jueves, 19 de julio de 2012

ESBOZO DE MORAL


Y me di cuenta de que el odio habitaba en mí, Mi sombra es un pálido trasunto de mi alma, despedacé la venda de vanidad, me acepté con toda mi humanidad. Yo, que soy esa hoya donde hierven sentimientos despreciables, donde la envidia me carcome y los celos  me arrebatan del conforte de mi autoproclamada “racionalidad”. Negando esa ignominiosa y humana estancia donde me deleito con el desengaño e infortunio  ajeno, siendo un puto mentiroso que impregna de tabúes y trabas a su infecto corazón, su corazón humano. ¡Ja! procurándome imperativos categóricos y bañándome en las turbias aguas del idealismo, predicando una fraternidad en la que no creo ni por un segundo,  y pensar que ni siquiera puedo quedarme viendo por más de 30 segundos a los ojos de otro ser humano sin inundar mi ser de un sentimiento de ridiculez, de falsedad, de una desmesurada otredad, casi cancerígena. Mi ego siempre es tan alto que me impide acercarme a otras personas, las considero intelectualmente inferiores, me aíslo, me encuartelo en mi bilis, las considero felices, me considero triste por comprenderlo todo. Pero llega el momento en el que entablo un diálogo con cualquier persona y me demuestran todo lo contrario, una notable superioridad intelectual sobre mí, siempre abatiéndome en la más simple mayéutica, no tengo el poder de cambiar mentes, no tengo el don de hacer sentir empatía. Mi bagaje intelectual, probablemente lo único que considero un poco sobresaliente de mí, se subordinada y somete a cualquier otra voluntad, resignándose cabizbajo; y el sentimiento de estar enclaustrándome en el inmenso vacío, en no ser especial, en una existencia exagerada y sobrevalorada que sólo puede ser percibida por mí. Los ojos se abren, la estupidez aflora, tanta interdisciplinariedad a medias, tantos conceptos tajados, un pensamiento casi infantil, una cosmogonía mágica, un collage de verdades que expiran, puntos de vista mutando aleatoriamente como sonidos que  se alargan y agudizan en un desesperado intento de convertirse en sinestesia y que sólo quedan en un quisquilloso bramido. Mi propio escenario se desmantela. Estoy envuelto por el sinsentido, cumplo (al igual que todos) mi sentencia a la aleatoriedad. Una realidad que sólo me ha dejado temeroso y esquizoide. Yo que padezco el don de la precaución estoy condenado a vagar por un tablero oscuro mientras todos mis caprichos perecen en tragicomedia. Envidio a aquellos que luchan, aquellos que se lanzan al vacio por sus ideales, esos activistas políticos que se enfrentan contra sus némesis en desgarradoras y épicas batallas; muchas veces portando una visión parcial como estandarte, criticando a un sistema sin la previsión de conocer sus entrañas. Esos orgullosos marchistas que no tienen ni la más mínima puta idea de cómo se desempeña una nación en sus primordiales funciones económicas, ellos, con sus banderas de cambio elitista que pulverizan únicamente a la parte más purulenta y llagosa del pútrido tejido social, esperando ciegamente que las demás células del mismo rapaz y sanguinario demonio muestren o generen misericordia. Soy un snob, me uno a la euforia de las luchas sociales. Voto, aún a sabiendas de que eso no me traerá ni un minúsculo vestigio de democracia ni voz, simplemente demuestro mi apoyo a sus imbéciles mentiras, pero de todas formas lo hago, sabiendo que todo este teatro está mal, que limita el potencial humano, que lo hunde en contradicciones, que lo obliga a odiar, a envidiar, que lo enferma de poder, que lo esclaviza, que lo deja afiebrado, limitado, nulo. Empuja al ser a vivir una vida irracional, empolvada de competencias malsanas. Creamos todos esos conceptos fútiles que relegan a lo indispensable al rango de pasatiempos: ecología, saber, exploración, psicología, ciencia, experiencias, arte, filosofía y amor. Esas indiscutibles verdades no funcionan cuando los principales titulares son: Economía (basada en dinero) y política: poder. Soy un hipócrita, sé que las cosas no andan bien y las tolero, mis actuaciones difieren en gran medida de mi forma de pensar, el sistema me obliga, pero nadie me obliga a seguir al puto sistema, soy un cobarde, soy un egoísta, me procuro una obra artística muy personal, creo firmemente en la educación pero no hago ni verga para transmitir ni educar mis conocimientos a aquellos que cargan su venda, es fácil buscar culpables para evadir las responsabilidades propias, sé que el gobierno está mal, que es un concepto estúpido que desde hace miles de años no ha servido más que para cortar las alas al desarrollo humano, sin embargo, aquí estoy, escribiendo estas líneas desde mi oficina en una estancia gubernamental.  Sólo me gustaría tener las agallas para que mi pensar y mi actuar se encontraran por primera vez como dos temerosos y ansiosos pubis adolescentes realizando una precaria misión de reconocimiento.

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