lunes, 14 de noviembre de 2011

PAPEL HIGIÉNICO


Cada vez que te vas,
me quedas en esa estrella  huérfana,
armella en la que atamos nuestras miradas,
donde compartimos confidencias y mimitos, 
distantes.
Esa estrella misántropa,
Centinela de nuestras reclusiones confitadas,
forrada con el reflejo avellanado de tus  ojos.

El tiempo es una ridícula opinión,
una medida de distancia entre el beso y el adiós.
¡Oh! Madrugada taciturna,
Yo te arrullaré con mis ritmos, 
con mis violentos retumbos de corazón
con mis latidos de amanecer progresivo
violáceos, rosados, anaranjados
del color del gemido en los amantes primerizos.

Contemplo tus caderas impresas en el edredón,
nostálgico.
Un cuarto con cimientos desfasados
donde somos dos seres atemporales,
dos espectros románticos
que se sirven del ungüento de cada beso
para reconstruirse partiendo de lo fenecido,
descubriendo una piel surcada por soledades,
compartiendo las memorias
de aquellos días sepultados en éter, 
recapitulando cada apocalipsis meloso,
contemplándonos hasta la erosión,
resguardados por una melodía dulzona,
por la ropa abandonada,
por un poema agresivo,
por un rollo de papel higiénico,
por una botella casi vacía,
por esa estrella solitaria.