Regreso a mí mismo, la sangre en
mi mano ¡Dolor! Mi verga lacerada, soledad, una desesperación que empuja la
caja torácica desde adentro. Una úlcera que intenta escapar abriéndose paso por
la carne, pateando las costillas, mordiendo, rasguñando. El cuerpo contorsionándose
en el suelo, espuma en la boca… Ella gime, el placer la embriaga de euforia. La
simbiosis perfecta de los amantes, las extremidades acorralándose mutuamente,
la pasión que desprende a dos seres de lo terrenal; que aparta a la mujer que
amo de mí, que la funde en una pupila dilatada, una otredad incomprensible por
la cual daría todo por poder hacer referencia en primera persona. Me impongo
como mi propio juez y verdugo. La miro frío mientras se baña en éxtasis con
otro. Mi alma titirita, mi cuerpo se rehúsa a doblegar, me agarro la verga y la
halo, la herida abierta, la sangre escurre, tibia, lubrica. Busco
desesperadamente el placer en el odio, en el dolor, en la impotencia. Mi mirada
estampada en los cuerpos desnudos, el amor…, el odio. Los pensamientos
revolcándose en su propia mierda. El voyeur masoquista cubierto de fantasmas
sádicos. Una evolución, quebrar los límites de mi propia consciencia. El
asesino consumado, tan tímido que le es imposible matar, albergar la semillita
del suicidio, fertilizarla, sujetar la verga hacia arriba y orinarse en la
cara, una carcajada infantil. Ella se ve preciosa, los anhelos de un esquizofrénico,
las madrugadas de un desempleado, el arcoíris en un charco con aceite. Él…, él
me enseñó la indiferencia, a distinguir un artículo de un pronombre con una
sola tilde, las pausas dramáticas, sincopadas, que son dadas por el uso
correcto de, nuestras buenas amigas, las comas; la paciencia del cadáver. Mi
voluntad obliga al odio a desvanecerse, ponerme al tanto de mi insignificancia,
ser el tapete de los demás sin alardear de mi superioridad, el bálsamo de una
subjetividad majestuosa: yo, yo, yo, mío, mi, mí. Ella se desmaya, o al menos
eso propongo porque yo me desmayo, los ojos bien abiertos, una eternidad que
pasa en segundos y es ella, no hay ninguna situación concreta, no hay contexto.
Ella. Con todas sus emociones mezcladas, sin emociones. Ella. Ni siquiera como
una representación mía de ella. Es ella, a secas. Un tipo de realidad alterna
(si eso pudiera explicarse en esa realidad) donde no hay nada más que ella. Sin
expansiones. Sin omnipotencia. Ella, tal cual es, cruda, abarcándolo todo sin cursilerías
de libros fucsia con título en cursivas
doradas. Sólo ella. Otra configuración de la realidad. Despierto. Eyaculo. Sangro.
No tengo Kleenex. Pienso en ella. Dormito. Ella.
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martes, 7 de octubre de 2014
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