martes, 19 de febrero de 2013

DESDE EL LIMBO.



Estoy atrapado en el limbo, en un limbo interno, me arrastro por un interminable dossier de contradicciones personales, sé muy bien que me encuentro en el punto sin regreso, me preparo para unas vacaciones surrealistas, para retozar inmóvil en el más estrecho de mis pasillos sinápticos.

Soy como el feto, soy esa existencia polémica, estoy balanceándome en una cuerda floja, todos mis caprichos se han acabado. Ya no quiero vivir, he perdido cualquier posibilidad de anhelar la vida, no me importaría darme un tiro en la sien, beber cianuro, no me importaría abandonar a nadie, dejar a un lado esta farsa de cenas frías y paranoias. No soy feliz, inclusive olvidé por completo la última sonrisa que brotó sinceramente de esta reseca boca. Soy un exiliado en la soledad, soy un extranjero vagando en el perímetro de la felicidad, viendo como se me restriega en esta estúpida cara, envidiando a los niños que juegan en el parque, a las parejas compartiendo cafés y confidencias, a las aves alzándose majestuosamente en su irracionalidad. Estoy acabado, acabado, se los digo. He fracasado como ser humano, he fracasado como hijo, he fracasado como hermano, he fracasado como amigo, he fracasado como amante, he fracasado como padre, he fracasado como artista, he fracasado como ser. Soy un despojo que inútilmente intenta dar la cara a una lerda aberración, los motivos se han extinguido de mi corazón; extraño con toda la diminuta humanidad que queda en mi alma encontrar una respuesta, encontrar siquiera una pregunta, pero no. No queda más, lo siento pero realmente lo he intentado, lo he intentado con todo, pero no puedo seguir rehusando tanto absurdo, sería completamente contradictorio, inclusive hasta para mí. Sólo desearía no asfixiarme en este inmenso aislamiento, poder ver a un ser humano y desvestirme de este punzante egoísmo, dejar a un lado mi consciencia, aunque fuera por unos minutos y desentenderme de mí en esa persona, gozar del dulce cáliz de la empatía, reconstruirme en otro rostro, descubrirme en otra mente, reencontrarme en necesidades ajenas, sentir la calurosa presencia de otro ente, lanzándome al precipicio con la ignorancia y amabilidad del infante, abandonar todos los fríos y tristes conceptos que me he procurado para con los demás, volver a lo más básico, a reintegrarme sin juzgar ni cuestionar razones, a sonreír y cantar.

Pero aquí estoy, en esta interminable cloaca del día tras día, donde lo único que me limita es el miedo a la muerte, aquí es cuando las contradicciones chocan, donde la cobardía asciende envuelta en un gesto mustio, que casi intenta pasar desapercibido y camuflado en apatía. Donde aún puedo encontrar un rastro de humanidad en mí: el deplorable miedo a la muerte, esa pena milenaria con la que he sido condenado, el miedo ante la desabrida inexistencia, ante la majestuosa inexistencia, algo en mí me impide renunciar, el miedo, el miedo que se agolpa en la sangre y que vuelve los latidos sonoros tamborazos, que me baña en sudor frío, náuseas y desesperación, la imbécil espera por una misión, la cobardía, el hastío, el dolor, la cólera, las lágrimas, todos esos síntomas de que no estoy del todo acabado, esos mensajes que me mantienen en este ridículo limbo, estacionado entre la incompetencia y el error. Esta absurda existencia dónde busco la cordura en antidepresivos y alcohol, destruyendo lenta pero progresiva y firmemente a esta inmunda y fría persona en la que cada día me convierto. Yo sé que no hay marcha atrás, sé que podría haberla, pero la niego como al hijo bastardo de un amor obligado. Y en serio me asusta, sé que mi destino estará tapizado de enfermedades dolorosas, de órganos reventando, de insuficiencias, de aislamiento en hospitales apestosos, de máquinas, mangueras y tubos alimentando esta consciencia que se desentenderá de vez en cuando del dolor emocional para concentrarse en el físico. Pero no me importa, no quiero aceptar el futuro como algo real, soy un imbécil y lo sé, voy contra todo lo que yo creo que soy, el hombre racional no es más que un cobarde que no prevé le realidad, que procrastina ese inmenso sufrimiento por unos cuantos placeres efímeros, soy el eterno endeudado en el banco del infierno en vida, pero no me importa, y naturalmente no hay nada que pueda hacerme cambiar de opinión, todas esas cartas ya han sido jugadas desde antes, soy un plagio carnal malhecho de un personaje de Dostoievski, soy una farsa, soy el que condenó las sabías enseñanzas de Epicuro a padecer los ataques de todos esos idealistas mediocres. Y aquí sigo, con esta botella en la mano, con el único deseo, con la vaga esperanza de que la locura se adelante al deterioro físico y haga mi achacosa estancia un poco más tolerable.

¿Cuál es el motivo una vez que has fracasado? Soy un hombre de 33 años, todas las esperanzas fueron empeñadas, ni siquiera un mediocre intento valdría la pena, sólo caería más pronto en mi derrumbe, y realmente, la pereza y apatía me parecen la mejor forma de vida. Nunca habitaré en esa trascendencia tan soñada, pasaré desapercibido a ser una cifra más de un censo, una estadística sin alma, un número que perdió por completo su historia; tan insignificante como cualquier otro pedazo de materia, con el ego todo roído por lo mismo, por mis ilusiones desbancadas y sobretodo esa apatía que tanto me ha caracterizado, ese ver pasar trenes sin intentar abordar, ese ser inmundo, cobarde y malogrado que soy, en que me ha convertido toda esta farsa de resignaciones y silencios, soy una rata asustada, no me queda espíritu alguno para alzar la voz por mis ideales, por las creencias que después de tantos elaborados raciocinios se han convertido en mis verdades. Soy un hombre tísico, un luchador que ha tirado la toalla sin empezar el combate, estoy aterrado de las personas, las considero inferiores a mí pero sin embargo no tengo el coraje de enfrentarlas, hago lo que sea para evitar el contacto con alguien conocido, invento excusas, me cambio de acera, el hecho de pensar en saludar a un viejo conocido me revuelve el estómago y me hace tartamudear, soy un mero despojo, en verdad soy una rata asustada y sumisa, me odio, me siento tan solo, tan menospreciado, tan socavado, tan inservible para esta sociedad, tan lleno de prejuicios y falsos brotes de superioridad, pero no soy más que un mediocre, un mediocre que ha fracasado rotundamente en todo lo que ha intentado, que está destinado a vivir en su propio exilio, a ver, enjaulado, a las personas atragantándose de mentiras, de complejos, de revolcarse en su propia mierda con enormes sonrisas, mientras su hipocresía los carcome por dentro, mientras aceptan todo tipo de injusticias, mientras aceptan a esos falsos líderes que sólo buscan fines megalómanos, mientras acurrucan en su corazón al asesino, al violador consciente, mientras siguen órdenes cabizbajos, mientras son saqueados por el rico, mientras sus hijos son prostituidos, mientras su hogar es desmoronado, mientras su inteligencia es reemplazada por su comodidad, por una comodidad aparente, de saqueos y lavados cerebrales, viendo como el político, esa aberración al orden humano es vestido de traje y vendido como un legendario salvador. Y el futuro arderá, y el aislamiento será el placebo favorito, mientras nuestro sudor es subastado y las lágrimas serán la única fuente de nutrición. Pero no me opongo, sigo todas sus modas, sigo sus hipocresías, me amoldo a sus planes, trabajo en sus oficinas, consumo sus marcas, me siento miserable, atrapado en mi cobardía. Balanceándome en el sinsentido, traicionando mis causas, aislado, solo, arrepentido, incompetente, cobarde, condenado, soy un bufón.