miércoles, 21 de septiembre de 2011

EL SAGRADO NIÑO DURAZO



La señora Patricia había intentado incansablemente quedar preñada, era una devota eclesiástica, seguía todas las reglas del santísimo libro, su matrimonio estaba basado en la castidad, cariño puro y respeto; el sexo sólo era un instrumento para el fin primordial: reproducción. La señora Patricia y su esposo Patricio, habían acudido a varias clínicas de salud especializadas en fertilidad,  según decenas de análisis ninguno de los dos padecía de cuadro alguno de esterilidad, la salud de ambos esposos era óptima tras una vida dedicada a la virtud, leche caliente y 8 horas de sueño. Cinco años de soledad y de oración, de extensas plegarías al señor  vivió el matrimonio casi cuarentón; la fortuna del señor Patricio necesitaba de un heredero, así como un administrador en su gran emporio de carpintería, pero la infertilidad era alarmante. La señora Patricia descubrió,  gracias a algunas amigas recurrentes en el mercado, la bella historia del milagroso niño Durazo. Este niño Dios, era la principal sede de peticiones y milagros para  disipar la infertilidad, los señores Patricio comenzaron a peregrinar con regularidad al santuario de esta pequeña deidad; llevándole como ofrenda pequeños juguetitos de madera construidos y pintados personalmente por el señor Patricio, así como extensas cartas de súplica por un primogénito, sin olvidar las abundantes limosnas ofrecidas al convento donde descansaba la  santa figurita de cera en una cuna adornada con los juguetes ofrecidos por los creyentes. El hogar de los Patricios pasó a ser un propio santuario al niño Durazo, afiches de su divina imagen tapizaban casi por completo el fino departamento, veladoras e inciensos milagrosos completaban ese aire a iglesia.
Una mañana tranquila, mientras la señora Patricia se encontraba sola en casa, tendiendo la cama, una voz divina y pacífica brotó iluminando toda la estancia: “Patricia, soy yo, el niño Durazo: estás embarazada, será un varón, deberás llamarlo Lucio, y bautizarlo a los 8 días de nacido en el rio milagroso de nuestra santa señora de Obdulia, tranquilidad, paz, amor” La voz se esfumó dejando a la señora Patricia una pasividad nirvánica, un estado de serena embriaguez.  Al llegar del trabajo, el señor Patricio fue notificado de tan bello milagro, la prueba de embarazo resultó positiva y las oraciones de alabanza se intensificaron en casa de los Patricios. ¡Alabado seas niño Durazo, alabado seas!
Los 9 meses siguientes pasaron en total abundancia, buen empleo, muchas entradas económicas, infinidad de amigos, ni un rastro de enfermedades, un embarazo despejado y feliz aderezado de visitas semanales al santuario del santísimo niño Durazo (limosna incluidas). El bebé nació sano y salvo, como lo predicho: fue varó;, un hermoso niño regordete y de mejillas sonrojadas, pesó 4.8 kilos. Cómo la voz del niño Durazo había pedido fue bautizado bajo el nombre de Lucio. La felicidad por fin alumbraba la vida de los Patricio y el joven Lucio, 8 días de interminables gracias y más felicidad de la que se podía contar arroparon a la familia. El día de la manda llegó, era hora de bautizar al niño Lucio en el rio milagroso de nuestra santa señora de Obdulia. La peregrinación comenzó acompañada de innumerables amigos (la pareja no contaba con familiares conocidos: todos murieron en un accidente de avión o de cáncer). El niño fue bautizado entre verbena y felicidad, las sagradas y frías aguas del rio milagroso despejaron al niño Lucio de todo pecado original, Lucio se veía contento en la fiesta, sus ojos denotaban una divinidad prodigiosa y apaciguadora; todos los presentes recordarían años después el halo sagrado que los envolvió en tan sublime celebración.
Por la noche, una vez en casa, bebé Lucio padeció un fuerte catarro, su pequeña naricita moqueaba, ardía en fiebre. Tuvieron que partir a urgencias; El bebé fue rápida y potentemente medicamentado, varias compresas de agua fría se adhirieron al cuerpecillo hirviente, el diagnostico era poco claro, una infección pulmonar como ninguna, la causa obviamente fue el bautizo en  tan frías y sacrosantas aguas, los puntuales análisis revelaron un potente virus desconocido que devoraba sin tregua los pulmones del recién nacido, como termitas a la madera. Bebé lucio tosía flemas sangrientas, vomitaba sangre, defecaba sangre, orinaba sangre, lloraba sangre, por cada orificio del pequeño cuerpo recién nacido supuraba una gelatina de hemoglobina y pus verdosa (verde botella), el bebé anunciado por el santísimo niño Durazo se pudría en vida. Varias operaciones a corazón abierto fueron realizadas durante toda la noche, los padres rezaban sin cesar al niño Durazo, antisépticos entraban al cuerpo del bebé Lucio para darle una pequeña ayuda en sus múltiples combates contra el invasor desconocido. Prácticamente cada órgano vital del cuerpo fue removido para combatir la poderosa enfermedad, para limpiarlo de esos carroñeros parásitos y regresarlo a su sitio, desinfectado y suturado. Gracias a increíbles avances de la ciencia moderna, bebé Lucio sobrevivió de milagro a tanta destrucción interna, gran ayuda hubo por los muchos trasplantes  de órganos proporcionados por el departamento de abortos del hospital, también se implementaron algunas modificaciones a base de materiales inorgánicos. Bebé Lucio, con ayuda de del niño Durazo (que lo cuidaba) sobrevivió a tal traumante enfermedad. (Esto duró como tres meses o algo). Una vez que Lucio fue dado de alta del hospital, todo podría seguir su curso, la familia estaba empobrecida  debido a las costosas operaciones del niño predicho por la divinidad, pero no importaba, todo estaba bien. La familia salió del hospital con Lucio en su carriola, cuando se disponían a cruzar la avenida un conductor ebrio en un camión que transportaba biblias envistió a sus padres, quienes se encontraban empujando la carriola, la colisión fue implacable: el camión, al hacer contacto con los cuerpos de los devotos simplemente estalló cual si estuviera repleto de nitroglicerina, dinamita, gasolina y napalm. La explosión no alcanzó a Lucio; únicamente impulsó la carriola del sagrado niño hacia la calle de enfrente y a la seguridad, sólo sufrió quemaduras de segundo grado en su ya de por si deforme rostro.  De los señores Patricio quedó: restos de carne molida, tripas, un gran charco de sangre y retazos en llamas. Los doctores del hospital intentaron por todos medios revivirlos, pero las descargas eléctricas para reavivar el pulso no funcionaron del todo bien en esa plasta amorfa de carne y sangre. 
Al enterarse de tan cruel y despiadada noticia, pero a sabiendas del trasfondo religioso del asunto, el padre Antolín del convento del niño Durazo, tomó en sus manos la crianza de Lucio, esto estaba estipulado en un acuerdo verbal entre los Patricio y el padre Antolín. Lucio creció con una fuerte formación religiosa: varios textos en latín, filosofía de Sto. Tomás de Aquino, lecturas bíblicas con análisis morales enfocados a la época y una simple y básica educación en ciencias formales: sumar, restar, multiplicar y dividir. La infancia de Lucio fue un infierno total: el padre Antolín era, por más cliché que parezca, un puto pederasta enfermo, Lucio vivió creyendo que ofrendaba su carne al señor con el padre Antolín como intermediario, el inmenso dolor psicológico y físico acompañaron al joven Lucio durante su cruel infancia. Su falta de convivencia con otros seres, salvo el padre violador y las monjas (por más cliché que suene) golpeadoras, arrebataron a Lucio cualquier rasgo de seguridad en sí mismo o de conexión con la realidad, dejándolo completamente instaurado en la moral de sumisión y esclavitud que tanto busca imponer la religión judeocristiana, toda esa santísima ideología que se basa en una fe ciega hacia un ente imaginario, un destino de sufrimiento y de saldar mandas a través de una auto-imposición de dolor físico, de sentirte culpable por el hecho de pinche haber nacido, una purísima fe de sadonecrofílicos que adoran por sobre todas las cosas una purísima imagen de un sujeto brutalmente torturado y asesinado, con una reglamento estricto: no tener pasiones ni sensaciones carnales placenteras, una total negación y satanización al cuerpo  y a la naturaleza so pretexto de la salvación paradisiaca (en la muerte).
Lucio sobrellevo toda su infancia y adolescencia sin tratamientos psicológicos, con la única terapia de una confesión y limpieza de culpas al decir una serie de oraciones en latín que asemejan conjuros mágicos, Lucio imploraba al niño Durazo por un cese de tanto sufrimiento, las oraciones y suplicas de Lucio no fueron escuchadas ni atendidas por obvias razones (el niño Durazo es un objeto de cerámica inanimado y no existe tal cosa como Dios o una fuerza divina mayor o karma o cómo se le quiera decir a ese compendio de justificaciones que buscan los débiles y cobardes para no afrontar sus problemas y darse una escapada irreal de esta puta vida). La preparación de Lucio se hizo excelentemente,  era un experto en teología: creció y se convirtió en padre (de iglesia) después pasó por todos los rangos eclesiásticos mientras su enfermedad psicológica crecía, Lucio separándose por completo de la realidad, rindiéndole culto a entes imaginarios, jactándose de fraternal, justo y amoroso, de guía espiritual, de consejero. Perdiendo por completo la cordura, negando cualquier rastro de racionalidad comprobable, cualquier espiritualidad implícita en la perceptibilidad sensorial, cualquier sentimiento o anhelo meramente humano. En fin, su cerebro estaba completamente degenerado, era un completo enfermo, paranoico y esquizoide necesitado de urgente atención psiquiátrica y psicológica, necesitaba ser internado lo más pronto posible en un sanatorio mental, de ser tenazmente analizado por especialistas en comportamientos humanos infectados  …pero no, no consiguió la ayuda necesaria. La sociedad, en un rasgo de completa estupidez  e ignorancia, lo trasladó al Vaticano donde, por más insensato que suene, gozó de inmunidad diplomática, lo que permitió que su enfermedad se volviera incurable y pasará al siguiente nivel: un fuerte cuadro de pedofilia, después de todo, es la única diversión a la que tienen acceso los guías religiosos, no hay problema, Dios todo lo perdona en el lecho de muerte. Dios salve al papa.

viernes, 9 de septiembre de 2011

PERIODISMO A LA ROBERTO G. CASTAÑEDA


-¿Qué tienes? ¿Estás enojado?- Me preguntó ella, mientras subíamos a mi carro rumbo a su casa
-No, no estoy enojado.
-Entonces, por qué estás así.
-¿cómo?
- Pues así, todo raro y de malas.
-Pues no sé, supongo que así soy.
- Sí, pero es raro que te enojes, casi nunca te enojas.
-Que no estoy pinche enojado, ¿está bien?
-Ves. Eres un mamón.
-Cállate.

Ella se distrajo jugueteando con el estéreo, trataba de seleccionar alguna canción que me provocara risa: intentó con Charlie Montanna y con la canción del Nene Consentido, supongo que en ese momento se hubiera conformado con  que una pequeña y efímera sonrisa me brotara, o ya de perdis con cualquier reflejo o calambre en la comisura de mis labios. Pero no, Me mantenía con la mirada fija, de muerto hastiado de estar muerto, retina  perpetua y de algún modo perdida en el camino. Para mi sorpresa ella se desesperó, desistió de sus intentos de sacarme una risa; y en un gesto de mero mimetismo optó por tomar mi actitud: abrió su ventana y dejó la mirada vagando en el camino, dándome la espalda lo más que le permitía el asiento contiguo del auto. No le di la importancia que ella buscaba; tome el iPod y puse un poco de los buenos Beatles, creo que fue I Want You, no estoy muy seguro. Me concentré por completo en la música, subí el volumen al máximo (bueno casi, sólo un poco menos del límite, antes de que mis bocinas baratas empiecen a distorsionar los bajos)  e ignoré la actitud de mi pasajera sugestionándome en las bellas canciones. Al ver que sus esfuerzos de llamar mi atención fueron inútiles, bajó de putazo el volumen de la música y empezó:

-Ya me vas a decir qué chingada madre tienes.
-Ya te dije que no pinche sé, ¿está bien?
-Me caga que estés así, habla, dime porqué estás encabronado.
-Ya te dije que creo que no estoy encabronado, quizá estoy algo triste y encabronado, pero no encabronado
-¿Por qué estás así?
-¿Qué, no puedo?
-Pues sí, pero casi nunca estás así.
-Pues perdóname, no puedo hacer el tonto todo el puto tiempo, desgraciadamente soy humano y tengo pinches emociones y esas mamadas que me cagan, si dependiera de mi estaría feliz todo el puto tiempo, pero no, desgraciadamente hay neurotransmisores y sustancias químicas en mi mema que me provocan estos putos sentimientos, créeme, si por mi pinche fuera ahorita estaría cagándome de la risa.
-Estás bien pinche amargado.
-¿Tú crees?
-pues sí, es obvio, siempre tienes esa mirada de loco, y todo te aburre y nada te gusta. ¿Por qué estás tan amargado?
-No sé, supongo que no me gusta mucho la vida que digamos. Es aburrida y tediosa.
- Por eso vienes de mamón ahorita.
-No.
-¿Entonces?
-No sé.
-¿Cómo no vas a saber?
-Pues no, no sé. Podría saber si me pusiera a pensarlo, pero la neta me da un chingo de hueva. Creo que es el problema con la mayoría de las personas, siempre se detienen a pensar porqué están enojados o tristes y no se preocupan nada por disfrutar esos sentimientos crudos. Tratan de encontrarles una raíz y extirparlos al instante, me parecen cobardes, huyen de profundizar en sus demonios sin explicarlos, en cuanto aparece el mínimo malestar se concentran en reflexionar, o en hablar con alguien o ayuda psicológica, no dejan al odio, la tristeza o la ira florecer en una bonita neurosis per se, sin pinches genealogías baratas. He ahí el porqué la mayoría de arte moderno es frio, previsible, explicable y pendejísimo.  
- No sé de qué te pinche quejas, tú también eres igual de cobarde que los demás, en cuanto sientes el mínimo dolor te emborrachas. Estás amargado y eres cobarde.
-¿Y?  …De todas formas me voy a morir algún día, en tres años supongo.
-¡Ay sí, ajá!
-A ver. Y tú ¿por qué bebes?
-Pues, porque me gusta, supongo.
-Es la mejor respuesta que he oído.
-¿Sarcasmo?
-No, en serio, creo que yo también bebo porque me gusta, cuando me pregunten eso responderé: porque me gusta, es tan directo y cierto.

El camino siguió silencioso un rato más, sólo adornado por los Beatles de fondo. Hasta que ella se hartó y prosiguió:

-Otra vez estás de mamón
-No sé
-¡Aaaay! Chale, de veras que contigo no se puede.
-…
- A ver, ¿y ahora qué traes?
- Ya te dije que no pinche sé, ya, déjame en paz. ¿Quieres?
- Eres un mamón amargado.
-Creo.
- Ya déjame aquí, es muy temprano, no quiero llegar todavía a mi casa; voy a caminar un poco.
-¡jajajaja! ¿Te das cuenta de lo falsa que eres?
- ¿y ahora por qué? A ver ¿por qué chingaos soy falsa?
- No tienes ganas de caminar, sólo quieres llamar mi atención, si realmente quisieras caminar, te hubieras bajado en tu casa, hubieras esperado a que me fuera y te hubieras salido a caminar sin que yo me enterara. Pero no, tú lo que quieres es que te ruegue, y que te pida que no te vayas. ¿Por qué me tenía que enterar de tus planes de caminata si no?
-¡jajajajaja!
-Ves, hasta a ti te dan risa tus mamadas.
- Eres un pendejo
-Pero no chantajista
- Eso no es chantaje, ya déjame aquí.
-¿Segura? Conmigo no sirven esas escenitas, si te bajas me arranco y me voy valiéndome verga, ya estoy grande para andar con esas mamadas de novios de secundaria.
- Sí, yo sé cómo eres, de ti no se puede esperar nada lindo.
- Pues obvio no, tú bien sabes que estoy “amargado” .
- Sí, ya me voy, déjame aquí. 
- Bueno, no quedó en mí.
- Eres un pendejo.
Ella se bajó del auto y dio el azotón reglamentario a la puerta para culminar cualquier buena escena de pelea en una comedia o drama romántico Hollywoodense. La vi alejarse lentamente, por obvias razones y a pesar de que la dejé en una esquina donde fácilmente podría girar y tomar una calle en sentido contrario que me impidiera seguirla no lo hizo, siguió derecho por la avenida por donde yo circulaba. Esperé un poco y me reí de mí mismo, atrapado en el infinito juego de los chantajes, de ceder a los caprichos (por más estúpidos que sean) de las damas, por qué nunca se puede lograr una relación basada en el dialogo racional, pero en fin, de qué verga me quejo, hace rato yo, con mi mutismo, con mi jetota, supongo que no estoy listo para alcanzar la relación perfecta, con los canales de comunicación dilatados, abiertos de par en par. A quién engaño. Las peleas de pareja por más insulsas y risibles que parezcan, refritas en sus propios diálogos infinitos, desgastadas en un vaivén de dimes y diretes, aunque a ninguno de los dos les parezca importante aplazar las recriminaciones empezadas a medio día hasta las 3:00 a.m., se sigue ahí. ¿Orgullo o pasión? Supongo que un licuado de ambas. Es la salsa en el taco de las relaciones. En ese momento una canción de pop plástico me desconcertó, no salía del estéreo: ella dejó olvidado su teléfono móvil, era un mensaje; obviamente lo revisé, el remitente era un tal Sebastián:  Amore, ayer me la pase increivle, me regalaste una de las mejores noches de mi vida, creo que me estoy enamorando, muchos besos, tkm” [sic], cerré el celular, lo dejé tal cual, la vi aún caminando a lo lejos, con paso lento, con paso que invitaba a abordarla, me le acerqué conduciendo lentamente con las luces intermitentes encendidas, ella pasó cerca de un charco. Aceleré y la salpiqué. No la mojé mucho, rió un poco, se acercó a la ventana y:

-¿Ahora qué quieres?
-¿Te mojé?
-No… bueno poquito.
-Ya súbete.
-¿Para qué?
-No sé.
-Ya me voy.
-No, súbete por favor.
-¿Qué quieres?
-Que te subas.
-¿Por qué?
-Por favor.
-Déjame en paz.
-Pero si te subes.
-Que no.  
-Ah ya vio.
- ¡Ja ja ja!, estás bien pinche loco.
-Tú también. Ya, lo aceptó caí rendido a tus caprichos, los dos perdimos, te seguí tu pinche jueguito, aquí estoy persiguiéndote, me había jurado nunca volver a hacer esas mamadas, me siento raro y malogrado.
-No se lo contaré a nadie. Lo prometo.
-Cállate, ahora si tengo razón para estar encabronado conmigo mismo, odio esos pinches destellos de humanidad.
-Dame un beso.
-Sí.

-¡Chale!, no sé por qué caí en tu chantaje, disfrútalo chava, es la única vez que cedo a esas estupideces.
-¡Ja ja ja! Lo sé. Eres bien culero.
-siempre he pensado que si estuviéramos casados nos moriríamos como en un año. Imagínate lo pinche alcohólicos que seríamos, nadie le pondría un alto al otro, no la pasaríamos bebiendo diario, estaría bien pinche metal.
- ¿En un año? En tres meses yo digo, somos la neta.
-No hay que casarnos nunca, no me quiero morir… Aún.
-No, yo tampoco.
-¿Quieres ir por cerveza y a coger?
-Bueno… ¿Sabes?... Te quiero mucho.
-Gracias.