miércoles, 12 de febrero de 2014

VISIONES

Me convertí en mi propia quimera. Una idea transfigurada del querer ser. Una serpiente transexual en fuertes quimioterapias. Habitante de mi propia antípoda. Un psicópata adiestrado. Esclavo de los más escuetos experimentos pavlovianos. Los personajes se me matan en las neuronas. Suicidas espontáneos. Asesinos despiadados. Sádicos inconscientes previamente exonerados de sus maquiavélicos crímenes por mi buen comportamiento y sumisión total ante cualquiera. Un charlatán lujurioso de reconocimiento.  Tú, morboso partícipe de mis infantiles chantajes con la simple acción de recorrer este renglón con aún una brizna de interés. Para hacer el amor, igual se requiere un ente pasivo y uno activo. Únete al club del masoquismo. Siente todas tus llagas y úlceras, la carne encuerada; al rojo vivo, exhalando tétricos gritos por los poros. El dolor es lo único real, lo único con capacidad de abrirte los ojos de par en par. El dolor, invitándote a que te percibas como un todo indivisible. Un macrocosmos infinito chiquitito, chiquitito. Los nervios inmovilizándote, estrictos profesores de teología demostrando las limitaciones del ser humano ante la falacia. El dolor es el más necesario, repugnante, malparido, semen sobre pedazo de mierda sangrante de todos los males (Dios es peor e innecesario). La humanidad requiere su combustible.  Estoy tan asustado del dolor, negándome como ser en el momento de negar sus fuertes dosis necesarias.  No me acepto como ente. Prófugo ontológico. Un chapuzón de voluptuosidad que me arranque  mis propiedades terrenales. Algo así como un yonqui espiritual. El más rebelde de todos los cobardes. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario