martes, 30 de abril de 2013

LA ESTATUA.



 Me bato entre multitudes. Con los poros segregando licor. ¡Qué majadería convertir la calle Francisco I. Madero en corredor peatonal! Todas estas inútiles conglomeraciones de sábado por la tarde. Siento empatía por Antoine Roquentin. Un muro de carne pestilente, de rostros fugaces, el pecho que ahoga suplicios. Todas esas sonrisas tomando su placebo semanal, mimetizándose en su entorno. Siendo uno más de los eternos paseantes que se desentienden de sus displicentes existencias  con el restriego de sus narices en el aparador.  Los chicos que se toman fotografías con adolescentes de disfraces elaborados: la chica de Ávatar, Edward Scissorhands, un Transformer. Una banda callejera que interpreta Sunshine Of Your Love en el cruce con Gante, el bajista luce muy drogado, el baterista muy viejo.  El tipo disfrazado de estatua me roba las cavilaciones, tan estático, cubierto por completo de pintura cromática. ¿Será tóxica para la piel? Seguro le daría una moneda si es que aún conservara una. Creo que ese es el trabajo perfecto, quedarse ahí, petrificado, como aquel hermoso ser que ha perdido el rumbo. Ver circular al interminable mar humano desde una distancia segura, completamente ajeno a esa procesión que se desentiende de la miseria. Ganarse el dinero desde el anonimato de una túnica y pintura tóxica para la piel. Con la prerrogativa de no tener que interactuar con nadie, solamente soportando en ocasiones sus flashes y sus bromas previsibles que intentan desesperadamente mostrar un poco de sagacidad y terminan varadas en el gesto bofo. Yo podría dedicarme toda la vida a eso, encontrar una posición cómoda y hacerme con  la inmovilidad del heroinómano en fase terminal. Con la mente buscando la doble adjetivación de todos mis sustantivos. Y hasta en dado punto podría convertirme en una sombra a la caza de luceros. Pero no. Tengo que soportar mis modos de niño bien, de carrera terminada y cuarenta horas de cubículo, corbateado. Repugnancia de padres orgullosos y diplomas en pared. Escribir sonetos románticos para mi esposa (con contratos y sacramentos incluidos.) mientras los elogios a la muerte se pudren en el cajón de los tabús. ¡Qué inútiles me resultan todas estas personas!