Me bato entre multitudes. Con los poros
segregando licor. ¡Qué majadería convertir la calle Francisco I. Madero en
corredor peatonal! Todas estas inútiles conglomeraciones de sábado por la tarde.
Siento empatía por Antoine Roquentin. Un muro de carne pestilente, de rostros
fugaces, el pecho que ahoga suplicios. Todas esas sonrisas tomando su placebo
semanal, mimetizándose en su entorno. Siendo uno más de los eternos paseantes
que se desentienden de sus displicentes existencias con el restriego de sus narices en el
aparador. Los chicos que se toman
fotografías con adolescentes de disfraces elaborados: la chica de Ávatar,
Edward Scissorhands, un Transformer. Una banda callejera que interpreta
Sunshine Of Your Love en el cruce con Gante, el bajista luce muy drogado, el
baterista muy viejo. El tipo disfrazado
de estatua me roba las cavilaciones, tan estático, cubierto por completo de
pintura cromática. ¿Será tóxica para la piel? Seguro le daría una moneda si es
que aún conservara una. Creo que ese es el trabajo perfecto, quedarse ahí,
petrificado, como aquel hermoso ser que ha perdido el rumbo. Ver circular al
interminable mar humano desde una distancia segura, completamente ajeno a esa
procesión que se desentiende de la miseria. Ganarse el dinero desde el anonimato
de una túnica y pintura tóxica para la piel. Con la prerrogativa de no tener
que interactuar con nadie, solamente soportando en ocasiones sus flashes y sus
bromas previsibles que intentan desesperadamente mostrar un poco de sagacidad y
terminan varadas en el gesto bofo. Yo podría dedicarme toda la vida a eso,
encontrar una posición cómoda y hacerme con
la inmovilidad del heroinómano en fase terminal. Con la mente buscando
la doble adjetivación de todos mis sustantivos. Y hasta en dado punto podría convertirme
en una sombra a la caza de luceros. Pero no. Tengo que soportar mis modos de
niño bien, de carrera terminada y cuarenta horas de cubículo, corbateado.
Repugnancia de padres orgullosos y diplomas en pared. Escribir sonetos
románticos para mi esposa (con contratos y sacramentos incluidos.) mientras los
elogios a la muerte se pudren en el cajón de los tabús. ¡Qué inútiles me
resultan todas estas personas!
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martes, 30 de abril de 2013
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