuvo afuera, 
para descansar y relajarse.

Me tumbé sobre la hierba
y dejé a los insectos hacer lo que quisieran;
entonces ella cubrió entre sus alas mi cabeza
y susurró "pobrecito", con tristeza.

Pronto vendrá un tiempo gigantesco:
las olas arrastrarán los desperdicios que guardé.
La luna explotará o se esfumará,
y no quedará nada de los recuerdos que fabriqué. 





10.
Tu cara es como el sol hundiéndose en el mar;
es como ver las flores creciendo a gran velocidad.

Me tragué cada uno de tus besos:
iluminaron mis mañanas y mis huecos,
y mis vides y raíces se fueron destejiendo.
Nena, tú eres mi rayo de sol:
no te lleves ese rayo, por favor.

Las luciérnagas son estrellas muertas:
puedo escuchar su llanto cuando vuelven a la tierra.
Son como las luces de navidad que un día me comí;
como el árbol vacío donde esa noche dormí;
el invierno que desde entonces no se quiebra.

Nena, tú eres mi rayo de sol:
no te lleves ese rayo, por favor.




 Mark Linkous, in memoriam

martes, 26 de noviembre de 2013

LA TUMBA DE MEDELLÍN

Conocí a esta persona. Un ser extraordinario. Aunque siendo meticuloso  podría decir que  lo extraordinario reside en las circunstancias que enmarcaron nuestros encuentros más que en él. ¿Alguna vez has sentido ternura por alguien que te recuerde a ti mismo? Un sentimiento que te llena de una efervescencia motivacional. Sería incorrecto designarlo como amor cuando se trata de egocentrismo, egocentrismo hacia el otro. Perdón si no me explico bien, es mi primera prosa y no he tenido la posibilidad de ejercitar mi conversación desde que falleció mi mujer hace unos años. Empezaré este relato desde lo que a mi parecer sería un práctico punto de partida, por no decir el comienzo, ya que sería arduo e inútil buscar un inicio concreto.
 He encontrado las delicias de la soledad en los cementerios, un lugar reconfortante donde poder llevar la existencia sin la abrumadora presencia de los otros. Los muertos son los mejores confidentes, la seguridad del interlocutor que sabe escuchar desde dos metros bajo tierra sin la necedad de decirte lo que debes pero no quieres saber. El trabajo de cuidador de tumbas es satisfactorio, trabajas poco y puedes estar en íntimo contacto contigo mismo todo el tiempo, además de tener las vicisitudes de la jardinería incluidas. Un lugar donde vida y muerte se mezclan en un ambiente de supersticiones iterativas. Pero no hablemos de mí, pasemos a él, que para el caso vendría a ser lo mismo.
En raras ocasiones entablo conversaciones trascendentes con los visitantes, sólo acordamos el precio de la mensualidad por conservar la tumba de su ser querido en perfecto estado y con flores frescas, cuando mucho uno que otro tópico sobre el clima o cualquier nueva disposición de la administración: cuestión de cortesía, respeto por su duelo. Este joven, de veintipocos años  acudía con mucha frecuencia a mi sección, una frecuencia excesiva tomando en cuenta que contemplaba la tumba de “Rosendo Medellín, 1908-1947, amado padre y esposo, talentoso escritor.”, un hombre que murió unos 50 años antes de que él naciera. Se sentaba por horas a ver la tumba, ensimismado, bebía cervezas sacadas de su mochila y fumaba sin parar, a veces sacaba un cuaderno y tomaba notas. Yo lo trataba al igual que a otros visitantes, dejándolo  a solas con sus penas, sin ocasionarle molestia alguna. ¿Quién soy yo para entender el dolor que pueda ocasionar la pérdida de un ser querido que murió antes del propio nacimiento? Estos años en el cementerio me han vuelto a la par de hipersensible al dolor ajeno, desinteresado, combinación que me resulta difícil explicar.
Durante la vejez hay que saber encontrarse pasatiempos, obsesionarse con las cosas más irrelevantes e intentar magnificarlas  o dotarlas de connotaciones místicas es la alternativa a quedarse en cama a morir. El joven sentando frente a la tumba se convirtió en mi propio misterio, llegar temprano al cementerio con la intensión de encontrarlo dotaba de sentido mi existencia, un vínculo me unía a él, no sabía explicármelo ni siquiera a mí mismo, pero había algo grande que nos relacionaba sin irme por la explicación floja de nuestro gusto por el cementerio. Tracé mi camino de investigación sobre la pista obvia de Rosendo Medellín, el escritor muerto hace medio siglo. Recorrí todas las bibliotecas de la ciudad sin encontrar dato alguno, la misma suerte tuve en mis paseos por las librerías de ediciones viejas en Donceles. Revisé la lápida con detenimiento, noté algo que me pareció nunca haber visto en todos estos años de rondar por el último lecho de Medellín. Justo arriba del año de nacimiento se encontraba casi totalmente deteriorado lo que supuse el mes del acontecimiento, un IV romano. En el año de su fallecimiento no quedaba vestigio alguno, o es lo que a mi vista le pareció, tras dar una lavada a la lápida, y pasar mi palma por donde supuse se encontraría el mes de fallecimiento de Medellín, pude sentir una X con un I. Noviembre de 1947.
Entusiasmado por el acontecimiento tracé un nuevo plan de trabajo y fui esa misma tarde a una gran hemeroteca en la que me había detenido brevemente en mi anterior paseo. Revisé minuciosamente  los diarios de noviembre del 47 en busca de alguna pista sobre el fallecimiento de Medellín.  Tras una ardua investigación de tres horas ahí estaba: un obituario del 13 de noviembre que incluía el epitafio que Rosendo Medellín había escrito para sí mismo, y que supongo por motivos de prudencia católica su familia decidió no usar.
El epitafio. Esos cuatro versos me cambiaron profundamente, fue una sacudida a todo lo que había creído en mi vida,  palabras tan exactas, una parte de mí estaba palpitando en ese viejo diario del 47. Me quedé helado, todo difería de lo que yo creía realidad, estaban escritas para mí. Por mí. Rosendo Medellín, el visionario. Prudentemente y sin despertar sospechas de la bibliotecaria recorté la página y la guardé procurando no maltratarla en mi abrigo, salí del edificio con pánico a lo que me esperaría a partir de ese momento.
El cementerio es el mejor lugar para despabilarte, dejar que la pluma se conecte directamente al sistema nervioso central y haga su trabajo sin la interferencia de la blanda carne. Sólo es cuestión de llevar algo para mantener la garganta fresca y los sentidos en esa atrofia del ensueño. Caguamas frías. Todos evitarán acercarse a un muchacho acongojado, ahogando las penas en la fría botella retornable, que te piensen sufriendo y te rehúyan por compasión o incomodidad. Dejarte guiar, que el tormento se convierta en cantos inmaculados, pulidos por los infiernos internos, por un criticismo que resultará en tendones acuchillados para el lector. Que las imágenes acechen la mente como buitres hambrientos. Esta es mi tumba. Rosendo Medellín. Resultaría más complejo explicarme mi propia decisión que darlo por sentado sin reclamo.   
“La poesía debe ser una forma de vida, diseccionar apasionadamente  todos los campos de consciencia e inconsciencia de uno mismo en ese gesto que se asemeja a hacer el amor tiernamente a una puta sádica. Cada estado mental tiene cabida en un canto, una obra tan compleja que abarque toda la vida del susodicho ángel tullido llamado poeta. Una especie de ADN espiritual. La vida de una persona, con sus altas y bajas engalanada en cantos. ” Le explicaba al viejo, que parecía entender todo a la primera, incluso me atrevería a decir que adivinaba mis palabras sin importar que tan incoherentes resultaran incluso para mí.
El viejo me resultó un compañero grato, es un hombre de aspecto fantasmal, de pocas palabras, de una seriedad que ronda lo tétrico. Un día sin decir más se acercó y me preguntó sobre la obra del poeta Rosendo Medellín. No creí que el cadáver que me servía de mesa de trabajo fuera un escritor reconocido, y mucho menos por un cuidatumbas. -Una ocasión, antes de conocer al viejo, investigué en internet por más aburrimiento que por curiosidad sobre ese nombre, como lo esperaba se mostraron cero resultados para el escritor  y unos tantos para personas que compartían el mismo nombre.- Me mostró una nota de un periódico viejo que guardaba en su billetera que incluía unos versos de Rosendo Medellín. Muy bueno para ser un poeta del siglo pasado: sus versos reflejaban odio, un grito desesperado, blasfemias disfrazadas de apologías a la humanidad, todo esto en cuatro líneas, maestro de la síntesis. Sin embargo no me resultaba tan espectacular como afirmaba el viejo.
Más que amigos nos hicimos cómplices, bebía conmigo y yo le enseñaba a mis escritores favoritos, poetas locos, suicidas, desencantados, toda clase de neuróticos que no tiraban burdas alabanzas a lo establecido. Le enseñé mi obra, quedó fascinado. Le enseñé a escribir, me superó.
Algo en los escritos del joven rememoraba mi pasado, esa rebeldía juvenil, el nihilismo obligado en esa etapa, las barreras poéticas que uno solamente es capaz de destrozar cuando está verdaderamente enfadado y con el futuro todo incierto, esos versos donde domina el fondo sobre la forma…, inexperiencia. Una especie de prefacio a mi propia obra, como la mía a la de Medellín... O viceversa. Algo que yo hubiera escrito en mi juventud, algo que Medellín hubiera escrito en la suya. Hablar de diferentes épocas es lo que menos importa cuando se trata del poemario de una sola vida. 

jueves, 21 de noviembre de 2013

TENGO MIEDO DE:

Que mis palabras no sean puñaladas en la garganta de mis seres queridos.
No verme reflejado en la pupila de una ninfómana.
Convertirme en un ser minúsculo:
Un multimillonario,
un vagabundo autoconmiserado,
un asesino a sueldo, no a lujuria.
No aparecer en los libros de texto gratuitos como el tipo que empezó un culto a un charco de orina con forma divertida.
Que mis palabras y acciones no se contradigan.
Las ratas e inyecciones.
Morir hepáticamente saludable.
Volver a confundir codependencia con amor.
Que quinceañeras snobs tomen mis cantos por sus himnos.
No utilizar la palabra vasectomía en este escrito.
Seguir al pie de la letra las indicaciones del doctor.
Recibir un regalo…, salvo que no lo merezca.
Ser torturado…, salvo que no lo merezca.
Disfrutar la vida.
Ser tomado en serio y tener que discutir mis ideas con aburridos y (sexualmente) impotentes académicos tragalibros.
Ser condenado a una patética y previsible vida de ojos vendados y recibir estímulos pavlovianos disfrazados de verdad por realizar tareas irrelevantes y definir eso como felicidad y/o triunfo; o sea:
Ser yo.
Ser tú. 

domingo, 3 de noviembre de 2013

NALGAS DE EWOK

A los Luciérnagos,
mi pareja favorita de todos los tiempos



Jueves de monstruosa ingesta alcohólica en la casa del señor Embrollo Bigote –lampiño del rostro, peludo del cuerpo−, bebía desde temprana hora, sin playera enseñando su pecho con largos, exiguos y separados vellos grisáceos; recostado en el viejo sillón gustaba de mirar la tele. Su cubierta torácica, amplio valle de cuero, lucía siempre un tono rojizo tezontle, arropado a medias por una curtida camisa de mezclilla; descalzo, relajado, veía cómo mujeres sensuales en la tele anunciaban autos, frituras, muebles, cocinas, comida para perro. De vez en cuando descubría un solitario cabello posado sobre su rodilla, lo barría con la palma de su mano, se imaginaba toda la caída libre que había sufrido ese lineal desecho del organismo, jugaba a recrear mentalmente aquel mudo desplome capilar, el origen: su liso cráneo cuasi alopécico. La fractura capilar sufrida respetaba –en condiciones planetarias habituales− las leyes gravitatorias de rigor, danzando en el derrumbe, a veces más, a veces menos, abatido, cayendo sereno, hospedándose liviano en la superficie inmediata, acostándose suave, durmiente, esperando al viento para levitar. Luego de haber sido retirado el solitario cabello, don Embrollo aprovechaba para relamerse la poca melena que moraba a los lados de su cabeza; bebía, eructaba discreto, regulando el atronador impacto del gas con el ambiente, liberándolo cual desodorante en spray, un desdoblamiento orgánico y luego un soplido despresurizador, dejando un resabio de lúpulo burbujeante a lo largo de su faringe. Las caguamas heladas –que aún sobrevivían– aguardaban en el congelador, dos o tres horas más ahí dentro y estallarían como ojivas nucleares. 

El día despejado irradiaba rayos ultravioleta indiscriminados, una lupa astral enardecía el asfalto, derretía el universo de chicles habitantes del suelo citadino; el sol: un anciano azteca que arrojaba gozoso sus doradas puntas de obsidiana. Caían por doquier: en los techos, pirámides, edificios, en las albercas del Gobierno del Distrito Federal; pero una vez que las endiabladas dagas habían rebotado en alguna superficie, se volvían cálidas deltas, esponjadísimos foto-bombones, peluditos dientes de león. Ese térmico aliento entraba alumbrando el interior de la aún incompleta casa, las paredes grises a pesar de haber sido edificadas pocos meses atrás ya vestían sus características manchas fiesteras, máculas de cubas libres que no serían lavadas jamás, ni siquiera las más infames inundaciones iztapalápicas lograrían nunca mermar lo acentuado de sus contornos, lagunas miniatura regadas por las cuatro paredes, muy de arte contemporáneo. 

Tres horas más tarde de lo acordado llegaba el Príncipe de las Tinieblas, el yerno adorado del Laberinto Bigote: alto, barbón, recordaba a Cortázar. Su relación que al comienzo embarcó sobre frívolas cordialidades, se había transformado al paso de los meses en una dependencia amistosa, exacerbada por la cerveza, el humor y los Sabritones con crema. 

–Buenas tardes don Bigote.

–Pero pásale pinche Principito, cabrón, te estoy esperando desde hace tres pinches horas, ya me chingué tres caguamas y no apareces güey. 

–Perdón suegrito, se me cruzó un contratiempo que no pude evitar, ¡ajuaa! Me encontré con un puesto de pelucas y le traje esta, de afro, así como el Bob Marley, hasta parece un poco el pelo de su hija ¡fíjese!

Sonrojándose, sentía sus cachetes a fuego lento, en baño María, tomó la peluca, sus ojos pintados ya con patas de gallo admiraban la abundancia del cabello falso, sus dedos jugaban con esa mata negra, arbusto, testosterónica esponja, era la pieza perdida de su propio rompecabezas, esa falta que sólo en sueños recuperaba. La alegría de su semblante era obvia, pero no podía demostrarla frente al yerno, su inconmensurable regocijo debía esperar, una vez más podía portar su abundante cabellera de mulato. La puso sobre el sillón, a un lado de él, esperando algún momento de privacidad, probablemente llegaría cuando su yerno e hija se encerraran en el cuarto; sabía lo que hacían, la ingenuidad no lo caracterizaba y ahora, con la peluca podría ser él, completo otra vez; mientras esos ingenuos cogían él se vería en el espejo durante miles de segundos recordando cómo se veía a los 17 años, embriagado hasta el hipotálamo sería sencillísimo figurarse joven, recobrarse.

– ¡Cabrón hijo de la chingada, qué me traes estas pendejadas! ¡Doloooooreeeeeeees! Ya vino este cabrón… Bastardo hijo de puta, cómo te quiero cabrón.

Dolores, hija única de don Embrollo Bigote había optado por ir a recostarse un rato, sólo en lo que el Príncipe de las Tinieblas llegaba; su cabello encrespado chocaba con la enraizada mexicanidad, ello le daba una apariencia siamesa, aquel rostro revivía a las féminas mayas, su cuerpo de nutria salvaje daba la confianza de beber sin reparos, sin excusas ni horarios, a deshoras si se exhortaba su famosa frase: “¿Eres putito o por qué no bebes?” se reiteraba con todos los invitados, hombre, mujer, panadero, teibolera o policía se reproduciría una y otra vez hasta que sus ojos, esféricos jueces, dieran fe de que en efecto estaba alcoholizada la persona en cuestión.

–No mames pendejo, por qué le traes esas pendejadas a mi papá, tú también te estás quedando bien pinche pelón.

–Ay ya, era broma, no pensé que te fueras a emputar… Si quieres me pinto chata.

–Ya no le hagas al mamón, vamos a chupar con mi jefe.

–Va.

La triada chilanga se dispuso en la mesa de la sala-comedor, el Príncipe de las Tinieblas bebería hasta la muerte de la conciencia, fumaría yerba en la azotea cuando el suegro se durmiera y, si el cuerpo aguantaba y su miembro se mantenía lo suficientemente firme, capaz como para levantarse un tantito, segurito que tendría una relación sexual con Dolores, segurito.
La rectangular mesa alejaba a sus integrantes un poco, lo que de inicio desentonaba con la cándida charla, tarde o temprano se olvidaría y la familiaridad se escurriría hasta inundar la reunión. Cada vaso de cerveza, cada hondo trago y cada cigarro calcinado eran a la vez coherentes pausas y preludios al siguiente tema: escuela, fiestas, golpes entre vecinos, idas de compras, la familia, serie televisiva, sucesos destacables del México-narco, planes, sueños, chistes, recuerdos. 

–Y qué crees, cabrona, que vi a tu tía Tímpana en la tienda de los Pacos Locos, ahí platicando y sus niños le valen madre.

–Es una culera.

–Ah… Tu tía a la que le dimos un aventón el otro día ¿no?

–Sí esa, es una culera con sus hijos, por eso le va como le va. 

Y la tarde se consumía así, acompasada, poco a poco, trago a trago; a las risas, soles de garganta, súbitas ondas de choque, les daba por andar en la casa, paseando por la cocina, asomándose al baño, brotando quedo en soliloquios de embriaguez, de puntitas subían las escaleras y se regresaban rapidísimo directo a la sala-comedor, fluían a la puerta a ver si alguien las oía, a ver si renacían en eco. Como a eso de las siete, las sombras se sentaron en los rincones donde no llegaba la luz amarilla del foco, silenciosas envidiaban las risas en su subir y bajar, en ese correr por dondequiera; recelosas sabían que al final habitarían todo el lugar; podrían también reírse.  

–Ahorita vengo Dolores, quiero un poco de aire fresco… 

El Príncipe de las Tinieblas tenía bien calculada la situación: subiría, fumaría mariguana y regresaría casi igual, su suegro no notaría la sangre en las gordas venas oculares, no tan ebrio como se encontraba a esas horas de la noche. Ya arriba, en la azotea se podía ver el cerro del Chiquihuite, la Torre de Pemex, la Arena Ciudad de México; el viento frío lamía todos esos focos que a la distancia constelaban el descomunal D.F. Casi de inmediato, la hierba hizo que el Príncipe de las Tinieblas se pusiera triplemente borracho, es decir: pachipedo, lo que requería de urgencia o comer algo o caer rendido ante la peda. Un sargento dentro de él le prohibía decididamente ser el primero en caer, por lo que tomó aire y logró bajar junto a un grupo de risas que habían conseguido llegar hasta la azotea. 

–Dolores, esa fumada me puso bien pacheco ¿tu papá se dio cuenta que me tardé?

–Ay no mames, ya está bien pedo, yo creo que ahorita ya se va a subir a dormir. 

–Qué bien, esa hierba que me dio el Trolencio me puso bien pendejo. 

–Yo ya ando bien peda ¿Quieres que te prepare algo?

–No, ahorita se me baja. 

La mesa era una gran maceta de la que florecían caguamas vacías, colillas dobladas, bolsas de chicharrones semi llenos; Embrollo Bigote yacía sobre un brazo, roncando, con la peluca de afro ya puesta… maldita impaciencia.

–Papá, ya súbete a dormir.

– ¿Qué? ah, sí, ay voy.

Acompañado por dos sonrisas Embrollo subió las escaleras, pero su camino lo dirigió al cuarto de Dolores donde sin más se durmió sobre las cobijas, colocándose en forma fetal, acompañado por quinientas sombras regadas por todo el cuarto.

–Vamos a chingarnos estas de fondo ¿o te da miedo Principito?

– ¡Pequeñeces!

Un litro de cebada se alojó de un trago en la panza de ambos amantes, la certeza de tenerse juntos, borrachos y contentos cerraba el ciclo de ese jueves, todavía quedaban diez o quince minutos para terminar la velada, pero esa diminuta maraña de tiempo sería muy complicada de recordar al otro día, resultaría un acertijo traer en la cruda cada detalle de lo ocurrido: escaleras, cansancio, espacios indefinidos, risas y sombras. 

El Príncipe de la Tinieblas subió la escalera, de la mano de una flaca sombra la cual lo recostó, abrazó ese cuerpo de cucharita, sintió el crespo cabello sobre su rostro, atrajo hacia sí ese ser, una catarata recorría sus venas, latía, una sombra le sugería divertidas obscenidades; bajó el pantalón a las rodillas, moró ese cuerpo, “qué peluditas tienes tus nalgas Dolores, como de Ewok”. La puerta se abrió, otra melena crespa miraba a los dos amantes.  

lunes, 7 de octubre de 2013

UN RÍO DE PUS CORRE POR LOS CONFINES DEL MUNDO

Era un horripilante hipergueto dentro de la delegación Azcapotzalco, la entrada constaba de un zaguán blanco, la fachada se percibía simplemente como la entrada de una cochera, lucía como de hogar clasemediero, listo para devorar un chevy 2005 por las noches, más o menos a las nueve. La entrada era la salida al mismo tiempo, la puerta de metal blanca vomitaba y engullía personajes dignos de exaltar todos los prejuicios habidos, ellos brindaban un panorama de lo que sucedía dentro del Andariego Soñador. Como el interior biológico de un mamífero superior, el espacio constaba de diversos órganos con lógica propia que, si bien se interconectaban, gozaban de funciones únicas; un laberinto de calles bien conocido por los oriundos se escurría rodeando las casas grises. Al entrar por el zaguán blanco uno se topaba con una vuelta a la izquierda, caminaba y vuelta a la derecha, luego la arteria se bifurcaba por tenebrosos caminos húmedos; niños jugando con toros rojos de plástico rodeados de rebaba, adolescentes en rincones disfrutando de un encuentro apasionado, travestis con agraciadísimos senos colgando la ropa impregnada de Suavitel; los carritos del mandado a máxima velocidad, atascados de verduras, paquetes de sopas aguadas –aún duras–, apropiándose del carril de alta velocidad, no quedaba más que ceder el paso, pegarse tantito contra la pared para dejar pasar al bólido. Como cúpula a punto de tocarle los juanetes a Dios se hallaba el edificio principal, inmensamente alto, de largos vidrios polarizados y revestido con cantera rosa, el hogar del propietario de todo el Andariego Soñador. En el centro del horripilante hipergueto vivían los Segura, su casa constaba de una descomunal mansión que funcionaba como un corazón jadeante; de ahí fluían como sangre las órdenes de carácter arrendatario, se concentraba el dinero de los habitantes del lugar, nutriendo con dicho capital los deseos de la hija de los Segura: Guadalupe Segura. Lejos de la fastuosa morada, casi en los límites que estructuralmente cerraban al Andariego Soñador, se había erigido una pequeña y modesta choza, la cual distribuía substancias psicotrópicas que la hacían de hipotálamo excitado en cuerpo del horrible hipergueto. Rafael Pantufla de veintiún años se encargaba de la compra, venta, distribución y consumo de las sustancias más benéficas para la comedia humana; sus pequeños ojos café soluble se fijaron un día en las oblicuas asentaderas de Guadalupe Segura, flechando para siempre su sentido común. Para sorpresa de todos los habitantes del lugar, tanto Rafael como Guadalupe administraban perfectamente el ambiente del lugar, la angustia por falta de dinero para la renta de las casas y compra de sustancias lícitas– dentro sólo del horrible hipergueto– no se sentía; el amor de ambos jóvenes había fecundado un nuevo ser, la espera del nacimiento de un bebé le había ablandado el alma a la familia Segura, tanto, que ahora en lugar de propinar horribles golpizas a los deudores de la renta, únicamente se limitaba a la propagación de mentadas de madre lo cual, para los inquilinos, resultaba un cándido paliativo. La mañana del 6 de abril, un río de humo negro sorprendió a los pobladores anegando todas las arterias que conectaban al horripilante gueto; la espesa humareda líquida nació de la mansión de los Segura, cuerpos carcomidos salían por la puerta de la mansión; arrastrados por la corriente los gestos de horror gravados en los rostros inertes miraban al cielo, el jadeante corazón se había detenido, drenaba galones de pus negra por las ventanas, por las puertas y por el aire sólo circulaba el diminuto llanto de un bebé.

martes, 24 de septiembre de 2013

LA HORMIGA CINÉFILA

La vida es un programa aburrido,
un sendero recurrente,
enumerar sílabas y domar pasiones,
Verle el culo a la vecina… Maiakovski.

La muerte es un apéndice en stand by,
un anhelo tímido,
el amor punzocortante
de una madre hipocondríaca.

La vida, perpetuo funeral de metas,
álbum de experiencias denegadas,
maratón de epitafios,
status quo de hormiguero;
yo..., nimio,
 hormiga cinéfila.

La muerte es lujuria,
unánime tabú,
El beso robado a una bella puta.

La vida es un deja vu enlatado,
el reflejo tornasol del hígado extirpado,
ejercicio caligráfico en una nota suicida. 

jueves, 5 de septiembre de 2013

EL JUICIO

«Las cosas que vemos son las mismas cosas que llevamos en nosotros.
 No hay más realidad que la que tenemos dentro.
Por eso la mayoría de los seres humanos viven tan irrealmente;
porque creen que las imágenes exteriores son la realidad
 y no permiten a su propio mundo interior manifestarse.
Se puede ser muy feliz así, pero cuando se conoce lo otro,
 ya no se puede elegir el camino de la mayoría.»
Herman Hesse 
Señores del jurado, honorable juez, me gustaría poder prescindir de un abogado y llevar mi litigación por cuenta propia. Quizá les resulte un tanto extraño, pero en cuanto escuchen mi declaración verán que la simple tentativa de contratar a alguien en mi defensa vendría a ser totalmente contradictoria con el carácter de los argumentos que concebí.
Antes que nada me declaro completamente culpable, sé muy bien que lo que hice tuvo consecuencias horribles, sé que pudo haber causado la muerte de varias personas, sé que pudo causar fuertes declives en el sector económico, incluso sé que pudo comprometer diplomáticamente a la nación. Sé muy bien que mi decisión o error -como lo quieran tomar- es algo en extremo grave y que merezco una severa coerción… Dada por sentada esta declaración de culpabilidad no me queda más que apelar por la condena, si me permiten.
Será necesario que retroceda un poco y les cuente algunos datos importantes sobre mi vida para que puedan comprender mis motivos. Me gustaría que no por esto me tomen como un vil chantajista en busca de su reconocimiento o expiación, estoy consciente de que lo que hice merece una rigurosa sanción en cada aspecto de la ley; sólo preparé esta defensa en beneficio propio, no me importan para nada las opiniones que puedan acarrear sobre mi persona; es más, no me importan para nada ustedes, solamente ejerzo lo que se conoce como derecho de réplica.
Sin más preámbulos quisiera comenzar con mi declaración formalmente. Primero lo primero, yo no me considero parte de ustedes, todo esto me provoca una repugnancia abismal, esto no es para mí más que un teatrito  absurdo, sus vidas me aburren al grado tal en que los considero insignificantes, no existe medio alguno por el cual me puedan castigar más de lo que ya he sido castigado por la existencia misma. Quizás ustedes me consideren una especie de monstruo al asentar estas declaraciones y esperar algún beneficio a cambio, la verdad no me importan sus consideraciones y buscar mi beneficio es exactamente lo que intentaré hacer.
Quisiera hacer una pregunta a los miembros del jurado y al honorable juez, no pido una respuesta lacónica, sólo que reflexionen profundamente sobre esto: ¿Les gusta la vida?... Quiero que buscan en lo más interno de ustedes, que se deshagan de todos esos prejuicios con los que los han inundado, que olviden todos los infomerciales de clubs de optimista, que juzguen con frialdad lo escrito en las páginas de sus libritos de autoayuda, que se quiten el velo que presupone la persona con la que se encuentran juntos para distraerse de la soledad, que hagan a un lado todas las propiedades materiales que con arduo esfuerzo han acumulado para desafanarse por breves instantes del bodrio de su alma. ¿Realmente les gusta la vida?, ¿les parece apetecible?
 Probablemente caiga de lleno en la falacia de generalizar -después de todo no estamos hechos de la misma carne ni tuvimos las mismas vivencias- pero yo les puedo contestar personalmente a esa pregunta con toda la honestidad que emana de mi corazón: a mí no.
La vida me ha resultado un escueto mecanismo cíclico desde los primeros años de adultez. Sería un tanto drástico afirmar que la niñez era repulsiva cuando resulta todo lo contrario, probablemente sea lo único que vale la pena. La infancia es donde se genera un anhelo de vivir con actitud lúdica frente a cualquier situación, de reconstruir cada día con el cambio merodeando en las expectativas, desentenderte de automáticos horarios y crear del alba al ocaso… ¡Eso sí era vida!, no esta sarta de apariencias y pretensiones que nunca alcanzan a coagular.
 Como sabrán, si se tomaron la condescendencia de leer mi expediente, soy un hombre de cuarenta años, tengo un empleo riguroso que me mantiene sometido a altas presiones; un error mío, por más mínimo que sea, resultaría catastrófico. Todo este tipo de profesiones –por no llamarlas oficios- son bien remuneradas, gano más dinero del que necesito para sobrevivir, esto implica que tengo que mantener una apariencia, llenarme de artilugios y comodidades para transformarme en lo que la sociedad ha decidido llamar triunfador. Por si no fuera suficiente mantenerme en esta constante presión de cálculos fríos y decisiones “importantes”, me veo obligado a hacer todas esas cosas prácticas que tras años se vuelven obsoletas: despertarme temprano, bañarme, vestirme y perfumarme, conducir en el tráfico escuchando noticieros plagados de humor barato, sonreír a las personas del trabajo manteniendo mi status de jefe. Una vez en casa, la comodidad de la soledad que se adquiere al no contratar empleados domésticos  me resulta un tanto excesiva, pero eso sí, preferible. Ya saben: tener que salir a comprar despensa en tiendas de autoservicio, preparar la cena, lavar trastes, separar la ropa por colores, meterla a la lavadora, sacarla, meterla a la secadora, sacarla, plancharla, doblarla, barrer los pisos y trapearlos, sacudir los muebles, ver el juego de futbol europeo por televisión de paga, tender la cama, revisar los correos del trabajo… Un sinnúmero de actividades que te dejan ansioso de perderte entre el colchón y el fino edredón. No entiendo cómo un ser humano mentalmente sano es capaz de aguantar una vida completa de estas actividades desabridas que se clonan y clonan. Es una violación al espíritu, una abominación en contra de la naturaleza humana.
 No, no he decidido tener una mujer, -por lo menos no en el sentido formal- ni establecer una familia, ¿se imaginan? Más responsabilidades carentes de emoción. No podría tolerar atestar mi vida con otra tarea repetitiva, verme obligado a ser romántico, a asentir a sus chismes, a llevarla a restaurantes pretensiosos, a tener charlas monótonas sobre cómo estuvo nuestro día, a hacer el amor tres veces por semana, a viajar por el mundo y hospedarnos en hoteles de barra libre y servicio a la habitación, pedir a extraños que nos tomen fotos posando en monumentos históricos con la finalidad de pegarlas en un álbum de tapa verde con una leyenda cursi, conducir una camioneta grande, socializar con otras familias en domingos de carne asada y cerveza, turnarnos navidad y año nuevo con sus parientes y los míos,  asistirla en sus antojos de media noche durante el embarazo, redecorar un cuarto completo con pintura azul o rosa y dibujos de ositos, ser un buen padre, dar lecciones de moralidad en las que yo ni siquiera creo, ir a misa todos los domingos a las diez de la mañana, recoger a los niños de clases de karate y ballet… ¡¿Cómo las personas pueden disfrutar esto?! ¡Es una displicencia total, es absurdo, es asqueroso, su señoría! ¡Asqueroso! No sé ustedes pero en mi muy personal punto de vista no le encuentro la gracia a la vida, estamos repitiendo patrones antiquísimos que no conducen a la felicidad, bueno, yo hablo en mi muy propio punto de vista, me resulta tan incomprensible cómo las demás personas se sienten realizadas por estas acciones tan escuetas. ¿Qué de grandioso hay en hacer un montón de pasta, conseguir a una buena mujer y preñarla con el fin de educar a tu descendencia para que haga exactamente lo mismo que tú? No entiendo cómo es que la cultura occidental pueda considerar eso como uno de los más grandes logros. El hombre moderno está temeroso al cambio, a abrir su mente y encontrar realidades paralelas. Perdón si me exalté un poco, simplemente no lo puedo concebir…, y lo peor de todo, no puedo rehusar ni cambiar el hecho de que me encuentro inmerso en toda esta cadena que se perpetúa. La sociedad me escogió como el estandarte de excelencia.
Hace unos años encontré la clave para soportar mi papel histórico sin quebrantarme, una especie de vida paralela controlable al antojo, exenta de todas esas excentricidades que acabo de mencionar. Verán, durante los primeros años de trabajo y quehaceres domésticos me confortaba en un estado profundo de sueño, un sueño que me noqueaba con la fuerza de la trompada de un peso pesado; todo oscuro, una muerte chiquita, debo admitir que muy reconfortante; mi existir cobró un nuevo sentido, podía estar allá afuera haciéndome el héroe moderno que este país se merecía, y a cambio me desentendía de todo por unas siete horas diarias. Era mi recompensa predilecta, estaba cumpliendo con lo que todo el mundo esperaba de mí sin agraviar para nada mi salud mental, me sentía muy aliviado. Sin embargo, en algún momento un horripilante suceso me arrebató la tranquilidad,  tras años y años mi precioso sueño se cubrió de la misma monotonía que la vida en sí…, de hecho creo que el sueño fue lo primero que perdió su encanto, la ausencia de sentidos dejó de aliviarme, no perdí para nada mi capacidad de dormir con profundidad, simplemente me aburrió, me di cuenta de que utilizaba mi hora de dormir como una salida a la realidad, no era mejor que un alcohólico que se oculta de sus responsabilidades tras la botella. ¿Qué diferencia había entre esas repetitivas jornadas diarias y perderme entre las profundas tinieblas del sueño?  Prácticamente ninguna, me di cuenta de que de una u otra forma no era feliz, no estaba disfrutando la vida como lo hacía en la infancia desobligada. Cuando esa breve recompensa se desmoronó todo se fue al carajo.
Durante un tiempo contemplé el suicidio con una obsesión erótica, algo en mí muy irracional instaba a creer en la reencarnación, por lo menos cabía la posibilidad de borrar el casete y volver a tener que empezar desde cero y  deleitarme en las tibias fauces de la infancia por segunda ocasión. Pronto se evaporaron esas suposiciones; simple lógica: si hay tal cosa como la reencarnación, ésta de ningún modo estaría exenta de alma, tarde o temprano la adultez me arrebataría y mi alma, al ser la misma, tendría exactamente los mismos juicios sobre la vida y no quedaría más remedio que un nuevo suicidio, y así, ad infinitum. Además estaba imposibilitado al suicidio, una persona virtuosa como yo no puede dar mal ejemplo a la sociedad, eso déjenselo a vagos, drogadictos o estrellas de rock. No es mi culpa haber nacido predestinado al triunfo, una larga tradición familiar y social que simplemente no puedo romper.
Como puede ver, su señoría, honorables miembros del jurado, me encontraba encerrado en mi propia vida, encarcelado, con los miembros tullidos, -si me permiten usar metáforas- cosechando triunfos profesionales que caían en saco roto, estrechando las manos sudorosas  de líderes, de personalidades entrañables, de mis iguales. Llegué a cuestionarme fuertemente sobre si estas personas eran como yo, si estaban tan acomplejadas y desmoralizadas por la vida. Intenté preguntarles a puerta cerrada, -no solté las preguntas directamente, me hubieran tomado como loco- pero parecían no entender mis indirectas, al descubrir su indiferencia desviaba el tema drásticamente y adjudicaba mis comentarios anteriores a tontos chascarrillos laborales. Todos estaban tan convencidos como yo de desempeñar su labor, no les importaba todo el daño que pudieran ocasionar a los demás, ni siquiera a mí, después de todo es nuestro papel histórico, hay que cumplirlo al pie de la letra, no hay posibilidad de elección. Lo único que me aturdía es que ellos parecían completamente felices.
Tras resignarme y aceptar mi destino de mártir, ocurrió esta especie de milagro que me hizo cambiar por completo mi actitud para con la vida, y cuando digo por completo, en serio me refiero a un giro de 180 grados. Conocí a una buena mujer. No a una mujer como las de ustedes, no una mujer que comparte sus vendajes en la mirada con una sonrisa, no como sus mujeres de rutina; perdón si los agravio pero es la pura verdad. Esta mujer estaba más llena de vida que cualquier ser humano que haya conocido en toda la tierra. Esta mujer, mi mujer, era una mujer volátil, hecha en su totalidad de una especie de éter mágico. A pesar de que, como han de saber, he viajado por todo el mundo por cuestiones tanto empresariales como recreativas;  me mostró una parte de éste- no sería pretensioso decir universo- que no creí que existiera, animó por completo mi hasta entonces absurda existencia.    
Esta mujer tiene propiedades transmutativas, no puedo decir con certeza su nombre, es lo que menos importa… Me será muy difícil proseguir con mi declaración en esta parte pero me esforzaré por hacerla lo más inteligible posible para toda la sala. Seguramente han disfrutado lapsos de felicidad, he declarado con anterioridad que la vida no es para nada feliz, quizás exageré en esa sentencia, tiene esos momentos recortados en el que la felicidad se asoma, pequeñas fracciones de hora llenas de desentendimiento ante la realidad material y los problemas; para mí se encontraba, como lo mencioné con anterioridad, en el sueño nocaut o en la infancia, ustedes mismos tendrán sus propias representaciones. Estar al lado de esta mujer es pura felicidad; claro, tenemos nuestras angustias, temores y demás estados emocionales fogosos, pero eso es lo mejor de ella, nunca nos quedamos estacionados en la apatía, nunca. Siempre estamos encargados de empresas extrañas, una funda de ridiculez rodea nuestros encuentros, no tengo idea del porqué de cada una de nuestras aventuras, ni siquiera me lo pregunto, no hace falta, nos la vivimos atrapados en constantes tareas que muchas veces requieren de esfuerzos homéricos. No quiero nombrar ni describir estas misiones, resultarían incomprensibles tanto para usted, su señoría como para los honorables miembros del jurado y sólo desviaría su atención del principal propósito de este discurso.
El verme atrapado en el absurdo, -en el verdadero absurdo, no en el absurdo de la vida cotidiana- me ha vuelto un hombre completo, por un tiempo volví a retomar la cotidianeidad aguantándome las quejas,  encontré una nueva recompensa a mis arduas labores, la recompensa definitiva, la verdad en sus ojos tornasol, me descubrí en sus enseñanzas lúdicas.
Este mundo, el de ustedes, está tan prediseñado que impide cambio alguno, todas estas cosas que nos mantienen sitiados están aquí para un fin, son herramientas cuya posibilidad de infinitud ya ha sido encasillada, descubierta, pues. Incluso me atrevo a afirmar que la mayoría de estos objetos que nos rodean, fueron diseñados a partir del propósito para el cual se usarían limitando drásticamente las propiedades de la materia, claro, podrá inventarse nuevos usos para los objetos ya existentes, pero en este plano no tendrían explicación… Por ejemplo, si se tratara de utilizar un charco como diccionario o un radiador como sombrero existirían un montón de impedimentos lógicos para llevar a cabo dichas tareas. Con ella no, en nuestras citas contamos con la capacidad de reinvención del ser, nuestras acciones se encuentran únicamente limitadas por la cantidad de conceptos de los que nos hemos apropiado con anterioridad, contando así mismo con una amplia gama de combinaciones entre dichos conceptos y percepciones sensoriales que resultarían ilógicas para todos los que se afanan en creer ciegamente en las limitaciones que implica una lógica formal rigurosa. Al lado de ella toda suerte de proezas abstractas son nuestro pan de cada día.
Antes de que se me tome como deschavetado por estas declaraciones, déjenme retroceder un poco más sobre este punto con el propósito de contextualizar. Ella vive en un plano alterno a éste, un plano que todos en la sala conocen pero que no se atreven a rectificar como una realidad más. Torpemente lo califican con el vacio sustantivo de sueño, muy probablemente por su propia debilidad mental o por el miedo a aceptar un estadio más del ser como realidad concreta.
La fuente de que yo pueda entender la gran vitalidad del sueño debe radicar en que yo nunca tuve un sueño… ¡Nunca! Pasé toda mi vida durmiendo en esas temporadas de tinieblas de las que hablé anteriormente, sin darme cuenta de la infinidad de la mente humana. Un día nada especial y sin mayor aviso, empecé a soñar, no me extrañó del todo, debido a que tenía conocimientos meramente teóricos sobre este proceso, pero la experiencia en sí me dejó anonadado. Fue una experiencia increíble, tan viva que aún no entiendo cómo es que el ser humano no le ha prestado atención a esta realidad alterna ni por qué la investigación en este campo es tan reducida y generalmente llevada a cabo por charlatanes.
Por lo que tengo entendido es extraño que alguien pueda tomar plena consciencia durante el proceso onírico sin estropearlo, esto me resulta muy extravagante, es como si negaran la realidad onírica con insania, como si tuvieran una necesidad fisiológica por el orden y las representaciones estrictamente lógicas. Yo, por mi parte,  puedo mantenerme en ese mundo de ensueño con todas mis capacidades racionales intactas, aceptando lo que percibo como hechos rotundos, ¿para qué invitar a mi cerebro a negar lo que se me está presentando tan crudo y palpable?, eso me resultaría una tarea ilógica, me crearía una paradoja óntica. No he logrado comprender su descomunal fanatismo hacia lo divino y sagrado que no ha sido comprobado y dudo mucho que haya sido percibido, cuando lo primero que niegan es un plano lleno de representaciones mentales, que en cierta manera pueden atribuírseles ciertas propiedades palpables que habitan dentro de ustedes, eso es verdaderamente absurdo, es entregarse de lleno al caos. Lo que más me acongoja y me crea conflictos es que al parecer yo soy el que está mal desde su punto de vista.
Esta mujer vive en mí, por lo que sé, está forjada a mi semejanza, no se puede soñar con algo que no se haya percibido antes, lo único que se altera son las percepciones. ¡Con qué facilidad dan por sentada la falsedad del proceso onírico cuando se trata de un compendio alborotado de sensaciones y representaciones! Bueno, quién soy yo para juzgarlos, y más aún desde el banquillo de acusados. Soy un hombre enamorado, enamorado de un ideal; que mantiene una relación formal con un ideal, un ideal que tomó lo mejor de este plano para forjar a la mujer perfecta.
Perdónenme si ahora apelo a la empatía, pero junto con el paquete de la posibilidad del sueño, vino la posibilidad de amar, todos amamos, todos tenemos a alguien especial. Yo, durante toda mi vida me creí exento de tal posibilidad, de una posibilidad que admito me lleno de una preocupación inmensa, antes mis preocupaciones se remitían al desencanto, ahora tengo miedo, miedo de perder esta capacidad de soñar, miedo de no volver a soñarla nunca.
La noche anterior al día en que cometí el crimen ella y yo tuvimos una discusión, la cosa se tornó violenta, nos quemamos vivos, onírico-literalmente. Alguien dejó encendida la engrapadora en la que cocinábamos garabatos y se quemó -con nosotros adentro- la chamarra donde vivíamos. Fue una discusión horrible, su señoría, miembros del jurado, toda la pelea se dio en el marco de buscar nuestros miembros en una montaña rusa, de pegar los pedazos de piel calcinada con la baba que teníamos que recolectar de la lengua del deportista depurado. Sólo pido comprensión, gente; me encontraba fuera de mis cabales esa mañana, todos hemos enfrentado discusiones horribles con la pareja, divorcios, pérdidas materiales, etcétera, etcétera, etcétera. Ninguna se compara con la mía; imagínenme ahí, discutiendo con la piel toda chamuscada y apestosa, viendo a mi mujer cepillándose la barriga con indiferencia, preocupado porque ya no tendríamos una chamarra calientita para pasar los veranos; para colmo la cola de la montaña rusa llegaba hasta Tombuctú y no tenía suficientes metralletas para pagarle a la aspiradora. Esa mañana no estaba en mí, tenía otras cosas en mente más importantes en que concentrarme, la vida que por fin, después de años de espera se me había obsequiado se estaba desmoronando junto con la vesícula biliar fosforescente de la mujer amada, por si fuera poco esa misma tarde cuando viajábamos en la bicicleta de carne molida, ella firmó la bocina del divorcio, su señoría. ¡La bocina del divorcio!
Lo acepto, tomé malas decisiones. Mis acciones, al parecer costaron muchas vidas y puso a todo el mundo en riesgo de un ataque nuclear, sé que se me juzgará por crímenes contra la humanidad, acepto mis culpas como la persona moral que soy… Es lo único que tengo que decir, no me encontraba en mí, y a decir verdad no me importan mis acciones en este mundo dado que todos ustedes son una mala pantomima, acepto toda la culpa por los sucesos, sólo quería explicar mis motivos, el principal es que ustedes no son reales y creo que al tomar la decisión que acabó con tantos de los suyos y comprometió a otros tantos demuestra lo poco que me importa este plano. No hay duda de que esta corte me condenará a muerte; me gustaría llegar a un acuerdo dado que no intercedí en sus investigaciones y ofrecí toda la información requerida, y juro por mi amada, que mi declaración fue completamente verídica. Me gustaría apelar a lo que ustedes llaman incompetencia mental, sé que pueden pensar que todo esto es una treta para salvarme de morir; pero no, les digo, ustedes son tan irreales e insignificantes para mí como el mundo onírico lo es para ustedes. Pónganme a prueba, soy capaz de asesinar a sangre fría a cualquier miembro del jurado sin sentir el más mínimo remordimiento; al igual que ustedes asesinarían sin pena alguna a alguien en sus sueños si fuese requerido. No quiero morir, y sé que sería pretensioso intentar ser trasladado a una institución mental, me gustaría que tomaran en cuenta la impecabilidad de mi carrera y de mi vida hasta la mañana de mi llamado crimen, mi única demanda de sentencia , y que parecerá completamente justa como coerción por la magnitud de mi delito, es que se me someta a una lobotomía frontal. Nunca en mi vida me había sentido tan asustado en este plano de realidad, tengo miedo de dejar de soñar. Tengo una gran cuenta de ahorros que podrá pagar sin dificultad alguna mis cuidados médicos hasta el día de mi muerte, incluso hay tanto dinero que podré ceder al erario público una buena tajada para que se utilice de la manera más pertinente posible. Es lo único que pido, una potente lobotomía que me dejé inhabilitado y en permanente estado vegetal, completamente incapacitado para hacer más daño. No puedo continuar más con esta mentira, no pertenezco aquí, tomando en cuenta mi declaración no será difícil ver, miembros del jurado, honorable juez, que ya he pagado mi deuda con la sociedad anticipadamente.  Con esto concluyo mi declaración, espero que se tome en cuenta mi petición así como mi buen comportamiento y cooperación a lo largo de todo el proceso.

-En vista de que se ha declarado culpable de antemano;  en reconocimiento por su impecable carrera como funcionario; dadas las circunstancias en las que se llevó a cabo su delito; asimismo tomando como verídica al pie de la letra toda su declaración, este tribunal lo absuelve de todos los cargos presentados. Caso cerrado.
-¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!