jueves, 26 de julio de 2012

BIID


Creo que hoy cumplo un mes sin conciliar el sueño. Es difícil hacer cuentas cuando llevas un mes sin dormir, no es que lleve un mes sin poder dormir, eso sería humanamente imposible, pero llevo un mes alimentándome de insignificantes migajas de sueño. Por las noches duermo lapsos de 15 minutos para después pasar una media hora en vigilia. Me estoy convirtiendo en un cadáver viviente, mi cerebro no funciona debidamente durante el día, nunca sé dónde estoy, me adormezco y me mantengo balanceándome entre penumbras de imaginación y objetivos que se cumplen de una manera cuasi mecánica. Extraño esos bellos días en que los desvelos involuntarios eran ocasionados por mi psique. Cuando las neuronas oscilaban entre obligaciones laborales incompletas, preocupaciones económicas que se resolverán la próxima quincena; o bien, por el dossier de todas esas relaciones amorosas que se desploman en una inmensa bola de fuego y hierro hirviente como la nave en la portada del primer álbum de Led Zeppelin.
Mi pierna izquierda se independizó, no es más un miembro de mi cuerpo, ha cobrado vida propia, es un ente ajeno que caprichosamente se aferra a mí. Es imposible encontrar una pose en la que pueda desentenderme de su existencia, siempre está ahí, hormiguéante, reclamando mi propia sangre para sí misma, atestándola de su grotesca otredad. Yo siento mi sangre circular por ella, se avergüenza, pasa por esas venas con la cabeza agachada, como el nuevo reo del penal en el pasillo de su perdición, siento como mi sangre es violada al transitar por ese oscuro miembro. No estoy seguro de en qué momento descubrí que esa pierna no me pertenecía, nací con ella y había vivido toda mi vida con ella, era normal,  al igual que la tuya: le cortaba las uñas, le ponía calcetines cómodos dependiendo de la estación del año, le procuraba también un buen par de zapatos y hasta me apresuraba a desinfectarla y curarla cuando un accidente le ocurría. Es una extensión mal agradecida, después de todo lo que hice por ella y sin el menor reconocimiento a mis arduas labores, de la noche a la mañana me omite. No puedo decir con seguridad qué es lo que maquiavélicamente trama, es una infiltrada, aún responde a las órdenes de mi cerebro, puedo caminar, bailar, brincar y realizar todo tipo de actividades como antes, pero yo sé bien que es una extraña tratando de ganar mi confianza para, en el momento menos esperado, derrocarme y apoderarse de todo mi cuerpo.  Ah, pero aún soy más astuto y precavido que ella: cambié mi automóvil de transmisión estándar por uno automático relegando así toda la responsabilidad de conducir, e incluso mi vida, a la pierna derecha. 
He hecho una buena investigación sobre el tema, parece ser que sólo es un desorden psicológico, pero no, los doctores que escriben esos tratados intentan buscar una explicación “razonable” para lo que no pueden comprender. Soy un hombre estable, yo nunca he padecido nada fuera de lo normal, es ridículo que cuestionen mi percepción, no es como que simplemente algo se aferre tanto a tu inconsciente que adquiera poderes supernaturales, sería igual de risible y absurdo que creer que un enfermo mental que esté convencido de que puede volar simplemente lo haga aún desafiando todas las leyes de la física y la razón. Estoy 100% convencido de que esa pierna no me pertenece, no tengo excusa alguna para mentir.
He intentado extirparla de mí, pero ahora que recuerdo, sí tengo un leve desorden psicológico: padezco una desmesurada fobia a los objetos punzocortantes: el simple hecho de pensar en el piquete de una aguja torna mi piel a un tono blanco de papel, mi sudoración se dispara, la vista y el oído se tornan difusos  y mi respiración se hiperventila. Una ocasión, empapado en desesperanza intenté cercenar la pierna invasora con un pequeño cúter, no pasé de una insignificante herida de menos de un milímetro de profundidad y dos centímetros de largo antes de caer en la inconsciencia. No podía seguir viviendo así, necesitaba poder dormir tranquilo sin la incomodidad del extranjero en mi ser, de antemano sabía que convencer a algún doctor o conocido de realizar la cirugía, sería una pérdida de tiempo que me recluiría a algún barato sanatorio mental y fuertes e innecesarios antipsicóticos. La única forma en la que me liberaría del macabro invasor sería ejecutando yo mismo la operación.
Necesitaba estar anestesiado y desinhibido de mi fobia. Pensé en morfina o cualquier otro de sus derivados, pero para eso sería necesaria una dosis intravenosa que me sería imposible administrarme sin caer en el desmayo, a parte soy algo melindroso y temo crear una adicción biológica a ese fármaco. Opte, a sabiendas de que es comúnmente utilizada para aliviar el dolor en pacientes con grados avanzados de cáncer, por una fuerte dosis de marihuana. Conseguí una gran pipa de agua o como le llaman: bong, también conseguí una generosa dotación de la planta, una pequeña pero poderosa sierra eléctrica, un botiquín atestado de diversos antisépticos y en última instancia un soplete, en caso de que la hemorragia fuera tan grave que sólo cauterizando la herida con fuego pudiera detenerla …Ah, también adquirí una cara botella de whiskey reposado de 12 años.
Todo estaba listo para mi emancipación del carroñero miembro, puse un poco de música para relajarme: el álbum semiambiental de Brian Eno: Another Green World, pasé aproximadamente media hora fumando hierba sin parar y alternándola con generosos sorbos a la botella. La droga hizo su efecto, lo único que me ataba a la realidad era la música del álbum que sonaba por segunda vez consecutiva, estaba completamente perdido, la pierna disidente se apoderaba de mí por completo, esa percepción calambrosa y foránea me estaba haciendo pasar un muy mal rato, no podía aguantar más, sentía como sus nervios comenzaban a apoderarse de mi cerebro, mi voluntad se sometía a esa peluda extremidad, su poder comenzaba a extenderse a mis partes nobles, di mi última y prolongada calada a la pipa, fue tanta la mariguana que consumí en esa fumada que desató una potente tos con algo de flemas y sangre, aclaré mi garganta con el último sorbo de la botella.
La sensación de otredad nauseabunda en mi pierna era tan potente que con el simple sonido de la motosierra funcionando mi libido se despertó bruscamente. Cuando la sierra dentada hizo su primer contacto con el muslo, por más que me esforcé no pude evitar eyacular violentamente, era exquisito como el intruso sucumbía ante la potencia de mi enfurecida herramienta, girones de carne se estrellaban bruscamente contra mi cara mientras la sangre borboteaba por todas partes. Fue notable la diferencia entre la carne y el hueso: la carne cedía ante la afilada cuchilla como si se tratase de queso crema, el hueso oponía inútil resistencia: la consistencia ante la sierra era como de un pan duro, los pedazos de cartílago volaban por toda la estancia terminando en un fuerte chasquido en cuanto impactaban con algo, vergonzosamente durante el corte del hueso mi esfínter dejó de funcionar obligándome involuntariamente a orinarme y cagarme. Cuando el invasor por fin se desprendió de mí, sentí un paradisíaco alivio, la mejor sensación que he podido ser capaz de alcanzar en toda mi vida. La hemorragia no se detenía tal como lo preví, ni fuertes dosis de alcohol y diversos antisépticos controlaban el desparrame de sangre. Tomé el soplete y lo encendí, chamusqué toda la herida sin sentir dolor alguno gracias al fuerte analgésico natural que ingerí, la carne burbujeante y negra desprendía un olor a comida pasada, como a moronga de varios meses, vomité por el nauseabundo olor, pero logré mi objetivo, detuve la brutal hemorragia, después de apagar el soplete me desmayé y dormí deliciosamente como un bebé en la alfombra de mis desechos corporales arrullado por el álbum que se repetiría sin cesar durante toda la noche. Nunca había tenido un sueño tan revitalizante y divino  en toda mi vida. Después de unos cuantos días sin el miembro invasor, caí en la cuenta de que éste había transmutado todas sus sádicas propiedades a mi pierna derecha.

jueves, 19 de julio de 2012

ESBOZO DE MORAL


Y me di cuenta de que el odio habitaba en mí, Mi sombra es un pálido trasunto de mi alma, despedacé la venda de vanidad, me acepté con toda mi humanidad. Yo, que soy esa hoya donde hierven sentimientos despreciables, donde la envidia me carcome y los celos  me arrebatan del conforte de mi autoproclamada “racionalidad”. Negando esa ignominiosa y humana estancia donde me deleito con el desengaño e infortunio  ajeno, siendo un puto mentiroso que impregna de tabúes y trabas a su infecto corazón, su corazón humano. ¡Ja! procurándome imperativos categóricos y bañándome en las turbias aguas del idealismo, predicando una fraternidad en la que no creo ni por un segundo,  y pensar que ni siquiera puedo quedarme viendo por más de 30 segundos a los ojos de otro ser humano sin inundar mi ser de un sentimiento de ridiculez, de falsedad, de una desmesurada otredad, casi cancerígena. Mi ego siempre es tan alto que me impide acercarme a otras personas, las considero intelectualmente inferiores, me aíslo, me encuartelo en mi bilis, las considero felices, me considero triste por comprenderlo todo. Pero llega el momento en el que entablo un diálogo con cualquier persona y me demuestran todo lo contrario, una notable superioridad intelectual sobre mí, siempre abatiéndome en la más simple mayéutica, no tengo el poder de cambiar mentes, no tengo el don de hacer sentir empatía. Mi bagaje intelectual, probablemente lo único que considero un poco sobresaliente de mí, se subordinada y somete a cualquier otra voluntad, resignándose cabizbajo; y el sentimiento de estar enclaustrándome en el inmenso vacío, en no ser especial, en una existencia exagerada y sobrevalorada que sólo puede ser percibida por mí. Los ojos se abren, la estupidez aflora, tanta interdisciplinariedad a medias, tantos conceptos tajados, un pensamiento casi infantil, una cosmogonía mágica, un collage de verdades que expiran, puntos de vista mutando aleatoriamente como sonidos que  se alargan y agudizan en un desesperado intento de convertirse en sinestesia y que sólo quedan en un quisquilloso bramido. Mi propio escenario se desmantela. Estoy envuelto por el sinsentido, cumplo (al igual que todos) mi sentencia a la aleatoriedad. Una realidad que sólo me ha dejado temeroso y esquizoide. Yo que padezco el don de la precaución estoy condenado a vagar por un tablero oscuro mientras todos mis caprichos perecen en tragicomedia. Envidio a aquellos que luchan, aquellos que se lanzan al vacio por sus ideales, esos activistas políticos que se enfrentan contra sus némesis en desgarradoras y épicas batallas; muchas veces portando una visión parcial como estandarte, criticando a un sistema sin la previsión de conocer sus entrañas. Esos orgullosos marchistas que no tienen ni la más mínima puta idea de cómo se desempeña una nación en sus primordiales funciones económicas, ellos, con sus banderas de cambio elitista que pulverizan únicamente a la parte más purulenta y llagosa del pútrido tejido social, esperando ciegamente que las demás células del mismo rapaz y sanguinario demonio muestren o generen misericordia. Soy un snob, me uno a la euforia de las luchas sociales. Voto, aún a sabiendas de que eso no me traerá ni un minúsculo vestigio de democracia ni voz, simplemente demuestro mi apoyo a sus imbéciles mentiras, pero de todas formas lo hago, sabiendo que todo este teatro está mal, que limita el potencial humano, que lo hunde en contradicciones, que lo obliga a odiar, a envidiar, que lo enferma de poder, que lo esclaviza, que lo deja afiebrado, limitado, nulo. Empuja al ser a vivir una vida irracional, empolvada de competencias malsanas. Creamos todos esos conceptos fútiles que relegan a lo indispensable al rango de pasatiempos: ecología, saber, exploración, psicología, ciencia, experiencias, arte, filosofía y amor. Esas indiscutibles verdades no funcionan cuando los principales titulares son: Economía (basada en dinero) y política: poder. Soy un hipócrita, sé que las cosas no andan bien y las tolero, mis actuaciones difieren en gran medida de mi forma de pensar, el sistema me obliga, pero nadie me obliga a seguir al puto sistema, soy un cobarde, soy un egoísta, me procuro una obra artística muy personal, creo firmemente en la educación pero no hago ni verga para transmitir ni educar mis conocimientos a aquellos que cargan su venda, es fácil buscar culpables para evadir las responsabilidades propias, sé que el gobierno está mal, que es un concepto estúpido que desde hace miles de años no ha servido más que para cortar las alas al desarrollo humano, sin embargo, aquí estoy, escribiendo estas líneas desde mi oficina en una estancia gubernamental.  Sólo me gustaría tener las agallas para que mi pensar y mi actuar se encontraran por primera vez como dos temerosos y ansiosos pubis adolescentes realizando una precaria misión de reconocimiento.

martes, 3 de julio de 2012

OTRO CUENTO DE NARCOS


Yacía bocabajo en el frío asfalto empapado por la lluvia, con la diestra dolorosamente emparedada entre mi espina dorsal y su huesuda rodilla, el cañón se restregaba con vehemencia en mi nuca forzando a mi nariz ha rasparse con el rugoso pavimento. Solté una breve risa, un tanto nerviosa, ante el ridículo hecho de verme como un “criminal”. Creo que también solté una lágrima, sabía que el momento había llegado, no me sentía arrepentido, estaba repleto de un coraje e impotencia, insisto: de grado ridículos. Parecía un milagro, escuché su voz, quizá sería una alucinación inducida por el pánico de ver mi vida desmoronarse, pero se escuchaba bastante clara, no podía ser una alucinación, no sé cómo llegó ahí, pero le gritó con imprecación: “¡Déjalo ir grandísimo pedazo de mierda, él no es para ti!” Él se rehusó a liberarme, por lo que recibió la infalible explosión de una 9 mm en su estúpida cara de policía. Por inercia su mano jaló el gatillo del arma que apuntaba a mis idealistas sesos.
No recuerdo a qué edad probé la marihuana por primera vez, quizá fue a los 13 o 14 como la mayoría, me parecía divertida… como a la mayoría. Nunca le presté mayor importancia, era algo que se hacía en las reuniones semanales con los amigos tras beber unas caguamas Corona bien muertas,  el caso del comienzo es lo menos importante; sí, lo admito, fue indispensable para poder sobrellevar el duelo de la pérdida de mi madre, y para poder proseguir con mi vida.
Cuando me quedé solo, la posibilidad de continuar estudiando se veía tan distante que la abandoné por un tiempo, dedicándome a una serie de empleos burocráticos y mal pagados que absorbían por completo cada uno de mis sucios días pero me permitían poder pagar renta, gas, luz, agua y comida… cero lujos.  Por lo regular me veía encuartelado unas dieciséis horas al día en un cubículo de 1.50x1.50 realizando llamadas de cobro para bancos, tras la desmoralización per se del trabajo mierdoso, tenía que recibir ráfagas y ráfagas de obscenidades y amenazas hacia mi persona, como si mi ser tuviera algo que ver con esas corporaciones maquiavélicas, yo sólo era un miserable pepenador de un sueldo que me permitiera cubrir las más básicas necesidades humanas, entre ellas, lo admito, la bebida y drogas, de no ser por ocupar mi único día de descanso semanal en colocarme como poseso, me hubiera volado el cerebelo hace mucho tiempo.
Uno de esos desabridos días Liliana, una compañera del trabajo de la cual me encontraba enamorado, descubrió un paquete de papel para liar porros que descuidadamente dejé sobre mi escritorio durante una de mis múltiples visitas al baño para drogarme. Para hacer lo más breve posible la historia, ella también era adicta a la mariguana, atravesaba una sequía, su único dealer había desaparecido sin dejar pista alguna (el cliché más grande de los mejores dealers) me pidió un poco, por fortuna ese mismo día era el último de trabajo antes de nuestro día de descanso, que por un capricho del azar también coincidía. Fuimos a mi piso, liamos un par de gallos, bebimos unos vasos de mezcal escuchamos unos acetatos en mi viejo tocadiscos (única pertenencia recreativa que poseía, lo demás era mi poca ropa, vasos y platos y cubiertos desechables listos para lavarse en el lavabo del baño, una hielera para guardar alimentos y un sillón de tres espacios que por las noches fungía como cama( y obvio una breve pero interesante colección de elepés)) culminamos la noche follando con desesperación animal.
Liliana Mendoza: estudiante de Filosofía de la FES Acatlán, depresiva, trabaja de medio tiempo para solventar sus estudios, hija de familia bien acomodada, su ego e independencia le impide aceptar cualquier cosa proveniente de sus padres, es una estudiante promedio, más bien holgazana pero inteligente, adicta a la cannabis (si es que fuera de una temporal dependencia psicológica tal cosa pudiera existir).       
Tras varias semanas de bohemia, cannabis, romance y rock setentero en mi piso, invité a Liliana a mudarse, aceptó sin dudarlo ni una vez. Poseía una gran colección de libros y copias fotostáticas sobre filosofía, poesía y diversos tratados experimentales, poseía poesía. Por las noches tras llegar abatidos del horrible trabajo, y después de hacer el amor, yo me sumergía a descubrir algo nuevo en esos libros, siempre lo encontraba, Liliana era una mujer muy inteligente, me instruyó bastante en mis lecturas, siempre dispuesta a debatir y a dejarme callado en mis pobres e incultos puntos de vista.
Cuando compraba la hierba en mi día libre, introduciéndome en esa selva de lonas rosas, amarillas y azules llamada Tepito, siempre me encontraba en total estado de paranoia, me convencía yo mismo de que fumando un gallo me tranquilizaría, pero en lugar de eso la paranoia se expandía abarcando todo el cerebro: en cada lugar veía policías, todos eran esos hombrecillos de azul que iban directamente por mi culo, sentía las miradas de todas esos insignificantes transeúntes juzgándome, devorándome con fiereza, haciéndome sentir como un asesino descuartizador pedófilo caníbal, cuando en realidad yo sólo quería un buen colocón. Por suerte sólo compraba dotación semanal, era fácil distribuirla entre mis dos botas para el camino a casa, sólo una vez me catearon los policías, no encontraron nada, salvo una cara pálida sudorosa y un tartamudeo que los divirtió.
Tepito era un buen lugar para comprar, yo siempre iba con “La Chapa Guzmán” una vieja dealer sesentona que siempre me daba la mejor hierba del lugar, además era un sitio seguro para evitar las redadas policiacas: entrabas por una tiendita, decías al propietario que ibas a ver a la Chapa, te dejaba traspasar una cortina negra que estaba en el fondo del local, entrabas a una vecindad ciudad perdida, te parabas frente a la casa de la Guzmán, dabas el chiflidito característico y la puerta se abría. Al salir cargado podías escoger tres caminos diferentes: la puerta de la vecindad, sitio que era el más caliente y arriesgado debido a la gran cantidad de redadas que había en el año, cerdos que sólo querían su rebanada de pastel y jodían a los pequeños e inofensivos drogatas como yo. La tiendita por la que entrabas, tenías que pagar $10 para poder utilizar esa salida que no se encontraba al 100% exenta de la posibilidad de una redada, hay mucho chivatón por ahí. O la más segura: por la carnicería de Don Pepe; esta salida, la Guzmán sólo se la indicaba a quienes ya consideraba de confianza, a mí me dio el tip tras dos años de comprarle a ella mi cargamento semanal, a Don Pepe también se le tenía que pagar $10.
Una de nuestras noches de pachequés en el piso, la desgracia ocurrió mientras Liliana y yo estábamos colocados como monos, comenzamos a hablar del trabajo, más que nada chistes sobre la obesidad del jefe, llamándolo fracasado sin futuro e ignorante, lame huevos, en fin; todo esto enmarcado con las pintorescas frases de la jerga del mariguano: “hay que ponchar otro gallo, mientras sácate el pinche hitter” “¡qué buen tren!” “corre el toquirrol” etc. Durante la plática y como si estuviera invocándolo mi celular sonó, era una llamada de ese bastardo del supervisor, mi jefe. Me dijo: “¿Conque gordo, ignorante, sin futuro y lame huevos, no? Mañana quiero que se presente a mi oficina para un antidoping, si encontramos cualquier tipo de sustancia ilegal en su cuerpo lo echamos de patitas a la calle, no es el tipo de visión que la empresa quiere dar, puntualito y sin excusas, hasta mañana, Señor. ” Cuando colgó el teléfono quedé perplejo, malviajado. ¿Cómo chingada madre pudo oír la conversación? Ese puto gordo es brujo o qué pedo, nos tiene vigilados, tiene cámaras o micrófonos en el cuarto. No fue hasta que el efecto de la mota pasó que me di cuenta de que no había bloqueado mi celular que se encontraba en mi bolsillo, se marcó el número del jefe que estaba en la sección de marcado rápido. Oyó todo, por suerte no pudo distinguir la voz de Liliana. Obviamente al día siguiente fui despedido.
Liliana me sugirió trabajar como dealer en la FES Acatlán, ella estudiaba Filosofía y conocía a mucha banda dispuesta a comprar. Yo, sin trabajo y con deudas que pagar, acepté con miedo por supuesto. Realmente desde mi punto de vista no estaba cometiendo ningún delito, no es como venderle drogas a niños, o como que la mariguana fuera una sustancia mortal que pueda cobrar vidas, sólo vendía un producto menos dañino que el alcohol a un puñado de adultos, que están instruidos y tienen libre elección sobre su cuerpo, utilicé mi libre albedrio, realmente no soy un puto criminal, el gobierno lo penaliza, es una ley estúpida, no voy a ser parte de esa ley hipócrita y que a mí juicio está mal, me atengo a las consecuencias de su estupidez, peleen y criminalicen el peor de todos los males, regocíjense en sus asquerosos mares de sangre, porten con vergüenza su bandera de justicia. Yo no soy parte de ustedes.
Las ventas empezaron, eran buenas, ganaba lo mismo que en mi anterior trabajo y por menos tiempo, decidí conservar ese empleo, por la mera pasión de seguir aprendiendo, poder visitar la biblioteca, tener esas pláticas existencialistas con mis consumidores, era el ambiente que estaba buscando, pronto pude hacer el examen y comenzar formalmente mis estudios en Filosofía en la FES, no lo hacía por la necesidad de un empleo bien remunerado o por el prestigio como lo hace la mayoría, mis anhelos están más allá, la pura lujuria del saber. Al parecer mis actos “criminales” me dieron lo que el puto gobierno no puede ofrecer: “verdadera educación pública y gratuita” el tener que pagar 100 pesos semanales de pasajes más comidas, renta, luz, etc. limita la posibilidad de una verdadera educación gratuita.   
Esa noche no debí ir, algo en mí sabía que las cosas no iban a marchar bien, nunca confié en ese hipócrita, además, ¿citarme en su casa, y de noche? Claro, la paga era buenísima, eran las ganancias de tres meses en un putazo y estaba a unas cuantas cuadras de mi piso. Pero también era muy arriesgado, la mochila estaba repleta. Yo sabía que él no era realmente de confianza, nunca había fumado con él, él sólo me había comprado dos veces anteriormente y raciones muy pequeñas, personales. Pero el negocio se oía tan tentador y jugoso.
Al llegar ahí lo que temía pasó, una puta redada, sólo estaba ese policía, ese policía que había asesinado a un inocente hace unas cuantas semanas al confundirlo con un alto capo, no había sido procesado por su error, la prensa le lavó las manos pasándolo como un daño colateral en la lucha contra el narcotráfico. Fue todo un bombazo mediático.
¡Vaya, vaya! ¿Qué tenemos aquí? – me preguntó con arrogancia, me basculeó y encontró el cargamento, con eso me darían un buen tiempo tras las rejas, estaba jodido.
“Bueno, hijo- continuó en tono burlón, mientras me tiraba para esposarme y apuntarme intimidatoriamente con su arma.- ya que estás jodido, deja que te cuente ¿Sí?, este cargamento estuvo totalmente arreglado, ya te esperaba. Como supongo que escuchaste hace un par de semanas me cargué a un insolente estudiante como tú. Sí, lo admito, fue mi culpa, pero estaban a punto de joderme si no entregábamos a un “capo” pronto, todo el teatrito de la policía se iba a caer, los grandes contratos con el narco estaban amenazados, pues qué hacer. Encontrar a un traficante pendejo como ustedes: sin poder, solos y entregarlo haciéndolo pasar como el gran sicario desalmado jefe de cártel. No tienen posibilidad los pendejos como tú, no tienen protección, ni siquiera tienen armas. Es puto pan comido, ahora te entrego, no tienes para un puto abogado, y aunque lo tuvieras, toda esta puta droga no va a desaparecer solita, y deja que te diga, es bastante. Mi reputación se purifica, y todos ganamos. Ah, excepto tú por supuesto. Es más, incluso ahorita mismo podría dispararte en la puta cabeza, no hay nada que me lo impida, la vez pasada lo hice para sentir el poder de matar, te entregaría como cadáver pero con toda esa droga seguro te toman por sicario, solamente tendría que colocarte una pistola como ésta que cargo justo aquí y dispararme yo mismo en el brazo o la pierna, eso me exhortaría del grado de puto delincuente y me llevaría directito al salón de la fama de la lucha antinarco, incluso podría pedir mi jubilación una buena pensión por baja y vivir como héroe y rey por el resto de mi vida ” En ese momento mi vista se nubló, perdí  la escucha, lo poco que podía oír era tan lejano, ajeno como en una pesadilla, sólo sentía su risa diabólica, mientras pensaba: este culero no bromea, me va a matar, es un puto asesino, sólo se despejó cuando oí un balazo, el lunático se había disparado en el hombro, me sujetó de la cabeza mientras aún yacía sobre mí para que me percatara de que él había tomado una decisión, me asesinaría sin el menor remordimiento. Me bloqueé por completo mientras reconfiguraba la aleatoria sucesión de acontecimientos que me habían llevado hasta mi inevitable final.
 Escuché su voz. Era Liliana quien me escoltaba. En el momento en que el policía me tiró para esposarme el automarcado de mi celular desbloqueado me salvó la puta vida, Liliana escuchó el monólogo del policía mientras se apresuraba a alcanzarme en el lugar que supuso se llevaba la emboscada.
 “¡Déjalo ir grandísimo pedazo de mierda, él no es para ti!” Se rehusó a liberarme, por lo que recibió la infalible explosión de una 9 mm en su estúpida cara de policía. Por inercia su mano jaló el gatillo del arma que apuntaba a mis idealistas sesos.
 La pistola del policía se encasquilló. Me levanté todavía con miedo mientras nos apresurábamos a huir y le pregunté histéricamente a Liliana: -¿de dónde verga sacaste esa pistola?-  Ella sólo me respondió con una sonrisa traviesa.