lunes, 11 de marzo de 2013

EL MÉTODO PARA LA CONQUISTA DEL AMOR


Para Ricardo Soto





El Dedos había visto a Palmera en circunstancias que le hacían creer que el destino estaba dispuesto a enfrentarlos en la eterna lucha por el amor. La encontraba caminando por la calle, con sus amigas en el parque, comprando chicharrones, comprando buñuelos, en la paletería; hasta una vez la vio tocando el bajo con una banda de rock en la chelería El Puekos. La gran cantidad de encuentros casuales en los últimos dos años era si no exagerada, probabilísticamente difícil. Al principio el Dedos nada más de verla corría despavorido, como si en las pecas faciales de Palmera se concentraran todos los infiernos imaginados por la humanidad. Si algo le debo reconocer al Dedos es que siempre tuvo valor para enfrentar (de manera ridícula) sus miedos. Recuerdo cuando para superar su desasosiego por la policía se puso a platicar toda una tarde con un poli sobre la ética y la justicia en el sistema penal mexicano y, si bien, no terminó de tenerle rencor a la fuerza represora del Estado, sí consiguió disminuir su pavor a caer en el algún separo de mala muerte. Así que siguiendo su espíritu terco ante el terror, el Dedos inventó el El Método para la Conquista del Amor, es decir: lograr hablarle a la chica en cuestión y en un plazo corto poder besarla (porque eso según quería, “besarla”). Al principio sonaba bastante estúpido: el primer paso consistía en conseguir trabajo en la miscelánea Balam, la cual se hallaba frente a la escuela donde la chica tomaba clases de inglés (luego de dos meses lo consiguió); el segundo paso era localizar por medio del Feisbuc a la doncella (cosa que no consiguió) y el tercer paso incluía una rigurosa agenda de acciones que yo tenía que llevar a buen fin, pero que me revelaría más adelante, ya que el asunto se acercara a su paroxismo. Debo destacar que en el tiempo en el que estos tres pasos se llevaban a cabo, el Dedos preparó su mente hasta que la vergüenza llegara a su límite, hasta que su semblante igualara el rojo del clamato.  En las pedas sacaba a bailar a la mujer más bella, le hacía la platica a las meseras más despampanantes, iba a las exposiciones de arte contemporáneo para hacerle la plática a lo que él denominaba “la fémina burguesía”; todo esto con el objetivo no salir despavorido cada que Palmera le pidiera algo en la miscelánea, para vencer el miedo a la pena. Una vez que el Dedos comenzó a laborar en Balam tuve la oportunidad de conocer a la susodicha, era menuda, pecosa, de tez blanca con cabello negro, ojos pequeños y cafés, su expresión era la de una mujer engreída e influenciable, pero cuando le pedía unas papitas y un agua de litro y medio al Dedos, de su boca salía una voz que expresaba un carácter campechano, de una buena persona. Total que el Dedos una tarde mientras tomábamos café de máquina me dijo:

-Güey, es hora de aplicar el paso 3, le comenzarás a hacer la plática, háblale bien de mí, que soy chido, que me gusta leer y que sí bebo, pero que no soy mala copa, también dile que espero entrar a una maestría y que mi trabajo actual sólo es temporal en lo que me aceptan, además de que me encanta el Speed Metal Pop (género que la chica tocaba). Pero eso sí, para que esto no me salga al revés y se vaya a enamorar de ti, tienes que ser bien patán y vulgar; cuando le hables sácate el chicle y dale vueltas, trata de hablar ñero, de a ratos ráscate la nariz y si se puede te sacas un moco y lo avientas, tampoco exageres, tú sabes.

-Sí mi Dedos, no hay falla, tampoco voy a ofenderla ni nada, pero no mames lo del moco qué puto asco, pero va güey, nada más porque eres mi valedor perrón.

Y así sin más al día siguiente fui y le hice la plática, de tanto que me había hablado el Dedos de esos maravillosos encuentros no pude evitar sentirme nervioso, tal vez hasta rojo me puse cuando comencé el diálogo, pero en el fondo no me interesaba, era bonita pero el Dedos era entrañable, nunca lo hubiera traicionado, jamás. 

-Hola amiga, oye ¿de casualidad tocas en una banda de rock? Es que el otro día en el Puerkos estaba con un amigo y me pareció verte tocar el bajo.

Así comenzó todo, se llamaba Patricia pero todos le decían Palmera que por sus largas pestañas (cosa que no coincidía con la realidad). Me dijo que vivía en la calle de Piña y que le gustaba mucho tocar Speed Metal Pop (cosa que ya sabía), que estudiaba inglés (cosa que también ya sabía) y que apenas iba a entrar a la UNAM. Ya más relajado le platiqué un poco de mí, que me gustaban las películas de ciencia ficción y que adoraba a Bach. Luego de un rato me acordé que debía hablar ñero, pero hubiera sido un cambio muy drástico ya para tan entrada la plática; en mi mente sólo debía estar El Método para la Conquista del Amor, por lo que me valió madres e inicié la extirpación de un largo y sangrón moco; sentí cómo era jalado desde una parte dentro de mi garganta, era de un café parduzco, muy pegajoso y morrocotudo. Palmera hizo una mueca de desmedida repugnancia, el moco era más grande de lo planeado, me avergoncé y le pedí perdón, le aseguré que estaba enfermo de sinusitis, que por favor me disculpara. El plan iba mal, el moco fue mala idea, todavía lo aventé (como el plan lo exigía) y se pegó en la banqueta como una enorme línea marrón, lo amarillo girasol de la banqueta sólo acentuaba a la alargada excreción. Mal, muy mal, la cosa iba a pique, me remordía la conciencia con el Dedos, su plan de meses se estaba arruinando por un gran moco. Con osadía comencé la plática de nuevo, le dije que me sentía estúpido y me reí de manera franca, ella entendió y me preguntó si siempre que le hablaba a una mujer me sacaba un moco, con una enorme carcajada reconocí que no. Ya con toda la fosa nasal derecha libre le fui sincero, le dije que la verdad le había hablado porque un amigo mío quería conocerla, que tal vez un día podrían salir por unas cervezas. Seguí con el plan, le platiqué todo lo que El Método me permitía platicarle sobre el Dedos. 

-Si tu amigo no es un mocoso como tú lo pensaré, mi feisbuc es palmeramoxxa, agréguenme, cómo es el tuyo para saber que no estoy agregando a un extraño.

-El mío es Caguamito Eguibles.

-Jajajaja ¿cómo, por qué te llamas así? Sería mejor el Moco Asesino jajaja.

-Jajajaja, jajaja, pues verás, me gustan las caguamas y me gusta el blues.

-Oquey, te agrego a ti y a tu amigo y vemos, me tengo que ir, muac.

-No te vayas a resbalar con el moco, jajaja.

-¡Asquerooooosoooooooo! jajaja.

El plan resultó, después de todo la asquerosidad no había arruinado El Método, le platiqué a detalle todo el encuentro al Dedos, se mostró feliz, nervioso reía y hasta fuimos a buscar el moco, que por obvias y naturales razones lucía un poco más seco pero, eso sí, seguía siendo enorme, hasta le tomé una foto y la subí al Feisbuc. Esa misma noche nos agregamos, el Dedos husmeó todas sus fotos, para él era oro puro, ese material valía la pena, todos esos meses de perseverante ardor daban gordos frutos. Toda esa fantasía, aquellas grandes historias que creó soñando un cálido y divertido amor al que no le importaría darle todo, al que no le sería infiel nunca jamás y con el que se sentiría acompañado y realizado para siempre.

Pasaron 10 meses, Palmera y Dedos sobrellevaban una fornida relación basada en planes futuros alcanzables, en comidas y cenas de puesto en la calle, de pequeños pleitos de borrachera, de amor terrenal. He escuchado a la gente decir que la felicidad ajena es molesta, reconozco que me ha sucedido, pero con el Dedos era otra cosa, estaba realmente muy contento porque además de haber sido pilar fundamental de El Método, él era un gran tipo, borracho, egoísta, mimado, pero un gran amigo al que hubiera defendido de cualquier malacopa, en cualquier fiesta, en cualquier parte del monstruoso Distrito Federal. 

Recuerdo que fue una tarde de viernes, el Dedos y Palmera habían peleado, él se encabronó y se fue a beber con sus amigos de la preparatoria (yo lo conocí en la secundaria); Palmera por su parte me contó toda la historia por mensajes en el Feisbuc, lo de siempre, se habían encabronado por unos nimios celos por no sé quién, me pidió que nos viéramos un ratito, me dijo que me invitaría una paleta de limón blanca en el parque Revolución. Así lo hizo, era un poco noche, me contó toda la historia nuevamente, le dije que yo sabía que se amaban y que también sabía que regresarían y que por supuesto sabía que sería una tontería que se separaran. La luz amarilla de la farola pegaba en el rostro de Palmera, sus lágrimas eran profusas y comencé a preocuparme porque este rompimiento fuera en serio. El busto de Miguel Hidalgo lanzaba su mirada fija al horizonte, Palmera continuaba con el llanto.

-Es que no maches güey, hay cosas que son inaceptables, simplemente impensables, me siento muy culpable, pero ya no aguanto más.

-No mames que engañaste al Dedos, pinche Palmera.

-No güey, es que no sé si decirte.

-Eso qué güey, sabes que puedes confiar en mí, o sea, si engañaste al Dedos qué poca madre, pero te escucho, prometo no decir nada.

Sus ojos terminaron de ser ríos para transformarse en mollejas de pollo, rojas y sanguinolentas mollejas; me pidió que cerrara los ojos, que no la mirara por un momento, cosa que hice temiendo que me fuera a besar o algo, estaba muy confundido por toda aquella escenita. Cerré los ojos y tras 5 segundos me pidió que los abriera; no supe cómo reaccionar ante espectáculo tan inusual, simplemente me reí.

-Jajaja qué mierda te pasa Palmera, qué tienes en la cara?

No obtuve respuesta alguna, me miraba fijamente, con inaudita fuerza, con impulso visceral, incomprensible, el amarillo de la farola fulguraba muy intenso en su rostro, su pantalón se había mojado de orín, un micro lago rodeaba sus tenis, no dejaba de verme, ninguno de los dos hablaba, lentamente comenzó a menear el enorme moco que había puesto en su cachete, daba círculos amplios, enfangaba sus labios, su frente, siempre mirándome, siempre amarillo en su rostro, siempre…

-Te amo papito.